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¿Internet es bueno o malo?

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Chica navegando en internet

Foto: THINKSTOCK 
Por Fernando García Fernández. Profesor y escritor
     

Seguramente habrá leído, oído o incluso pensado que Internet no es ni bueno ni malo; que lo bueno o malo es el uso que se haga de esta tecnología, de cómo o con quién se relacione, comunique, informe o divierta. Pero esta afirmación es cierta sólo a medias. Y las medias verdades, muchas veces, hacen más daño que las mentiras.

Es cierto que el uso que se haga de Internet puede ser bueno o malo, igual que un cuchillo lo mismo sirve para cortar el pan que para herir a una persona (comparación que suele utilizarse con cierta frecuencia en muchas conferencias, impartidas a padres y madres, sobre el uso seguro de Internet). Sin embargo, no es cierto que, como escribíamos el mes pasado, Internet sea algo neutro, como lo es el cuchillo (evidencia que no suele mencionarse en esas mismas conferencias con tanta frecuencia como la anterior, quizá porque el ponente no se ha parado todavía a pensar en ello).

No pongo en tela de juicio que estas tecnologías de la comunicación, la información, el entretenimiento, etc., que han llegado para quedarse, ofrecen muchas oportunidades y han permitido desarrollar y potenciar algunas capacidades del ser humano. Pero tampoco dudo que se han magnificado bastantes riesgos y están disminuyendo o anulando otras muchas capacidades, aunque sobre esto último se hable y se escriba muy poco.

Lo cierto es que se percibe entre algunos conferenciantes una cierta obsesión por contar sus bondades en todos los ámbitos del ser humano, a la vez que pasan por alto muchos de los inconvenientes que su uso acarrea. La mayoría nos afectan a todos, aunque no seamos conscientes de ello. Otros son especialmente dañinos en aquellos individuos que carecen de una conciencia bien formada o no han desarrollado adecuadamente las virtudes fundamentales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza.

Esta misma filosofía de exultar sobre los aspectos positivos mientras se minimizan los efectos negativos es la que subyace en la mayoría de los informes, estudios o trabajos que se han publicado en la última década, con la pretensión de conocer la relación de niños, adolescentes y jóvenes con la tecnología digital e interactiva. Muchos de ellos, dicho sea de paso, financiados por las multinacionales que hacen negocio con esos mismos individuos a los que intentan proteger o formar de acuerdo con lo que dicta su departamento de responsabilidad social corporativa.

La parte negativa de internet

En muy pocos foros los expertos hablan o escriben claramente sobre estos efectos nocivos, quizá acomplejados ante la posibilidad de que les tachen de tecnófobos, alarmistas o reaccionarios, quizá temerosos de perder las ayudas económicas con las que seguir financiando sus estudios y publicaciones. Y si alguna vez expresan alguna opinión negativa, tratan de edulcorar el mensaje de tal manera que pierde fuerza y, por lo tanto, eficacia preventiva. Así, por ejemplo:

-Se intenta quitar importancia a hechos tan graves como el ciberbullying, alegando que el porcentaje de menores afectado es pequeño o que este problema ya existía antes y que ahora sólo cambia la forma de ejercerlo: «¿A quién no le han pegado o insultado en el colegio?, ahora te insultan en las redes sociales», dicen.  Como si no fuera un drama infinito que un solo niño sufriera debido al inadecuado uso de la tecnología digital (y yo les aseguro que no es sólo uno, que sufren muchos y mucho, y les prometo que voy a escribir sobre este asunto en estas páginas).

-Se justifica como algo natural el acceso de niños y adolescentes a páginas para adultos, atreviéndose incluso a escribir que es un hecho deseable porque así el niño satisface su curiosidad y se informa sin miedos o prejuicios (también escribiré sobre ello).

-Se alega que no existe la adicción a estos medios. Se concluye que la obsesión por estar permanentemente conectados, a todas las horas y en todos los lugares, es tan solo un abuso transitorio, poco preocupante y muchas veces debido a una inadecuada dinámica familiar (asunto que también merece que le dedique alguna página en esta revista).


Y es que la conclusión a la que se llega es que la culpa de estos potenciales efectos negativos es de los padres, que somos unos analfabetos digitales y dejamos solos a nuestros hijos ante las pantallas.


Y nos convencen de que no se consigue nada prohibiendo y que lo que hay que hacer es estar junto a nuestros hijos cuando estos se ponen frente a la pantalla, como si no tuviéramos otra cosa que hacer.

¿Se imaginan cómo sería la reacción ante una ley que, para disminuir la siniestralidad en la carretera, obligara a que cada conductor llevara un policía al lado para corregirle cuando hace algo mal o multarle si infringe alguna norma de tráfico, poniendo en riesgo su vida y la de los que le rodean? Pues algo así es lo que se propone a los padres para evitar que sus hijos realicen «maniobras peligrosas» en las «autopistas de la información»: a los menores les venden el coche antes de tiempo, les cobran por circular sin poner ningún tipo de señal, freno o barrera y, además, quieren obligar a los padres a ser sus copilotos para evitar «accidentes».

Me pregunto: ¿por qué no se diseñan campañas publicitarias explicando a los niños (y a los adultos) que se puede vivir sin Smartphone?, ¿por qué no se idean procedimientos de registro fiables para evitar que miles y miles de niños estén dados de alta «ilegalmente» en las redes sociales?, ¿por qué no se insiste más en aconsejar a los padres y madres el uso de herramientas para controlar el acceso de sus hijos al ciberespacio?

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