Estamos en racha. En las familias se suceden los eventos. Abril, mayo y junio son los meses en los que más bodas, bautizos y comuniones se celebran. Detrás de los fastos del evento, de los vestidos elegantes y de los regalos, se esconden tres Sacramentos que, a los creyentes, nos ayudarán a acercar a nuestros hijos a la fe y, para todos, son una perfecta oportunidad para crecer en familia.
Los humanos aprendemos de manera más significativa a golpe de emociones. Aquellos recuerdos que se corresponden con vivencias muy emotivas son los que mejor se fijan en nuestra memoria. Por eso, si participamos en una celebración tan significativa como un bautizo, una comunión o una boda, podemos aprovechar para profundizar, no sólo en los aspectos relacionados con la fe si somos creyentes, sino en otros que tienen que ver con la importancia de la familia.
El significado del bautismo
Pensemos en el Bautismo. Este sacramento de iniciación es el que marca la entrada del niño en la comunidad de la Iglesia. De hecho, en muchos lugares el sacerdote sigue saliendo hasta la puerta del templo para recibir a la familia. Los conceptos de pertenencia y comunidad están muy presentes en esta celebración.
También el bautismo es una buena oportunidad para hablar del pecado y de cómo nuestra vida será una lucha constante por superar nuestros puntos débiles. Arturo Cañamares lo explica en su Guía de los Sacramentos para niños, de la colección Paso a paso de Palabra (2016). «Antes de bautizarnos éramos esclavos del pecado, pues nacimos herederos del pecado original», escribe, pero con «las aguas del Bautismo, quedamos limpios de cada pecado para caminar hacia el Cielo, nuestra Tierra Prometida». Para los niños muy pequeños, el signo del agua que limpia es tan visual que les ayuda a comprender el concepto del perdón. Para los más mayores puede suponer un aldabonazo, un recordatorio de cómo deben reconducir sus vidas cada día.
La primera comunión, pero no la única
El caso de la comunión es, quizá, el que más retorno necesita a su significado primigenio. Esta celebración ha perdido parte de su esencia porque la natural fiesta se ha convertido en el centro de atención. Si queremos que nuestros hijos vivan en plenitud, no sólo su comunión, sino la de las personas de su entorno, debemos, en primer lugar, participar de manera habitual en el sacramento de la Eucaristía. Solo así entenderán la «primera comunión» como primera, no como única.
Aunque para los no creyentes es más difícil explicar el misterio que se esconde detrás de este sacramento, es una buena oportunidad para mostrar el valor de la familia y el camino hacia la madurez personal.
Bodas, el valor de una familia que empieza
Respecto a las bodas, serán ocasión propicia para destacar la importancia del amor, del perdón, de la comprensión y la generosidad en la vida en pareja por encima de los mensajes que más abundan en la sociedad, vinculados al éxito, al dinero y a una idea equivocada de felicidad.
En este sentido, no hay que perder de vista que el matrimonio implica un ideal superior a los esposos que «hace que el amor se desee perpetuar y que se perpetúe, de hecho, más allá del hoy e incluso más allá de la muerte», como recuerda el filósofo Fernando Alberca en su libro ¿Quieres casarte conmigo? (Palabra, 2013). Además, en la celebración del matrimonio se muestra la alegría compartida por una familia que nace, con lo que se consolida el valor de esta institución cada vez más denostada.
El regalo como un recuerdo
Un motivo de celebración suele estar ligado a un regalo. El objetivo no es otro que aportar un recuerdo significativo y duradero de ese día. Pero en los últimos años se ha desvirtuado el sentido original de los presentes. El problema no radica tanto en lo que se regale como en que el regalo acabe centrando toda la atención de la celebración.
Si un ansioso niño de comunión va a recibir ese día un teléfono móvil (situación muy habitual) con el que lleva soñando durante mucho tiempo, la celebración del Sacramento quedará para él emocionalmente desligada de su significado religioso y de su trasfondo familiar porque solo recordará que en la comunión le regalaron su primer móvil.
Los regalos deben ser cuidados, significativos y duraderos. No está mal que reciban algo práctico, pero debería ser un regalo puntual. En el caso de las bodas, y en parte en los bautizos, el sentido que esconden los regalos es la colaboración de todas las familias de la comunidad en el nacimiento de una nueva familia. Es el sentido de comunión el que se pone de manifiesto.
El Papa Francisco dijo en una ocasión que un cristiano jamás puede estar triste y, por eso, debe acercarse a la comunión, porque la comunión es la alegría de encontrarse con Jesús. «Nuestra alegría no es algo que nace de tener tantas cosas, sino de haber encontrado a una persona, Jesús, que está entre nosotros», dice el libro El Papa Francisco y la Primera Comunión. El encuentro con Jesús, la verdadera alegría. (Palabra, 2016)
Fiestas en su justo término
El juez de menores Emilio Calatayud, famoso por su sentido común y su claridad expositiva, denunciaba recientemente la locura en la que se han convertido las celebraciones de los sacramentos, en particular de la comunión. De una comida o merienda familiar en casa o en un sencillo restaurante, quizá con algunos juegos preparados para niños, se ha pasado a celebraciones que parecen bodas en miniatura.
La preparación de los niños, que debería consistir en un acompañamiento catequético compartido por la parroquia y la familia, acaba centrada en detalles nimios, como el vestido o el peinado, hasta el punto de que a una niña de nueve años la arreglen en la peluquería después de haber probado días antes varios modelos.
La fiesta debería ser un recordatorio del motivo que la origina, que es la participación en un sacramento. Hay que cuidar que los invitados se sientan bien acogidos para que se sepan partícipes de esa alegría compartida, pero evitando los excesos.
‘Niño, estate quieto ya’
Nos han invitado a una celebración. Si tenemos hijos pequeños, dudamos si llevarlos a la iglesia porque no saben estarse quietos. Si son mayores, tememos sus protestas por el rato que les va a tocar estar «aburridos». El ideal sería que nuestros hijos entendiesen el sentido profundo de la celebración a la que han sido invitados. La realidad es que probablemente «desconecten» bastante rato. Pero no por ello debemos dejar de aprovechar esta oportunidad.
Para las familias creyentes, la celebración de Sacramentos no habituales, como los bautizos, las primeras comuniones o las bodas, se convierte en una oportunidad perfecta para profundizar en la fe. La liturgia es muy cuidada y cada elemento esconde un significado: el agua del bautismo, la vela encendida del cirio pascual, el pan y el vino, las alianzas en el matrimonio…
En cualquier caso, es bueno que los niños aprendan a atender en situaciones que parecen poco divertidas. La generación actual de niños y adolescentes está tan sobreestimulada que encuentra muchas dificultades en concentrarse en un solo punto de atención. Por eso, aprender la disciplina de estar atentos o en silencio en una situación que pueden no comprender en su plenitud, será un buen aprendizaje para su maduración.
Alicia Gadea
Para más información:
Más que juntos (Palabra). Autoras Lucía Martínez Alcalde y María Álvarez de las Asturias
La boda es el comienzo de la aventura de quererse cada día mejor. En el matrimonio, como en toda buena odisea, se sabe la meta, pero no se tiene todo calculado, ni planeado, ni programado. En el camino encontraréis risas, baches, fiestas, preguntas, manos que ayudan, muros, motivos para celebrar, invasiones y sorpresas.
Bailar en la cocina (Palabra). Autor Pep Borrell Vilanova
Un libro que pretender contagiar de una manera sencilla, con pequeños detalles y anécdotas, cómo conseguir un matrimonio disfrutón.
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