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365 páginas: ¡no pases, vive tu historia cada día del año!

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«No me apetece», «paso», «esto es un rollo»… son algunas frases que pronuncian muchos jóvenes varias veces al día. La época de bienestar y estabilidad social ha traído consigo una generación de jóvenes acomodados, que lo han tenido todo y no han sufrido casi por nada. Han dispuesto de todos los bienes materiales que han querido y tratan de evitar el esfuerzo.

Fruto de esta comodidad, es frecuente ver chavales con unos síntomas de abulia bastante graves: sólo les apetece salir, comprar, estar pendientes de sus pantallas y pasar el rato con los amigos. Y lo peor es que parece que no tengan más aspiraciones. 

Y es que la falta de ganas para sacar la vida adelante es más grave de lo que parece. Algunos jóvenes confunden hobbies con trabajo, lo que lleva a que éstos se desilusionen y ofrezcan una imagen de lo más tristona si su empleo no es tan llevadero o emocionante como les gustaría, o si sus sueños no se han visto cumplidos.

La humanidad en dos grandes grupos

El mundo avanza a remolque de la gente perseverante en su empeño. Es una de las claves del éxito que se repite en multitud de ejemplos: la voluntad decidida, la firmeza en las decisiones y la constancia para llevar a cabo lo que se tiene que hacer suele dividir a la humanidad en dos grandes grupos, aquellos que consiguen lo que se proponen y aquellos otros que (siendo, incluso, intelectualmente superiores) no se proponen nada porque saben que no van a conseguirlo.

Decía E. Burke que «nadie comete un error más grande que aquel que no hace nada porque solo podría hacer muy poco». Porque ocurre que, a veces, las personas decimos que queremos hacer algo, pero en realidad no queremos, ya que no llegamos a proponérnoslo seriamente. Si acaso, lo intentamos… y hay mucha diferencia entre un genérico quisiera y un decidido quiero. Como se lee en boca del personaje principal de una famosa novela: «Dime si lo vas a hacer o no, pero no me digas que vas a intentarlo».

No pases, vive tu historia cada día

Es cierto que todos tenemos condicionamientos que pueden impedirnos realizar aquello que nos proponemos. Pero Beethoven, por ejemplo, se encontraba casi completamente sordo cuando compuso su obra más excelsa. Dante escribió La Divina Comedia en el destierro, luchando contra la miseria, y empleó para ello treinta años. Mozart compuso su Réquiem en el lecho de muerte, afligido por terribles dolores. No todo el mundo puede compararse a esos genios… cierto, pero hay que poner alta la meta, porque bastante rebajas trae ya el día a día.

Listz, aquel gran compositor, decía: «Si no hago mis ejercicios un día, lo noto yo; pero si los omito durante tres días, entonces lo nota el público». Es decir, en numerosas ocasiones, nos hace grandes sobre todo la constancia en pequeñas cosas y la voluntad decidida que la gran idea que no puede llevarse a la práctica.

Toma tus propias decisiones

Una de las características esenciales de la persona con éxito es el convencimiento de que ella decide, elige y dirige su propia vida. Quedarse sentados con los brazos cruzados esperando que los problemas se solucionen solos y que pase el tiempo sin más, es la mejor manera de no conseguir nada en la vida. Por ello, hay que tomar decisiones, acostumbrarse a elegir entre opciones, a dirigirse hacia una meta con paso firme.

No resulta tan difícil. Hasta los más indecisos, todos tomamos a lo largo del día muchas decisiones: la ropa que nos ponemos, qué desayunar, por dónde comenzar el trabajo, con qué amigo quedar, qué programa de televisión elegir… Y, del mismo modo, hay que decidirse por un trabajo u otro, por hablar con un amigo de un tema importante o plantearse un gasto.

Cada cosa en su momento, hay un momento para cada decisión

No hay que perder el tiempo en darle vueltas a lo que ya se ha decidido. Cuando tomamos una decisión, lo hacemos teniendo en cuenta unas circunstancias específicas. Con el paso del tiempo estas circunstancias, lógicamente, cambian. Haciendo un poco de memoria recordaremos decisiones tomadas con convicción en la adolescencia: sacar un dinerillo trabajando en verano de camarero, por ejemplo. Ahora, probablemente, la decisión sería distinta.

¿Merece la pena darle vueltas a la decisión tomada? No. En primer lugar, porque es algo que forma parte del pasado y que, por lo tanto, no puede cambiarse. Y, en segundo lugar, se tomó la decisión apropiada sobre la base de una forma de ser, de pensar y de sentir en ese momento… no la actual. Tenemos que convencernos de que cada decisión surge como resultado de un momento determinado, de la interacción de una variables específicas y, por lo tanto, en cuanto una de éstas varíe, nuestra decisión sería otra distinta, que habría que tomar en el momento oportuno.

Ampliar alternativas: no te conformes

No hay que conformarse con cualquier cosa. En ocasiones nos metemos prisa para decidir, queremos acelerar nuestra vida, alcanzar el éxito sin antes darnos un respiro. El pan necesita un tiempo para que la levadura haga su efecto y fermente. De la misma manera, nuestras decisiones no tienen por qué precipitarse.

No hay que conformarse con tomar una decisión de manera resignada. Nos merecemos lo mejor y, si por el momento no podemos decidirnos, hay que seguir buscando alternativas hasta que la decisión se base en algo positivo que nos permita ser felices. No tenemos que confundir la decisión de esperar (una decisión con pleno derecho) con la indecisión paralizante.

Si hay problemas, afróntalos con calma

En situaciones conflictivas, o bajo grandes presiones que nos intranquilizan, el primer paso consiste en recuperar cuanto antes parte de la calma y la tranquilidad que hemos perdido. Nadie puede decidir seriamente acerca de su futuro la misma tarde que le han echado del trabajo, pues probablemente en ese momento percibamos nuestra realidad con una fuerte carga emotiva. No se trata de dejar que pase el tiempo que, en teoría, todo lo cura, sino de tomar una decisión, en este caso única: debo tranquilizarme.

Una vez conseguido esto, podremos plantearnos de nuevo nuestras metas. Horacio afirmaba que quien ha emprendido el trabajo, tiene ya hecho la mitad. En numerosas ocasiones, podemos quedarnos paralizados porque contemplamos todo lo que queda por hacer y no damos el primer paso. Un libro es algo complicado, pero si cada día escribiéramos una sola página… en un año tendríamos 365. Toda una novela.

Teresa Pereda

Ideas tomadas de Alfonso Aguiló, Educar el carácter, Ediciones Palabra y Bernabé Tierno, ¡Atrévete a triunfar!, Plaza y Janés.

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