A veces vemos niños muy agradables, y pensamos ¡qué suerte han tenido esos padres! Pero nada más lejos de la realidad. Es cierto que puede haber niños con temperamento más tranquilo, que miran con calma, con una sonrisa, educados, pero lo habitual es que lo estén aprendiendo de sus padres, de su familia, y haya un trabajo esforzado escondido tras esa conducta tan atrayente.
Porque, la persona se “construye” en la familia. Es donde encuentra ese ambiente saturado de cariño y confianza, donde percibe la realidad y aprende todo a través de los ojos de la madre, del padre, donde nota cómo se quieren y se cómo se tratan entre sí… etc. Este ambiente le aporta seguridad, además de cariño, y le ayuda a crecer y madurar, a construir su personalidad. Deja una huella indeleble en su alma.
Los niños no salen buenos o malos…, sino que se hacen y rehacen en la familia, insisto, al saberse queridos de ese modo tan específico y entrañable, simplemente por lo que son: ¡personas!, singulares, únicas, especiales, y por tanto con esa inefable dignidad.
Por eso, estos tres conceptos van muy entrelazados: persona, amor, familia. Ninguno se sostiene solo, y cada uno depende de los otros. No hay personas genuinas sin amor y sin familia. Y la familia es una institución natural, antigua como la vida misma, “cuna” de lo humano, cuya misión es custodiar y hacer crecer el amor. Lo más valioso que tenemos.
Cada persona es un regalo: el mayor regalo que podamos imaginar. Por eso hay que tratar a los demás como personas, con su singularidad, con sus características, cualidades y fortalezas, con su capacidad de pensar y alegrar a los demás…pues somos seres relacionales.
Por otro lado, los padres somos los “custodios» de los hijos, y no tanto sus “propietarios” en el sentido de hacer de ellos alguien a nuestro gusto, según nuestras preferencias, intereses o caprichos… Tenemos que ayudarles a lograr su mejor personalidad, pero ¡la suya!, descubriendo sus talentos específicos, animando y confiando en ellos para que puedan desarrollar todo ese potencial.
Los padres son “para” los hijos, para ayudarles a devenir, a ser personas plenas, que sepan querer; pero, los hijos no son para los padres… pues tienen su propia dignidad, y su propio camino y misión en la vida. Ellos son los protagonistas de esa aventura.
Mª José Calvo