Empezar el año con buen pie pasa por la tradicional lista de propósitos. Ser más amables, cuidar la vida espiritual, dar las gracias o pedir perdón son buenos ejemplos.
Está muy bien proponerse ir al gimnasio, comer más sano o aprender un nuevo idioma. Pero en nuestra familia podemos aprovechar el arranque del nuevo año para establecer unos compromisos que supondrán un cambio más radical en nuestra vida. Te damos algunas ideas.
- Más gimnasio, pero también del alma. Del mismo modo que cuidamos nuestro físico, debemos cuidar también nuestra vida espiritual porque sólo si miramos hacia el corazón y, para aquellos que somos creyentes, elevamos los ojos al cielo, encajarán las piezas de nuestro día a día. Con nuestros hijos, aplicar unas sencillas rutinas domésticas les ayudará mucho en este sentido: dar las gracias al despertarse, hacer examen de conciencia al acostarse, si somos católicos, bendecir la mesa, ir juntos a misa y hablar de vez en cuando de nuestra vida espiritual.
- Dieta detox, pero también de móviles y redes sociales. Las Navidades son un claro exceso en la mesa, pero no sólo. También es habitual que nos pasemos de tiempo de uso de pantallas y que nuestros hijos, sin clases, extraescolares y tareas, tengan demasiado tiempo disponible porque muchos amigos están con sus familias y lo pierdan en redes sociales. Así que el arranque de año es un momento perfecto para hacer examen de conciencia en este sentido y establecer hábitos y horarios cerrados que limiten el uso de las nuevas tecnologías a lo imprescindible.
- Amables, pero dentro y fuera de casa. La amabilidad hace la vida más sencilla a los demás. Por eso es tan importante que la cuidemos. A veces, nos cuesta menos ser amables con los desconocidos y sonreír al conductor del autobús que serlo con los que convivimos. Por eso, el compromiso de este año puede ser acostumbrarnos a decir una palabra amable a todos en la familia cada vez que nos los encontramos por la casa. No cuesta nada y genera un clima mucho más agradable en el que vivir.
- Alegres, pero no sólo en los días buenos. Lo de poner al mal tiempo buena cara es un imprescindible entre nuestros compromisos familiares. Y se consigue entrenando, una y otra vez, porque lo habitual es que la vida nos lleve de oportunidades para poner en práctica esta virtud. Aprender a sonreír frente a las muchas pequeñas contrariedades inesperadas que surgen cada jornada es la mejor manera de trabajar una alegría que no se basa en una inexistente perfección sino en la manera en la que nos tomamos las cosas.
- Decimos “te quiero”, aunque a veces nos cueste. Aunque “obras son amores”, es muy bueno verbalizar que queremos a las personas que nos rodean. Ser más expresivos los unos con los otros, cuidar los pequeños detalles de cariño en el seno del hogar, generará un entorno en el que la vida sea mucho más sencilla y se convierta en el referente tanto para nosotros como para nuestros hijos. Y se logra con gestos tan pequeños como dar los buenos días y las buenas noches o preguntar qué tal le ha ido al que acaba de llegar a casa.
- Guardamos silencio cuando nos apetece quejarnos. No significa que no haya que decir las cosas cuando es necesario. Significa que no hay que decirlo todo siempre. En muchas ocasiones, callarse una queja de algo que no va a tener solución ayuda a que parezca menos importante y nos impulsa a soportar mejor lo sobrevenido o a buscar con más optimismo otra forma de llegar al mismo punto. Además, para nuestros hijos supone un empuje a su capacidad de resiliencia, de fortaleza y de gestión de la frustración.
- Miramos el lado positivo de la vida cuando nuestros planes no salen. Es uno de los compromisos más difíciles de cumplir porque en la sociedad actual tendemos a ser muy voluntaristas. Cuando las cosas no salen como queremos o como teníamos planeado, cuando nos hemos esforzado mucho y los resultados alcanzados no son los deseados, es muy fácil caer en el error de volvernos pesimistas. Nuestro propósito de año nuevo tiene que ser mirar el lado positivo porque cualquier caída es una oportunidad para mejorar.
- Damos las gracias, pero también cuando las cosas salen al revés. Es muy difícil aprender a ser agradecidos cuando algo no ha salido como esperábamos. Por eso este compromiso tiene especial importancia para nosotros y para nuestros hijos. Consiste en darnos cuenta de que un suspenso nos hará mejores estudiantes y un guiso quemado, mejores cocineros. Y de que tenemos la suerte de poder aprobar la asignatura y repetir el menú otro día. Ese agradecimiento no sólo con lo bueno sino también con lo malo cambia la perspectiva sobre la vida y garantiza nuestra felicidad.
María Solano Altaba