Al llegar la juventud, la relación padre e hijo suele adquirir una nueva perspectiva. No es que nuestra autoridad carezca de cualquier valor pero está claro que tiene un nuevo sentido. A un joven que ya superó la barrera de los veinte no se le puede decir ¡No! con letras mayúsculas.
Los hijos jóvenes con más de 20 años y en casa todavía, algo que es habitual en los tiempos que corren, esperan de nosotros que respetemos su independencia y que valoremos en su justa medida su recién adquirida madurez. Como padres, tendremos que responder a sus expectativas con nuestra mejor «mano izquierda».
Padres autoritarios
Lo cierto es que son muchos los padres que se preguntan cuál es exactamente su papel una vez que los hijos se hacen adultos. Unos, frente a la madurez recién adquirida por sus hijos, se aferran al autoritarismo: «Yo soy tu padre y mientras vivas bajo este techo tendrás que aceptar mis normas».
Estas excesivas dosis de autoridad suelen desembocar en el inevitable «portazo», en cualquiera de las más «airadas contestaciones» («¡a ti no te importa con quien vaya o deje de ir!», «mi vida es mi vida») o, lo que es aún peor, en un sometimiento por parte del joven que le impedirá desarrollar su propia personalidad.
Padres permisivos
Otros padres, en cambio, simplemente permiten que sus hijos «vivan su vida». «Si no puedes vencer al enemigo únete a él», piensan en su desesperación al comprobar que la nueva situación familiar se les escapa de las manos. No se atreven a ejercer su autoridad y, por tanto, no entran en las cuestiones que pueden provocar conflicto como los estudios, las horas de llegada, los amigos, etc.
Se produce entonces un distanciamiento entre padres e hijos, un vivir sin convivir que suele llenar de tensión la vida familiar. Muchos llegan a acusar a sus hijos de vivir como si lo hicieran en una pensión. Pero realmente, ¿la culpa no es de ambos?Evidentemente, no se trata de una cosa ni de la otra.
Debemos encontrar un equilibrio entre nuestra autoridad irrenunciable y una concesión gradual de autonomía y responsabilidades.
Dos tipos de autoridad: ¿te respetan tus hijos?
Es importante, en este sentido, tener claro que existen dos tipos de autoridad. La primera de ellas, es la que proporciona el mero hecho de ser sus padres. La segunda, es la que surge del saber, el conocimiento o la propia experiencia. Ninguna de las dos es mejor que la otra, simplemente cada una tiene su momento.
Cuando los hijos son pequeños, lo natural es echar mano de la autoridad que proporciona el «cargo» de padre. Luego, a medida que van creciendo, una debe ir dando paso a la otra progresivamente. Al fin y al cabo, ¿qué es lo que buscamos en nuestros hijos que nos teman o que respeten y valoren nuestros criterios?
Todos recordamos al típico profesor de la escuela al que temíamos por su «autoritarismo» y su rigidez. Asimismo, lo más seguro es que también podamos citar algún que otro maestro al que respetáramos por su buen hacer y sus conocimientos. Lo mismo ocurre cuando los hijos se llegan a la edad adulta. Los padres debemos tratar de buscar el respeto por otras vías diferentes a las del «aquí mando yo», pues por ese camino es muy difícil conseguir algo más que un enfrentamiento directo.
Diálogo y confianza
¿Cuáles serán nuestras armas a partir de ahora? Pues sencillamente el diálogo, la charla distendida, la confianza…
Siempre podremos ofrecerle nuestra opinión sobre aquello que consideremos importante pero sin amenazas ni gritos, simplemente con la autoridad que proporcionan «las canas».
«Su vida es su vida», es verdad, pero nosotros podremos ofrecerle mil consejos que le pondrán sobre aviso y que le ayudarán a no equivocarse en la vida, si es que los acepta.
En ocasiones, las sugerencias no serán suficientes y tendremos que recurrir a otras técnicas más sutiles para ayudarle a «entrar por el aro». Un hermano mayor, un primo, un buen amigo pueden ser los mejores aliados cuando de hacer entrar en razón a un joven se trata.
Otras veces, no tendremos más remedio que intentar ir muy por delante de nuestro hijo. Antes de que él nos plantee siquiera la posibilidad de desea compaginar sus estudios con un trabajo, por ejemplo, podemos aumentarle la paga si se compromete a adquirir nuevas responsabilidades en casa.
Características propias
Tendremos que mantener nuestra autoridad pero con unas características propias que se amolden a su nueva edad. Nuestra actitud no podrá ser dictatorial y tendremos que actuar con mucha mano izquierda. Cuando los hijos tienen más de 20 años y siguen en casa, es muy importante saber «pedir» lo que, por un motivo u otro, es inevitable mandar.
Asimismo, respetaremos al máximo sus ideas. Al fin y al cabo, ésta es una vía de dos direcciones. Debemos exigir que nuestro hijo nos respete, pero también nosotros tendremos que aceptar su criterio, por mucho que nos resulte extravagante o poco acertado.
Para qué entrar en cuestiones menores como la música que le gusta si, aunque un poco rara, tampoco es nada escandalosa. En estos casos, mejor no quemar demasiados cartuchos y menos aún si tenemos en cuenta que dentro de unos meses será él mismo el que haya evolucionado.
Experiencias y 6 buenos consejos
Para que todo funcione en casa tendremos que dar el paso de una autoridad a otra en el momento preciso. Ni antes de que nuestro hijo nos haya demostrado que ya es un adulto responsable, ni mucho después.
Él mismo nos irá ofreciendo pequeñas «pistas» que nos indicarán que ya está preparado para tomar sus propias decisiones. En base a ellas, tendremos que comenzar a «flexibilizar» nuestra autoridad dejándole más espacio para actuar. Serán unos años de transición en los que tendremos que aprender a convivir con un adulto en casa, con su propia personalidad y peculiaridades, pero que también nos aportarán mucho como padres.
1. Exhibir la autoridad en exceso no es una actitud positiva a cualquier edad pero mucho menos cuando se trata de un chico joven. Este tipo de comportamientos suelen dar lugar al temor o la prevención por parte de los hijos.
2. Respetar su intimidad es la primera regla para llevarse bien con un joven. No hagamos «incursiones» en su armario o cajones, podría darse cuenta y estaríamos echando por tierra toda la confianza que tenía depositada en nosotros.
3. Adaptarnos a su edad. Ha llegado la hora de que comencemos a deslindar los temas en los que «sí» tenemos autoridad de los que «ya» han dejado de concernirnos. Al fin y al cabo, no podemos pretender dirigir la vida de nuestro hijo como si aún tuviese diez años.
4. Enfrentarse a la edad de los «no límites». Por ello, para que nuestro hijo acepte nuestros criterios tendremos que intentar razonárselos aclarándole cada uno de los puntos en los que nos basamos a la hora de llegar a una conclusión.
5. Anticipémonos a las necesidades de nuestro hijo. Si prevemos con tiempo cuál será su siguiente paso, podremos adoptar las medidas necesarias para que tome la decisión correcta.
6. Buscar apoyo. Si somos conscientes de que a nosotros no nos escuchará quizá sea bueno que recurramos a un familiar o amigo que tenga ascendiente sobre nuestro hijo. A veces, esta es la mejor forma de conseguir que un joven entre en razón.
No obstante, el acercamiento entre padres e hijos es lo más grato para cimentar la confianza. Por eso, nunca está de más saber más sobre su mundo, gustos y aficiones antes de exponerle nuestro punto de vista. De este modo, nos será más fácil hablar con conocimiento de causa y por lo tanto llegar al «corazón» de nuestro hijo joven.
María Viejo
Asesoramiento: Carlos Solís. Licenciado en derecho, ha dedicado su actividad a iniciativas pedagógicas.
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