Hace pocos días hemos recibido con mayor o menor fortuna las calificaciones de nuestros chiquillos. Han cerrado un ciclo, el del curso escolar, y toca descansar. Más tiempo para jugar, para hacer deporte, para ir de campamento con los amigos y, sobre todo, MÁS TIEMPO PARA ESTAR CON LOS PAPÁS.
Si a nosotros nos dieran calificaciones, ¿cuáles serían nuestras notas? ¿Te las imaginas? ¿Cuántas nos han quedado pendientes? Pues ya sea una o todas ¡tendremos que ver cómo recuperarlas! Hay tiempo. Sólo debemos tener clara la materia y diseñar un buen plan de trabajo para que no se nos escape esta vez el tiempo entre las manos. ¡Ah! Y uno de estos por cada uno de nuestros hijos.
Repasando los contenidos
Hace unos días una de mis hermanas nos contaba por WhatsApp la última genialidad de su fantástica hija de 7 años. Me la imagino perfectamente con su enorme sonrisa y su cara de lista exclamando ¡MAMÁ, DEBERÍAS SER NIÑA, MOLA MUCHÍSIMO!
¡Qué derroche de energía, de optimismo y de ilusión me trasmite esta frase! José Benigno Freire, pedagogo y profesor de la Universidad de Navarra señala la necesidad de cambiar la mentalidad con la que vamos de vacaciones. «Son el tiempo del año que se necesita para poder estar bien psicológicamente, disfrutar y ampliar el patrimonio familiar durante los otros 11 meses. Debemos programar las vacaciones pensando en el trabajo posterior. Son un tiempo de paso, lo estable es el resto».
Y si no encontramos momentos y temporadas para recuperar el espacio perdido puede ocurrirnos que vayamos dejado por el camino esa alegría, esas ganas de vivir y la capacidad de ilusionar a los de alrededor. No podemos consentir que la rutina de cada día, las carreras de las mañanas, los desayunos sin terminar, los atascos, la oficina, la cesta de la compra, las lavadoras, las tutorías, los deberes, las extraescolares, los exámenes, las reuniones, los festivales, los partidos del fin de semana, mantener la casa medianamente ordenada y habitable… se apoderen de nuestra vida.
Podemos caer con gran facilidad en el error de vivir en lo que Steve Covey en su libro Los 7 hábitos de la gente altamente efectiva llama «vivir en el cuadrante 1 y 3». Ocupándonos sólo de tareas urgentes, unas más importantes y otras menos, incluso algunas sin ninguna importancia. Si funcionamos así nos ocurren varias cosas, entre las que está vivir permanentemente estresados y no dedicar el tiempo necesario a las tareas importantes, que son las que realmente nos harán alcanzar nuestra meta final.
El profesor Aquilino Polaino escribe en su artículo ¿Hay algún hombre en casa? «¿Qué le queda a un hijo del trato con sus padres? ¿Cuál es realmente la herencia que más le importa? Lo más importante es el patrimonio vital, es decir, aquellas vivencias que desde niño quedan grabadas en los hijos y que no le abandonarán a lo largo de su vida: recuerdos, experiencias, correcciones, momentos relevantes, alegría compartida, exigencias razonables, respeto por los valores, ratos de conversación profunda e íntima…, en definitiva el estilo de vida singular de cada uno de sus padres. Aquí resulta esencial pasar de «mi» tiempo a «nuestro» tiempo. Pues lo más importante que les queda a los miembros de la familia es precisamente el tiempo compartido entre ellos»
Manos a la obra
Tenemos un extenso periodo vacacional por delante. Durante este verano podría ser una buena idea recolocar las piedras grandes en la relación con nuestros hijos. ¿Conocéis el símil de Covey para explicar cómo debemos priorizar las metas, los objetivos y hasta las pequeñas tareas? Explica que si quieres llenar un jarrón coloca primero las piedras grandes, entre los huecos que estas dejen se podrán colocar las piedras más pequeñas; aún después tendrás espacio para la arena e incluso para algo de agua. Esas piedras grandes son las cosas más importantes de nuestra vida, y la educación de nuestros niños seguro que queremos situarla entre ellas.
Están en un momento en el que ya no requieren nuestra ayuda constante para todo como cuando eran muy pequeños, pero todavía no nos presentan situaciones demasiado peliagudas como lo harán en la adolescencia. Precisamente por eso es ahora cuando podemos abrir caminos de comunicación con ellos, es un momento más que adecuado para unirnos con alguna afición común, debemos acumular buenos recuerdos y crear esa complicidad que luego será fuente de seguridad cuando el suelo comience a temblar bajo sus pies.
Tener conversaciones tranquilas sobre el amor, la vida, la familia… escucharles para conocerles mejor, compartir sus ilusiones, temores y alegrías. Reírnos pasear, descubrir, disfrutar de estar juntos descubriendo lugares nuevos del sitio donde siempre hemos veraneado, construir, explorar, sorprender cada día a alguien de la familia… en definitiva descansar llenando los depósitos para no volver a suspender el curso próximo, al menos en las mismas materias.
Entre los 10 principios para mejorar la autoestima en la familia que nos propone el profesor Polaino encontramos el siguiente:
Tener iniciativa, inquietudes y buen humor, especialmente con el cónyuge
«Estos tres factores son útiles para la autoestima familiar. En España el buen humor no suele escasear. Pero la rutina es un enemigo en las relaciones conyugales y con los hijos. El punto clave es que haya creatividad e iniciativa en la vida de pareja y eso se contagiará a toda la familia. Las mejores horas deben ser para compartir con el esposo o esposa. Ser papá o mamá no debe hacernos olvidar que somos «tú y yo, cariño, nosotros». Creatividad e iniciativa protegen a la pareja de la rutina. Cuando hay rutina, es fácil que uno de los dos busque la «magia» añorada fuera, en otras relaciones. Por el contrario, si la pareja va bien, los hijos aprenden su «educación sentimental» simplemente viendo cómo se tratan papá y mamá, viendo que se admiran, se halagan, se alaban, son cómplices. «Cuando sea mayor trataré a mi mujer como papá a mamá», piensan los niños entusiasmados. Eso les da autoestima.» Y yo añado, y se ponen en nuestro bando.
Aprovecha la infancia de tus hijos en vacaciones
La infancia de nuestros hijos es un tiempo irrepetible para ellos y para nosotros. No se trata de llenar nuestro tiempo de actividades, sino de momentos compartidos. El problema de muchas familias es que viven pero no conviven. Para empezar a convivir en familia, aprovecha el tiempo de vacaciones, intentando:
– Fomentar las tertulias, especialmente las que se inician en las comidas y se prolongan después de comer.
– Limitar el uso de las pantallas que, además de quitar tiempo de juegos, suprime el diálogo en las familias. Aun siendo un recurso cómodo para controlar a los niños, es conveniente restringir su uso.
– Crear un clima de confianza en el que se pueda hablar de todo.
– Dedicar unos minutos en exclusiva a cada hijo a diario, en los que los miremos con atención, sin hacer otra cosa que contemplarlos. Un momento estupendo es por la noche al acostarlos. Los hace sentirse importantes, queridos en una palabra.
– Organizar planes divertidos en familia, como mínimo uno a la semana durante este periodo estival.
No improvisemos las vacaciones. Es cierto que tenemos muchas tareas pendientes, pero pocas son las realmente importantes. Si las descubrimos y les dedicamos el tiempo que necesitan durante estas semanas, el beneficio que obtendremos como familia y cada uno de nosotros para su desarrollo como persona nos impresionará.
Se cumplirá una vez más la ley de Pareto, sólo un 20% de lo que hacemos es la causa del 80% del beneficio que obtenemos. Unas vacaciones bien aprovechadas (menos del 20% del tiempo total del año) producirán el 80% de mejora en nuestra autoestima familiar, nuestra relación matrimonial, la comunicación con nuestros hijos y en muchos aspectos más de nuestra vida familiar.
Mª Jesús Sancho
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