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Cómo prevenir el síndrome del nido vacío

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Nos podemos preguntar: ¿por qué nos casamos? Y la respuesta es clara: por amor, y para amarnos el resto de la vida. Nadie quiere casarse solo por una temporada. El amor es una llamada que nos ilumina la vida y nos hace felices si nos preocupamos de cuidarlo. Se trata de hacer de la vida una vida de amor, de plasmar ese amor en detalles concretos cada día. Hace falta enamorarse, admirarse, ilusionarse, emocionarse con el otro.

Normalmente, la vida nos sonríe y nos regala unos hijos. Es lo más importante, nuevo y maravilloso que nos puede suceder. Pero a veces nos quedamos atrapados en ello y descuidamos nuestro amor por diversos motivos. Por el reclamo de los hijos cuando son pequeños, por querer que aprendan miles de cosas, por no marcar unas normas claras, porque se convierten en adolescentes y nos desconciertan…

Hace falta tener siempre en el punto de mira nuestro amor, que es el que elegimos porque nos enamoró, y el origen de toda la familia. De él surgen los hijos, que son como un chispazo de esa hoguera, que cobra vida, y el mayor de todos los regalos.

Por eso decíamos que el mayor derecho de los hijos es a tener un hogar donde los padres nos queramos de veras, sin sucedáneos. Porque esa es la forma en que se sentirán realmente queridos, podrán madurar, y nuestro amor perdurará.

Cuando llega el síndrome del nido vacío

Pero llega un momento en el que se van de nuestro lado por distintas circunstancias y el nido se queda vacío. Y, ¿qué queda? Lo que hayamos trabajado. Si nos hemos preocupado de que nuestro cónyuge sea el coprotagonista de nuestra vida, y viceversa, todo irá bien. Si vamos cada uno por un lado, será más fácil que falle la estructura. Si no nos centramos en alimentar nuestro amor, en ese momento, quedará una hoguera latente o en cenizas.

Porque en los primeros años nos unen los hijos, sus amigos, el colegio y sus actividades, o sus salidas cuando son mayores. En la siguiente etapa, en la que ‘vuelan’ y nos quedamos solos, todo eso se va y los sentimientos más superficiales desparecen. Solo queda lo profundo, lo trabajado, lo hecho día a día con esfuerzo, con detalles, incluso con sacrificio gustoso por quien amamos. Lo que se mantiene a base de una honda amistad entre los dos. Queda el ‘ser para el otro’, el ‘ser con el otro’, que es lo que nos da más sentido a la vida y nos hace felices.

Se trata de prever esta etapa e ir fomentando la amistad mutua, el agradecimiento, mimando las relaciones familiares, compartiendo ratos agradables, proyectos, tertulias, lecturas, películas, aficiones… para llegar a tener unidad de corazones, para sentir con el otro, para que nos afecten sus estados, sus ilusiones, para ser empáticos, teniendo en cuenta su belleza interior.

Hay que saber crear un ambiente de hogar donde el otro es lo importante, donde se está a gusto, donde hay alegría porque nos ocupamos de los demás. Y eso hará un hábito en nosotros que salvará el amor.

Entonces, la pasión inicial, custodiada por la amistad, nos encamina a quererle con toda el alma y a entregarnos por completo. Y si el otro pone empeño también, nos sentiremos queridos y tendremos una dicha enorme. Porque el amor está llamado a perdurar si lo trabajamos, si no dejamos que se apague su fuego por descuido.

Mª José Calvo. Médico de Familia y fundadora de Optimistas Educando

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