¿Cómo dar sentido a la Navidad cuando es el villancico de Mariah Carey el que marca el inicio de las fiestas? ¿Cómo conseguir trasladar a nuestros hijos los valores que nos parecen fundamentales cuando los reclamos publicitarios para multiplicar el consumo son la pauta? La clave está en buscar el verdadero sentido de la Navidad entre tanta luz y tanto brillo.
Solo si viviéramos en una burbuja en medio del campo, apartados por completo de la sociedad, podríamos mantenernos ajenos a un nuevo modelo de Navidad en el que se ha ido desdibujando el verdadero sentido de esta celebración y se ha sustituido por una ocasión para gastar cuanto más mejor, sin criterio alguno de por qué lo hacemos. Pero lo cierto es que es poco probable que podamos conseguir que nuestra familia se mantenga al margen de tanto brillo, así que nuestra propuesta es que podamos aprovecharlo para llevar los reclamos de Navidad superficial y consumista a nuestro terreno.
El Adviento, un tiempo de preparación
Si Mariah Carey se ha convertido en la banda sonora de todo el mundo es porque se acerca la Navidad. Es bueno que recordemos que lo que pasa a nuestro alrededor, aunque desvirtúa el verdadero significado de la Navidad, pasa porque es Navidad y, sin Navidad, no pasaría. Es como si el precioso cuadro que representa el nacimiento de Jesús se hubiera roto en pequeños trocitos y ahora solo podemos ver partes pequeñas, con colores y trazos que no identificamos, y sólo con esfuerzo conseguimos recomponer la pintura original.
Ese arranque repentino de la Navidad, cada vez más temprano, es lo que nos recuerda el Adviento, las cuatro semanas de preparación previas al día más señalado. Prepararnos en familia no nos será difícil. Podemos dotar de significado algunas de las costumbres que la sociedad contemporánea tiene tan arraigadas.
El Belén
Debemos mantener la tradición belenista propia de nuestra cultura porque no hay mejor ocasión para explicar en casa la Navidad, una historia que les resulta como un cuento y que, sin embargo, les servirá para comprender la trascendencia del momento que estamos viviendo.
En estos tiempos en los que, cada vez más, educamos contracorriente, el Belén no solo servirá para que nuestros hijos comprendan mejor qué celebramos. Se convierte también en un elemento fundamental para dar a conocer ese “cuadro original” ahora hecho pedazos a amigos de nuestros hijos que no tienen la suerte de crecer en entornos en los que les expliquen la razón de la Navidad.
Los belenes de nuestras casas, ya sean excelentes piezas napolitanas, ya muñecos de plástico, tienen que poderse vivir, poderse tocar, mover, jugar con ellos. Porque así nuestros hijos se sentirán un pastor más en el portal y comprenderán mejor qué es una Navidad con sentido. Y, además, podemos visitar los muchos Belenes expuestos al público que no podrán tocar, pero sí admirar.
El pesebre. Una bonita tradición que se convierte en una poderosa herramienta para trabajar los valores en familia es colocar al principio del adviento una cunita o un pesebre del Niño Jesús vacío, a la espera del 24 de diciembre. Tenemos que adecentar ese tosco pesebre de madera y preparar una cama mullida para recoger al Niño cuando nazca. Y la manera de hacerlo es llenándolo con nuestros compromisos, con nuestras pequeñas luchas diarias y las grandes victorias que atesoramos cada noche.
La idea es sencilla: junto al pesebre vacío, dejamos un taquito de hojas pequeñas, del tamaño de un post-it. Cada noche, cada persona de la familia rellena uno de esos papeles con un compromiso sencillo para el día siguiente. Tienen que ser metas fáciles y alcanzables. No sirve de nada un “ser bueno” genérico. Es mejor un “lavarme los dientes sin que mamá me lo tenga que recordar”. Cada uno conoce mejor que nadie dónde le aprieta el zapato. Los padres también participan: no usar el móvil en casa, no gritar, jugar un rato a un juego de mesa… Hay compromisos para tantos días como dura el adviento.
Los compromisos no tienen que ser públicos. Así evitamos que haya competición entre hermanos. Y de paso, enseñamos de una manera sencilla a hacer examen de conciencia. Si alguna noche no se nos ocurren compromisos, basta con revisar los obstáculos de ese día para encontrar una propuesta.
Cada noche, la familia repasa cuáles han sido los compromisos que se habían fijado para esa jornada. Los que se han cumplido, se van dejando en el pesebre. Podemos hacer con ellos una bolita de papel, para que así vayan haciendo el colchón mullido en el que dormirá el Niño. Si no se han cumplido todavía, habrá que repetir y no se pueden poner todavía como preparación de la Navidad.
El calendario de adviento. Una buena idea para vivir una Navidad con sentido es crear un nuevo calendario de adviento, además del tradicional de chocolate, del que debemos disfrutar porque el Adviento es momento de preparación, pero también de mucha alegría.
Se trata de un calendario en el que cada día descubrimos un valor, una virtud, un don, porque todos ellos son regalos que hacen que el mundo sea mejor. Por ejemplo, la generosidad, la paciencia, el orden, la constancia… Trabajamos cada una de estas palabras un momento a la hora de la cena para que nos sirvan de guía con lo que tengamos que hacer en el día siguiente. Y nos fijamos en que son un regalo del que tenemos que cuidar.
Para hacer el calendario, basta con utilizar una cartulina grande y pegar post-it de dos en dos hasta llegar al día 24 de diciembre. Seguro que a todos les apetece poner su granito de arena en la decoración.
La corona de adviento. La tradición de la corona de Adviento que se suele colgar en las puertas de las cosas o se coloca como centro de mesa es muy antigua. Se utilizan ramas que representan el árbol de la vida. La forma circular recuerda que Cristo es el Alfa y la Omega, el principio y el fin. Y las cuatro velas representan cada uno de los domingos que nos llevan hasta la Navidad.
Para celebrar especialmente esos domingos y darle sentido pleno a la Navidad, podemos proponer un reto semanal: el reto de la luz invisible. Consiste en una especie de amigo invisible en el que añadimos todos los nombres de la familia próxima. Todo tiene que ser secreto y debemos jugar con los más pequeños para mantener esa ilusión. Porque parte del reto de este juego consiste precisamente en que vamos a ser como ángeles invisibles que hagamos algo por los demás sin que los demás se enteren. De esa manera, el Adviento se convertirá en un momento para poner en valor el amor al prójimo.
Cuando veamos quién nos ha tocado, tenemos que pensar en un detalle muy sencillo, al alcance de todas las personas de nuestra familia, que pueda hacer más fácil la vida de quien nos ha tocado en el sorteo. Por ejemplo, un detalle puede ser abrir la cama de un hermano antes de dormir, o elegir para él el yogur que más le gusta en el postre, o que levantarnos un poco más temprano y prepararle a alguien su desayuno favorito de sorpresa. Es especialmente bonito que, al tiempo que se trabaja la generosidad de pensar y esforzarse por el otro, se trabaja la humildad de mantener en secreto quién ha sido el “ángel invisible” de cada domingo de Adviento.
La celebración de las fiestas
Acabado el Adviento, llegan los días de fiesta, días de alegría, de familia, de reunión, de mucho jaleo y más de un altibajo. Todo lo que rodea a las celebraciones más importantes lo podemos utilizar para explicar cómo vivir una Navidad con sentido:
Los detalles de la Navidad. El hecho de que decoremos con esmero la casa en Navidad, que nos vistamos especialmente elegantes o que preparemos una comida sofisticada y mucho más cara de lo que acostumbramos, no nos debe alejar del verdadero sentido de la Navidad. Al contrario, si cuidamos tanto los detalles, se debe, precisamente, a que queremos poner en valor que estos días son muy especiales para nosotros.
Una casa bien decorada no es una muestra de soberbia, siempre que no la utilicemos para vanagloriarnos de lo que tenemos. Es, en realidad, una muestra de cariño, una forma de demostrar la importancia que tienen los demás para nosotros. Ocurre igual con el vestir, esa batalla tan habitual en los hogares con adolescentes. Nos arreglamos porque la ocasión lo merece, para mostrar que es una celebración especial. Y lo hacemos con decoro porque se trata de una fiesta religiosa, pero nos vestimos mejor de lo habitual porque es una ocasión única.
La comida también es una oportunidad para ocuparnos del prójimo, para servir lo que no es habitual, lo que más les gusta, y evitar lo que no les gusta. Pero no podemos hacer de esos días de fiesta un momento de agobio doméstico obsesionados por que esté todo perfecto. Muy al contrario, como Santa Teresa, debemos aprovechar para ofrecer ese rato entre fogones y darle más sentido a la Navidad. Estamos preparando la casa del mismo modo que José y María prepararon el portal.
Las tradiciones. Las fiestas están llenas de pequeñas tradiciones que jalonan las celebraciones religiosas y los encuentros familiares: cantar villancicos en la Iglesia, salir a pedir el aguinaldo, decorar la parroquia, ir a misa del gallo en Nochebuena (o a la de la tarde que hay en muchos lugares, muy útil cuando hay niños pequeños), son tradiciones que nos vinculan decisivamente con la liturgia de esos días, que también está especialmente cuidada.
En cada familia hay tradiciones marcadas que debemos mantener porque así creamos vínculos fuertes con nuestros antepasados. Las fiestas nos brindan una oportunidad preciosa de hacer vivo el recuerdo de los que no están, no con dolor, sino con la alegría propia de esos días, recuperando lo que ellos nos enseñaron para rememorarlo. No dejemos de sacar zambombas y panderetas, comer polvorones y turrones y preparar el guiso que tanto le gustaba a la abuela, porque daremos más sentido a la Navidad.
Los encuentros familiares. Las comidas y cenas con la familia extensa, la propia y la política, son motivo de alegría, pero también de algunos desencuentros. No es buen momento para sacar temas delicados. La polarización es tan alta que conviene dejar en la puerta antes de entrar las polémicas que pueden arruinar la jornada y dar una nefasta impresión a los niños y adolescentes.
En eso consiste también la vivencia de la Navidad con sentido, en saber vencer nuestro propio yo y ceder más de lo habitual para que las fiestas resulten fabulosas a pesar de las diferencias. Para evitar frustraciones, conviene hablar antes con los nuestros de algunos detalles. Por ejemplo, si para nosotros es importante ir a Misa antes de una comida, pedimos disculpas de antemano si eso supone que nos retrasaremos unos minutos.
Pero conviene tener pocas líneas rojas y mucha apertura de mente porque si algo caracteriza esas celebraciones es el desorden. Debemos recordar que no pasa nada porque los niños se acuesten más tarde o se duerman sobre una alfombra. Si el Niño Jesús pudo dormir en un pesebre, no tiene nada de malo que, por una noche, nosotros no tengamos las condiciones ideales.
Como los pastores de Belén, sin nada en nuestros zurrones, explicamos a nuestros hijos que vivimos la Navidad con sentido ofreciendo nuestras sonrisas, atendiendo con más cariño a cada persona, aceptando de buen grado lo que no nos apetece tanto, ayudando a quienes han puesto la casa tan generosamente. Así haremos la Navidad inolvidable incluso con sus imperfecciones.
Los regalos. Que la Navidad se ha mercantilizado es un hecho inamovible. Nuestro reto como familias consiste en darle su verdadero sentido a la realidad de los regalos. Porque nos va a ser difícil huir de esa corriente dominante. La Navidad con sentido empieza al preparar la carta a los Reyes Magos. Lo hacemos con tiempo suficiente, para que desarrollen mucha ilusión por lo que han elegido, pero también aprendan a elegir y descartar con mucho criterio. Una buena idea es elaborar una carta que se pueda borrar y corregir usando una pizarra o incluso, por qué no, durante unos días, una ventana sobre la que escribimos con rotuladores de pizarra.
Podemos ligar perfectamente la tradición de los regalos con las escenas del Evangelio. Es una ocasión perfecta para leer con ellos los pasajes del nacimiento de Jesús, de la adoración de los pastores que, con su humildad, ofrecen lo poco que tienen, y de los Reyes Magos, dispuestos a recorrer muchos kilómetros para rezar ante el Niño.
Como es imposible no toparse con Papá Noel, podemos convertirlo en nuestro aliado, recordando la tradición de San Nicolás y explicando así que los regalos que nos llegan en Navidad son la celebración del cumpleaños de Jesús.