Nos guste o no, son ya pocos los que pueden permitirse vivir sin compartir la escalera. Podemos amarlos, odiarlos, ignorarlos, envidiarlos… pero el caso es que ahí están el vecino del quinto, la mujer del conserje y el juergas que vive justo encima de nuestro piso. Ya que nos cruzamos con ellos todos los días del año, pase lo que pase, ¿por qué no procurar crear entre todos un ambiente de respeto y convivencia que nos haga la vida en común más agradable?
Nadie pone en duda que es mejor tener amigos que enemigos, y mucho más dentro de un mismo edificio. Pero no sólo se trata de poder contar con una sonrisa en el ascensor, sino que poder dialogar y llegar a acuerdos en las reuniones de propietarios sin que corran la sangre o los insultos, contar con alguien de confianza que nos riegue las plantas en vacaciones, e incluso posibilitar que, al coincidir un domingo en las escaleras, resulte natural «enganchar» con alguno de nuestros vecinos para ir a tomar juntos unas cañitas…
Hoy por ti…
¿Y cómo? El único camino posible para entablar unas relaciones sencillamente aceptables y buenas será el del ejemplo.
Vivir en un vecindario no tiene por qué significar sentirnos recortados. Desde luego, no podemos montar un fiestón hasta las 5,00 A.M. cada semana, pero si con una ocasión especial se lo comentamos antes a los vecinos inmediatos y estamos dispuestos a permitir que ellos hagan lo mismo alguna otra vez… quizá no resulte tan duro. Ya se sabe: hoy por tí, y mañana por mí.
Intereses comunes entre vecinos
El primer lugar en el que habrá que imprimir un tono apropiado serán las reuniones de propietarios, donde suelen ser comunes los choques de intereses y -si no ponemos cuidado- la siembra de rencillas entre los asistentes y, por extensión, entre sus familias.
En estas reuniones, además de cumplir el orden del día, debemos esforzarnos con tacto en que nadie olvide que todos somos habitantes del edificio y, por lo tanto, tenemos intereses comunes.
Entre todos, tendremos que decidir cuales son realmente nuestras prioridades y distinguir aquello en lo que no se cederá y lo que puede someterse a negociación. En un momento u otro habrá quien pueda sentirse más perjudicado que el resto, en cuyo caso siempre podremos proponer alguna opción que le compense, o crear un cierto clima de agradecimiento hacia su generosidad y buen talante.
Relaciones entre vecinos: la importancia de un buen comienzo
Cuando nos mudamos a un edificio, debemos presentarnos, al menos, a los vecinos de nuestro descansillo, al presidente de la comunidad y al conserje. No se trata de hacer una visita completa, sino de llamar a una hora prudente, intercambiar unos saludos, ofrecernos para las actividades que organice la comunidad y dejar nuestro teléfono.
Si es otro el nuevo vecino, y no tiene esta iniciativa, estaremos pendientes de «cazarlo» en el portal y presentarnos igualmente.
Los niños son un instrumento excelente para dar estos primeros pasos de acercamiento. Unas pocas carantoñas en el ascensor, una pregunta amable sobre la edad del chaval e invitarlo a jugar con los niños de la casa pueden lograr poner cimiento a una gran amistad intervecinal.
Detalles en la comunidad de vecinos
Además, seremos serios en el cumplimiento de nuestras obligaciones vecinales, como sacar la basura a la hora que se indique -para no dejar malos olores en el edificio- y atender puntualmente a los gastos necesarios para la conservación y mantenimiento de la dignidad del edificio.
Hay otros mil detalles de nuestra vida cotidiana que podemos recordar, como evitar sacudir las alfombras y las migas del mantel en la ventana, o no colgar la ropa chorreando en el patio y esperar a que escurra primero en el baño. Tampoco debemos tender ropa que destiña, ni salir de nuestro piso en bata, pues dañamos la imagen de la casa, en perjuicio de todos los vecinos. Si bien todo el edificio es, en parte, nuestra casa, hasta que no traspasamos el umbral de nuestro piso no estamos realmente en intimidad. Por esta razón resulta muy grosero y descortés mantener conversaciones, posturas y vestidos impropios en las zonas comunes del edificio.
En el garaje, cuidaremos de utilizar el lugar que nos corresponde, y dejando espacio para que los demás vehículos puedan maniobrar sin angustias.
Otro tema importante es el decoro de la fachada, que tendremos que cuidar, evitando colgar ropa en sus balcones o convirtiéndolos en trasteros para los ojos del público.
Aqui no hay quien viva: problemas entre vecinos
Cuando surjan los problemas inevitables entre vecinos será cuando más en serio debamos plantearnos nuestro propósito.
La primera regla es la de hablar. Pase lo que pase, la solución no la encontraremos cotilleando con el resto de los vecinos ni comunicándonos por Tam-tam con la forofa del Rock que vive arriba.
Si nos molesta el volumen de su música, tendremos que decírselo, en tono serio pero sin recriminaciones. Emplear fórmulas como «las paredes son muy finas… lo siento…» pueden ayudarnos a suavizar la situación. Quizá lo tome a mal, y vuelva a las andadas por tozudez, pero si insistimos, a lo mejor dejará de hacerlo.
Tampoco hay que esperar a que se enfaden con nosotros. Si queremos hacer obras, quizá podamos organizar que los martillazos no empiecen el domingo a las 8,00 de la mañana. En cuanto a las fiestas, siempre molestan a los vecinos -sobre todo si acaban tarde-, pero si antes tuvimos al precaución de avisarles, es probable que se sientan agradecidos y en absoluto disgustados por esa noche ruidosa.
Igualmente, antes de enfadarnos nosotros con la del piso de arriba por los golpes a media noche, quizá debamos asegurarnos de que es ella la culpable de los mismos.
Por otra parte, si alguien viene a reclamarnos por algo que hacemos y le molesta, tampoco tiene sentido enfadarse. Tanto si viene de buenas como de malas, una buena técnica será la de escuchar respetuosamente las reclamaciones y asegurar luego que las tendremos en cuenta, por estrafalarias y caprichosas que sean.
Teresa García-Morato
Asesoramiento: Benigno Sáez y Antonio Crespillo
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