Un niño vago se aprecia con facilidad, por su dejadez, por no importarle las consecuencias de su inacción, por su incapacidad para el esfuerzo. Los niños que se esfuerzan lo mínimo, harán lo mismo de adultos.
Son niños que siempre argumentan excusas.
Las causas en el relajamiento del esfuerzo para aprender, se encuentran entre otras en la menor exigencia genérica sobre los hijos. Asimismo, influye el que hoy con sólo ponerse delante de la T.V. se obtiene una pasiva información, todo es fácil, se arrincona la voluntad: «Aprenda alemán sin esfuerzo».
Todo pareciera «Venir dado», por los vídeo-juegos, Internet, etc. Un mundo cada vez más cómodo que exige menos esfuerzo físico casi reducido a lo digital, a la orden dada con la voz, conlleva lasitud.
Los medios de comunicación desempeñan un papel negativo; hay programas basura que crean a los jóvenes unas falsas expectativas de alcanzar sin esfuerzo unos objetivos ambiciosos. Ellos, sin embargo, comprueban que en la vida real hay que trabajar duro para poder alcanzar las metas, y que no siempre van a tener lo que deseen.
La pintada «Vive a costa de tus padres hasta que puedas hacerlo a costa de tus hijos» se hace en muchas ocasiones realidad.
El esfuerzo se aprende si se enseña y valora.
Hay que exigir desde muy pronto la colaboración, y la práctica de la superación. Asociar el esfuerzo con la recompensa. Hemos de educar en el esfuerzo colectivo, empezando por el nuestro.
Somos modelos de aprendizaje, deberemos tener en cuenta nuestros comportamientos, a enseñar con el ejemplo, si le llamamos la atención por algo, deberíamos pensar si nosotros lo hacemos igual; si damos instrucciones podrían ir acompañadas de demostraciones reales.
Ejemplo sí, y educación en el esfuerzo cotidiano, en el creciente fortalecimiento de la voluntad referida a todos los ámbitos ya sean afectivos, intelectuales, deportivos, culturales, psicológicos o espirituales.
Hay que desarrollar el nivel de logro que se marcan y exigirles autonomía y responsabilidad.
En el colegio habrán de establecerse metas, inocular el placer de aprender, hacer atractivo el currículo, el poder saber más, el entender cosas, el poder explicarlas…
La valoración de los padres es esencial. Es un error de los adultos creer que su trabajo es más meritorio, intenso y agotador que el de los hijos. Apreciemos su esfuerzo, su progreso. Pensemos que el rendimiento académico es importante, pero no es la balanza que calibra la valía global de nuestros hijos.
La práctica deportiva es un magnífico hábito para desarrollar el esfuerzo y la constancia.
Hemos de educar en el desarrollo de la voluntad, en el sentimiento del deber. Cuando esto no se ha hecho, cabe inducir estos valores privando de comodidades y beneficios. Siendo intolerantes con la pereza.
No debemos solucionar todo a los hijos, sino propiciar que se esfuercen para que aprendan a resolver sus dificultades.
Debe erradicarse el simplista y engañoso mensaje de que el éxito llega casi por azar y desmitificar su contenido. Para alcanzar el éxito, es necesario tener fe en uno mismo, aplaudiendo el valor del esfuerzo y la superación.
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