Ser padres en el siglo XXI implica entender nuevas realidades de la educación familiar. Nuestros hijos son nativos digitales y procuramos educarles -también- en el uso de unas tecnologías que a veces ni conocemos. Ellos, aún inmersos en un proceso madurativo, en ocasiones ignoran las repercusiones y consecuencias de aquello que dicen o hacen en Internet y en las redes sociales tanto para ellos como para otras personas.
Hace no tanto llegaba Internet a nuestros hogares. Nuestros hijos han nacido con el ordenador y la tablet bajo el brazo, con el Smartphone en el bolsillo, pero para nosotros esta realidad está repleta de aspectos desconocidos. Rodeados de tanta tecnología, los adolescentes sienten la necesidad de compartir lo que les sucede en su vida cotidiana con un entorno para el que ya no existen las barreras espaciotemporales. Durante la adolescencia, el centro de toda esta novedad tecnológica son las redes sociales, que se han convertido en una de las marcas de identidad de esta generación. Ellos usan toda clase de sistemas para comunicarse, compartiendo así un sentimiento de identidad entre ellos.
Qué es una red social
Las redes sociales -para padres del siglo XXI- son sitios web que, de forma simplificada, funcionan como clubes sociales virtuales. Una vez que las personas se unen a la red social y crean su perfil personal, pueden interactuar y conectarse con otros usuarios a los que localizan por complejos algoritmos de búsqueda. Permiten compartir contenidos (texto, foto y vídeo), chatear, opinar sobre el contenido compartido por los demás, y crear comunidades con intereses similares.
¿Por qué tienen tanto éxito entre los adolescentes?
Las redes sociales les abren un abanico inmenso de posibilidades tremendamente atractivas, les permiten comunicarse de manera instantánea con amigos y familiares, conocer nuevas personas, ponerse en contacto con viejos amigos, organizar su vida social, compartir mensajes, vídeos y fotografías o jugar online con otros miembros.
Pero uno de los impulsores principales del consumo de redes entre jóvenes es el cotilleo. Esta realidad tiene dos vertientes distintas, muy peligrosas desde el punto de vista emocional si se hace mal uso de ellas. En primer lugar, destaca el problema de la crítica comunitaria. Criticar o ser criticado en redes sociales, medir el afecto en función del número de «Me gusta», «Favorito» o similares, tiene unas consecuencias mucho mayores que las que se derivan de la convivencia en el mundo real. Las redes sociales magnifican los contenidos al multiplicar su reproducción a través de los perfiles de los demás.
Un segundo aspecto que puede resultar preocupante es el vouyerismo. Las redes se pueden utilizar sencillamente para curiosear la vida de los demás sin que por ello los jóvenes se entrometan o interactúen con esos perfiles que visitan. El problema radica en que se convierte en un hábito que acaba robando tiempo a otras muchas actividades. Según una reciente investigación académica, el 25% de los jóvenes pasa más de dos horas diarias sumergido en las redes. Derivado de esta tendencia a vigilar lo que hacen los demás, aún hay un comportamiento peor, llamado el hate-follow. Consiste en seguir perfiles de personas que no solo no les interesan, sino que encienden su odio.
Sara Pérez López
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