La única forma de tener un amigo es serlo (Emerson, R.W). La amistad, como cualquier otra forma de amor verdadero, tiene en su horizonte no sólo el bien personal sino el bien común de los demás. La ignorancia de este hecho es el peligro, ya que el bien común es, como dicha expresión significa, un bien para todos, que comprende en sí el conjunto de aquellas condiciones y entornos propios de la vida familiar, profesional y social.
Se trata de que los diversos grupos, y cada uno de sus miembros, consigan una vida más plena, lo que facilitará a su vez, cuando así ocurra, la mejora personal y la de los demás que conviven con nosotros. En suma, el desafío es una vida personal profesional y social lograda en comunidad.
Hemos de saber además, en esta aventura de tener amigos, que «no todo amor tiene razón de amistad, sino el que entraña benevolencia, es decir, cuando se ama a alguien de tal manera que se quiere el bien para él. Pero si no se quiere el bien para la persona amada, sino que se apetece el bien para uno mismo en sentido estricto […], ya no hay amor de amistad, sino de sensualidad» (S. Th. II, q. 23, a. 1).
La amistad como virtud
Desde luego quien es intolerante, o el que práctica el individualismo radical, de hecho, al favorecer la dinámica que le es propia y que genera un cierto grado de violencia, por la desunión que la actitud de competitividad genera, ya sea como estrategia o ‘diversión’, quien así piensa no podrá en ningún caso disfrutar de verdaderos amigos. Tendría en todo caso comparsas, es decir, banda, bojiganga, carnaval, comitiva, extra, fanfarria, mascarada, etc. Pero estos personajes, si no cambian, no serán ni compañeros siquiera, ya que no tendrán idoneidad alguna para alcanzar la amistad, aun en el supuesto de que lo desearan. Un persona llega a ser amigo cuando, «al recibir el afecto, lo devuelve o corresponde, y cuando él y el otro son conocedores del mismo» (Ética Eudemiana, 1336 a/1236 b). La pseudoamistad basada sólo en el placer, de la que se dice que es propia de los jóvenes, y la basada en la utilidad que es más frecuente en los adultos, no son amistades verdaderas. La verdadera amistad, la que todos buscamos, la que ansía nuestro corazón, es aquella que se deriva de lo primario y universal de la amistad.
Sólo el amigo en este sentido absoluto, que busca la amistad como virtud, es capaz de tener verdaderos amigos, porque sólo él es capaz de corresponder a la misma (cf. Eudemiana, 1236 a/1236 b).
En suma, esta es la maravilla del sentido de la amistad, que hemos de comprender para poder tener amigos, ya que ésta sólo es posible si es entendida como virtud, es decir, si uno «ama a alguien de la misma manera que se ama a sí mismo» (Tomás de Aquino, Questiones disputatae, De spe, a. 3, c.), ya que la relación amorosa con uno mismo es de unidad y ésta debe ser el paradigma a seguir. La relación de amor con los demás, por ello, ha de ser coloreada de lealtad y correspondencia. La unidad, además, -no debe olvidarse- «es más noble que la unión misma» (Tomás de Aquino, Suma de Teología, II-II, q. 26, a. 4.). Así pues, los amigos no surgen por generación espontánea. Los amigos hay que buscarlos como a un tesoro, elegirlos bien y cultivarlos; pero ello supone tener capacidad, aptitud, fuerza, las ‘herramientas’ necesarias para dicha aventura. Para tener amigos hay que tener un cierto nivel humano.
La aptitud para tener amigos, como para cualquier tarea humana, no se puede improvisar. Sin embargo, sí podemos ejercitarnos en desarrollar ciertas fuerzas o virtudes que la hacen posible. Entrenamiento que puede ser algo complejo a causa de las numerosas virtudes humanas que hemos de desarrollar, pero no es una tarea imposible. La amistad es un tipo de amor y el amor implica ejercitarse previamente en darse. Las cualidades que florecerán serán los pilares de la amistad misma. Estas cualidades o virtudes son al menos las siguientes: el respeto y la tolerancia, el equilibrio justo en las relaciones, la paciencia, la fidelidad, evitar la dependencia excesiva, la lealtad, la veracidad, la generosidad y la prudencia. Por el contrario, la utilidad y el placer no son sendas que lleven a la amistad verdadera, sí lo es la de la virtud. En realidad, hemos de recordar todos -jóvenes y menos jóvenes- que la apariencia de amistad, que se esconde en el mundo pragmático actual, basada en la utilidad y el placer, es un engaño. Quien transita por estos senderos no encontrará amigos, ya que en dicho escenario el único valor que prevalece es el interés individual, cuyo único valor añadido posible será el ‘precio’.
La utilidad y el placer no dan lo que prometen, no conducen al paraíso, más bien como ocurrió a los marineros de la tripulación de Ulises, que desembarcaron en la isla de Eea, y, quienes seducidos por el canto dulce de la hechicera Circe y tras tomar la pócima que la maga les ofreció, fueron transformados en cerdos; excepto el prudente Euríloco que sospechó la amenaza. Ulises, más tarde, partió para el rescate de sus hombres. En el camino fue interceptado por Hermes, quien le aconsejo que tomase como antídoto el allium moly, planta medicinal, que le protegió del fatídico destino.
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