A menudo, nos sorprendemos a nosotros mismos gritando a nuestros hijos, incluso cuando sabemos que no es la mejor forma de comunicarnos con ellos. Para comprender por qué siempre acabamos gritando a nuestros hijos y conocer alternativas más saludables, hablamos con Elisa Molina, psicóloga especializada en Psicología Adleriana, neuropsicoeducación, Disciplina Positiva y autora de Educar en calma (Teconté), quien nos invita a reflexionar sobre este tema.
La presión del día a día
El ritmo acelerado de la vida moderna puede ejercer una presión constante sobre los padres. Las responsabilidades laborales, los quehaceres domésticos y las exigencias sociales pueden agotar nuestras reservas de paciencia y energía. En este contexto, es fácil caer en la trampa de la reactividad, respondiendo a las situaciones estresantes con gritos y regañinas.
Según Elisa Molina, este comportamiento reactivo surge cuando nos encontramos en un estado de desbordamiento emocional. «Cuando estamos estresados o cansados, es más probable que recurramos al grito como una forma de liberar esa tensión acumulada», explica la autora. Sin embargo, esta liberación momentánea rara vez conduce a una solución constructiva y puede dañar la relación con nuestros hijos.
¿Por qué gritamos a nuestros hijos?
Los padres podemos gritar a nuestros hijos por una gran variedad de razones, muchas de las cuales están relacionadas con el estrés, la falta de habilidades de comunicación y la dificultad para manejar las emociones. Éstas son algunas de las razones más comunes:
Estrés y presión. La vida moderna puede resultar estresante por las múltiples responsabilidades laborales, financieras y familiares. Cuando los padres se sienten estresados es más probable que recurran al grito como una forma de liberar la tensión acumulada.
Agotamiento emocional. La crianza de los hijos puede ser agotadora, especialmente cuando los padres tienen insomnio, les superan los problemas de comportamiento de los niños o tienen conflictos familiares. El agotamiento emocional puede hacer que sea más difícil para los padres manejar las situaciones de manera calmada.
Modelos de crianza aprendidos. Los padres a menudo reproducen los patrones de crianza que experimentaron en su propia infancia. Si crecieron en un entorno donde los gritos eran comunes, es posible que recurran a esta forma de comunicación cuando se sienten frustrados o molestos.
Falta de habilidades de comunicación efectiva. Algunos padres pueden carecer de habilidades para expresar sus sentimientos y necesidades de manera constructiva. El grito puede convertirse en un mecanismo de defensa cuando no saben cómo comunicarse de manera más efectiva.
Desbordamiento emocional. Los padres también pueden gritar cuando se sienten desbordados emocionalmente. Cuando se enfrentan a situaciones difíciles o estresantes, como una rabieta de un niño o un conflicto familiar, pueden perder el control y recurrir al grito como una forma de expresar su frustración o enojo.
Falta de paciencia. La crianza de los hijos requiere una gran dosis de paciencia y tolerancia. Sin embargo, los padres pueden perder la paciencia cuando se enfrentan a comportamientos que no toleran o que son repetitivos por parte de sus hijos, lo que puede llevar al uso del grito como una forma de intentar controlar la situación.
Es importante reconocer que el grito no es una forma efectiva ni saludable de comunicarse con los hijos. Los padres debemos aprender estrategias para manejar el estrés, mejorar nuestras habilidades de comunicación y desarrollar técnicas de crianza más positivas para construir relaciones sólidas y saludables con los hijos.
¿Qué podemos hacer para mantener la calma?
La importancia de la autorregulación
En lugar de ceder al impulso de gritar, Elisa Molina nos invita a cultivar la autorregulación emocional. Esto implica reconocer nuestras propias emociones y aprender a gestionarlas de manera saludable antes de interactuar con nuestros hijos. «La clave está en detenernos un momento antes de reaccionar», sugiere Molina. Y añade «respirar profundamente y conectar con nuestras emociones nos ayuda a responder de manera más consciente y tranquila».
La autorregulación no solo beneficia a los padres, sino que también establece un ejemplo poderoso para los niños. Cuando los pequeños nos ven manejar nuestras emociones con calma y compasión, están más inclinados a seguir nuestro ejemplo y desarrollar sus propias habilidades de autorregulación.
La comunicación efectiva
Además de la autorregulación, Molina enfatiza la importancia de una comunicación efectiva en la crianza. Esto implica escuchar activamente a nuestros hijos, validar sus sentimientos y expresar nuestras propias necesidades de manera clara y respetuosa. «Cuando nos comunicamos desde un lugar de calma y empatía, fomentamos una conexión más profunda con nuestros hijos», afirma la autora.
En lugar de gritar para imponer nuestro punto de vista, Molina sugiere intentar resolver los conflictos con el diálogo y la negociación. «Invitar a nuestros hijos a participar en la búsqueda de soluciones les enseña habilidades importantes de resolución de problemas y fortalece el vínculo entre padres e hijos», explica.
El camino hacia la crianza consciente
Educar en calma implica un compromiso continuo con nuestro propio crecimiento personal como padres. Requiere que cuestionemos nuestras propias creencias y prácticas, y estemos dispuestos a aprender de nuestros errores. «La crianza consciente no es un destino final, sino un viaje en constante evolución», asegura Elisa Molina.
Al poner en práctica este enfoque basado en la Disciplina Positiva, podemos transformar la forma en que nos relacionamos con nuestros hijos y cultivar un hogar lleno de amor, respeto y armonía. Como señala Elisa Molina, «educar en calma no es simplemente una técnica, sino un estilo de vida basado en el amor y la conexión».
Marisol Nuevo Espín
Asesoramiento: Elisa Molina, psicóloga especializada en Psicología Adleriana, neuropsicoeducación, Disciplina Positiva y autora de Educar en calma (Teconté)
Educar en calma
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