El perfeccionismo enferma. De verdad. Nos obsesiona. Nos angustia. Nos roba la felicidad. Está muy bien querer hacer las cosas lo mejor posible, pero siempre con plena conciencia de nuestras naturales limitaciones y con esa capacidad para perdonar nuestras imperfecciones y las de los demás.
A veces, por culpa de las redes sociales que nos muestran una imagen idealizada de las familias, creemos que nosotros estamos haciendo las cosas mal porque nuestra casa no está perfectamente ordenada, ni nuestro salón es perfectamente adecuado, ni nuestros hijos están perfectamente educados, ni nosotros somos los padres perfectos.
Pero la realidad es que somos la familia perfecta para los nuestros, no hay padres mejores que nosotros para nuestros hijos y nuestros hijos son también lo mejor que nos ha pasado, porque precisamente todas esas imperfecciones contra las que luchamos y todos esos fallos con los que demostramos nuestra paciencia y misericordia son los que nos hacen únicos.
1. La perfección nos obsesiona y nos pone enfermos
No podemos desgastarnos intentando alcanzar estándares irreales ni sentirnos insuficientes. Quizá nuestra vida no es perfecta, nuestra casa es un caos y la mitad de los días vamos tarde, pero tratar de mejorar no nos puede quitar la alegría.
2. Lo mejor es enemigo de lo bueno
Si nos imponemos niveles muy altos de excelencia en la educación o el cuidado de la casa, no disfrutamos del todo lo bueno que hemos logrado, aunque no sea perfecto. Obsesionarnos con la excelencia nos impide disfrutar los pequeños logros cotidianos.
3. Solo si conocemos nuestras limitaciones las afrontamos
Un análisis real de quiénes somos, desde la humildad y con mucha caridad, hará que nos cueste menos aceptar nuestros tropiezos e imperfecciones y podamos empezar de nuevo, viviendo con más paz y autenticidad.
4. Un buen ejemplo de los padres es pedir perdón
Es imposible que no nos equivoquemos nunca, pero si lo reconocemos y tratamos de mejorar, habremos dado una lección inigualable a nuestros hijos: la superación.
5. Los tropiezos de nuestros hijos son su aprendizaje
El camino para hacerse mayor es muy largo y por eso entendemos los errores, limitaciones y dificultades de los hijos como un escalón más para mejorar. Todo ello no son fracasos, sino oportunidades de crecimiento.
6. La libertad de cada uno es un don que nos enriquece
Nadie en casa es exactamente como querríamos que fuera porque todos somos como somos y nos queremos precisamente en esa diferencia tan libre. El amor familiar se valora más cuando aceptamos que somos distintos.
7. Nuestra familia no es perfecta, es “la nuestra”
Lo mejor de nuestra familia no es cómo es, sino qué es. El amor está por encima de las imperfecciones porque en el hogar se nos quiere porque somos, no por cómo somos. Es el verdadero valor de la familia, el amor incondicional.