Mirar de soslayo el horario del día que tenemos por delante ya nos genera un ataque de ansiedad. El trabajo, el colegio de los niños, sus deberes, los nuestros, la compra de la semana, la pila de ropa para planchar que no para de crecer… La sensación de no llegar nos hace sentir culpables porque quien suele pagar el pato es quien más queremos: la familia.
Y la consecuencia inmediata es un constante sentimiento de culpa que nos impide disfrutar de lo que de verdad importa. Pero tiene solución, aunque nadie dijo que fuera fácil.
El sentimiento de culpa de los padres
Culpables por no dedicar suficiente tiempo a nuestros hijos, culpables porque ese tiempo no es de calidad, culpables por consentirlos en el poco tiempo que los vemos, culpables por regañarles demasiado, culpables por no generar apego, culpables por no jugar más con ellos, culpables por no fomentar el ejercicio, culpables por no tener una dieta equilibrada, culpables, al fin, por ser padres en el siglo XXI, en España, en medio de la pandemia de coronavirus, en los años de peor crisis económica que recordamos, en un mundo en el que el trabajo, bien escaso, es el que marca los ritmos vitales de nuestra familia.
El sentimiento de culpa se ha instalado en buena parte de las familias de nuestro entorno. Muchos padres experimentan altos grados de frustración por no poder dedicar más tiempo a la familia. Y la frustración va en aumento cuando comprueban que los condicionantes externos a los que están sometidos hacen poco probable que el panorama pueda mejorar.
Inconvenientes para sacar adelante a la familia
El problema radica en que las familias del siglo XXI y, sobre todo, ahora con la crisis de la pandemia, se están viendo sometidas a diversas fuerzas que, como las que mueven las placas tectónicas en el interior de la tierra, no dejan de provocar terremotos. En primer lugar, aunque la incorporación de la mujer al mercado laboral es un hecho desde hace décadas, aún falta camino por recorrer para que las piezas del puzle encajen.
Uno de los factores determinantes en el nuevo escenario tras la llegada de la mujer al trabajo fue la paulatina reducción del poder adquisitivo de los salarios. Sumando a la inestabilidad laboral, han convertido el trabajo de los dos miembros de la pareja en una necesidad mucho más que una elección.
Y como necesidad, los trabajadores evitan demandar que el ámbito laboral invada espacios propios de su vida personal: ahora con el teletrabajo se hacen más horas laborales en casa que antes en las oficinas, se aceptan las horas extra, prácticamente ningún trabajador osa exigir el cumplimiento de su jornada, surgen los miedos paralizantes a la hora de traer un nuevo hijo al mundo… El objetivo es conservar el trabajo a toda costa porque hay una familia que mantener.
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Las crisis económicas se van encadenando
La segunda fuerza que está limitando la libertad de la familia es la crisis económica. Desde que en el año 2007 la quiebra de Lehman Brothers marcase el declive de la economía global, la precarización de salarios y la congelación de los sueldos ha llevado a la mayoría de los trabajadores a dedicar muchas más horas para ganar lo mismo.
Tanto autónomos como empleados han visto reducidos sus ingresos por el trabajo. Los más afortunados, después de confinamientos y toques de queda, son los que lo han mantenido o están en un ERTE, los más desfavorecidos lo han perdido o han tenido que cerrar su empresa.Como además las familias venían de una época de bonanza económica, los gastos mensuales que habían dedicado a materias como educación o vivienda, se habían elevado considerablemente.
La mayoría de los hogares se han apretado en muchos puntos el cinturón prescindiendo de lo superfluo -vacaciones, gastos innecesarios…- pero para mantener lo que consideran imprescindible, han tenido que recortar tiempo en sus familias para buscar más trabajo.
El hecho es que los padres no somos superhéroes y nuestros días no tienen más horas que los de los demás. Nuestros sueldos han caído como los de toda la economía. Prueba de ello es que en los últimos años ha aumentado el porcentaje de salarios destinados a gastos básicos.
El problema de esta situación es que, aunque nos generan un importante sentimiento de culpa, no tenemos posibilidad de cambiar a corto plazo los elementos que más perturban nuestra falta de tiempo para la familia. Para acabar con esa frustración, tenemos que partir de una radiografía realista de cuál es la situación de partida y analizar en qué aspectos de nuestra vida podemos incidir. Si conseguimos sentirnos mejor, conseguiremos que la vida de toda nuestra familia sea mejor.
María Solano
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