Esencial. Quien les escribe es hijo único, mis padres me llevaron a campamentos desde que contaba con 7 años. En muchos de ellos aprendí a compartir la cantimplora, la linterna, la vida. Los hijos únicos valoramos sobremanera la amistad, el vínculo que gustosamente compromete.
Tenemos en la actualidad niños que no comparten, porque no tienen hermanos, porque les sobran los juguetes, porque no se les corrige cuando gritan «¡mío!».
De toda la vida es el recuerdo del compañero que no dejaba los apuntes tomados en clase, del que jugando al «foot-ball» era un «chupón». Compartir un amanecer, una angustia, nos hace hermanos. Compartir el tiempo, la alegría, la conversación. Prestar dinero al amigo, dejar los libros… ¡Hacer niños egoístas (¡porque se hacen, se «fabrican»!) es una desgracia para la sociedad y una desdicha futura para el hoy niño.
Disfrutamos de gente altruista, grupal, que alienta la reunión, la tertulia, que gusta de generar y transmitir felicidad. Otros por contra son huraños, huidizos, insufriblemente egoístas, se consumen en la envidia. Fíjense a su alrededor, hay quien nada comparte, todo lo que hace es para él, un individualista que gusta de ser ayudado, pero que no se compromete.
A compartir se aprende compartiendo, viendo como disfrutan haciéndolo sus mayores.Incluirse en equipos deportivos, en grupos de teatro, en orfeones… es una magnífica forma de compartir, de minusvalorar el «yo» de enriquecerse en y con el otro.
He visto y veo a muchísimos voluntarios, a gente que se compromete y comparte hasta con aquellos que no conoce y nunca va a conocer. Me emociono cuando observo a niños y jóvenes con gravísimas enfermedades que sin poder salir del hospital, van por las habitaciones repartiendo esperanza e ilusiones a otros niños que son pacientes.Hay que vivir la solidaridad, o lo que es igual, ensanchar el «nosotros».
Debemos facilitarles que desde pequeños se relacionen con personas más desfavorecidas, que se impliquen, que compartan sus juguetes (¡que regalen alguno nuevo!), que dediquen tiempo (¡su tiempo!), sin obtener ningún pago sino el privilegio de hacerlo, que disfruten ayudando.
Dar es una virtud y una suerte, hay gente que lo tiene todo ¿todo? Y se siente vacía. Y es que, como dijo R. Tagore, «buscas la alegría en torno a ti y en el mundo. ¿No sabes que sólo nace en el fondo del corazón?». La solidaridad se ha de practicar desde que se posee «uso de razón». A los niños les enorgullece pensar que pueden ser útiles de verdad.
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