Los padres no son… amigos, entrenadores personales, profesores particulares, personal shoppers, mayordomos y amas de llave… Los padres son y tienen que ser padres del mismo modo que los hijos han de ser hijos. Pero de un tiempo a esta parte, se tienden a confundir los roles en la familia. Con la mejor intención, los padres han provocado que se desdibujen los límites de las relaciones domésticas y quien sale perdiendo en la ecuación es la buena educación de nuestros hijos.
La generación de la que hoy somos padres vivió una infancia marcada por unos roles bien definidos en las familias. Tenía sus pros y sus contras. Las madres cargaban con la mayor parte del trabajo doméstico y se responsabilizaban también de la educación de los hijos en el día a día. Los padres se reservaban para intervenciones estelares en momentos puntuales. Los hijos tenían reservado un papel secundario marcado sobre todo por la obediencia. Independientemente del cariño que se les profesara, su voz no solía tenerse en demasiada consideración.
Hoy, los cambios sociológicos -con la incorporación de la mujer al mercado laboral– y demográficos -con la cada vez más escasa natalidad- así como condicionantes de tipo cultural y económico -las dificultades para la conciliación- han modificado de manera sensible los roles que los distintos miembros de la familia tienen atribuidos para sí. En determinados casos, esas transformaciones han supuesto una deseada mejora.
Por ejemplo, es muy positiva la participación conjunta de padre y madre en las tareas de crianza de los hijos y también se ha ganado terreno en la confianza que los menores tienen respecto de sus padres. Pero hay espacios de sombra en los que la pérdida de roles puede tener consecuencias negativas en la educación.
El análisis de lo que está ocurriendo se puede llevar a cabo desde una doble perspectiva. Un primer análisis nos lleva a estudiar cómo ha cambiado la forma de ser de los hijos. Caben aquí todas las quejas sobre su pérdida de valores, sobre el poco aguante que tienen, sobre lo consentidos que están…
Nos encontramos hijos que, como explica con acierto el exdefensor del Menor de la Comunidad de Madrid Javier Urra están asumiendo el rol de pequeños dictadores. También tenemos hijos que son los amos de sus padres, eternos sirvientes. Y los hay que se creen muy mayores porque utilizan móvil y son incapaces de valerse por sí mismos en tareas cotidianas como hacer una cama o preparar su ropa. Pero en este reportaje no vamos a analizar a los hijos sino los roles de los padres que están generando niños y adolescentes con papeles intercambiados.
Padres, no esposos
Este es uno de los problemas de base de la educación que hoy están recibiendo los niños y adolescentes. En el momento en el que los padres y las madres se vuelcan en exceso en la atención a los menores, se descuida la relación de pareja. Y si ese vínculo entre padre y madre, fundamental para el desarrollo de la familia, se ve debilitado, todo lo demás deja de funcionar.
Como explica la profesora Susana Martínez, psicóloga sanitaria en el Centro de Atención Integral de la Familia de la Universidad Francisco de Vitoria, en un hogar conviven «dos subsistemas, los padres y, por debajo, los hijos». El trabajo de los hijos será intentar pasar por encima de ese esquema. El nuestro, forzarles a que se queden en su lugar. La jerarquía y la estructura familiar son necesarias para trasladar a los hijos los mensajes adecuados.
En este sentido, Martínez recalca la importancia de un discurso común de los padres. Eso no implica que cada uno se comporte de diferente manera, pero la línea de actuación tiene que ser clara y consensuada.
Y la única forma de conseguirlo es que los padres, por encima de padres, sean esposos y hablen.
Reconoce que el panorama ha cambiado sustancialmente. La caída de la natalidad ha convertido a los hijos en un ‘bien preciado’. Esta circunstancia, junto con la menor presencia de los padres en el hogar por sus obligaciones laborales, ha generado esos sentimientos de culpa que llevan a las parejas a volcarse excesivamente en la crianza de los hijos y descuidar la vida en común.
Padres gallina clueca
Un pequeño análisis del tipo de comentarios que hacemos a nuestros hijos y ante nuestros hijos, apoyados además por el conjunto de la sociedad, nos mostrará que dedicamos mucho tiempo a transmitir el mensaje de que ser mayores es terrible. Son muy habituales las quejas por la vida del adulto, las expresiones del tipo «disfruta mientras puedas», los comentarios acerca de la complicación del matrimonio y los suspiros de envidia hacia vidas «más cómodas».
No nos damos cuenta pero todos esos comentarios posiblemente no siempre sentidos pero sí muy reiterados, conforman lo que Susana Martínez llama «mandatos familiares». Esos mandatos conforman el fondo de nuestra educación y los padres están mandando mensajes contradictorios: piden a los hijos que se hagan mayores al tiempo que les invitan a seguir siendo pequeños.
Se produce una curiosa paradoja de la que los niños no saben salir y que no les da pistas sobre cómo comportarse. Por ejemplo, se da la circunstancia de que hay niños muy bien preparados en el área académica porque sus padres están ampliamente preocupados por su futuro profesional pero que, sin embargo, nunca han tenido una obligación doméstica y apenas saben resolver por sí solos los problemas que les surgen. Si se les avería el coche ya en la universidad llaman a sus padres para que ellos llamen a la grúa. Pero podrían hablar con la centralita en cinco idiomas distintos.
«Se produce una discordancia entre los mandatos que queremos transmitir y los que transmitimos», explica Martínez, desde el Centro de Atención Integral de la Familia de la Universidad Francisco de Vitoria. Y esa confusión de mandatos provocará una serie de síntomas en nuestros hijos. La solución es tan sencilla como compleja: necesitamos más introspección.
Padres estudiantes
«Por favor, ¿alguien ‘nos’ puede enviar los deberes de Lengua? Es que se ‘nos’ ha olvidado el libro en el cole». Este mensaje está escrito por una madre un domingo por la tarde en un foro de WhatsApp del grupo de clase de su hijo. La utilización del llamado plural mayestático es una muestra más de lo que está ocurriendo en el proceso educativo: el padre ya no es un mero apoyo puntual a las tareas de sus hijos, sino que se convierte en su mentor hasta el punto de que se toma a pecho cualquier calificación.
El problema de los padres estudiantes se ha extendido en los últimos años.
En parte se debe a una concepción diferente de los niños que son ahora, en plena crisis demográfica, un bien preciado que los padres quieren cuidar hasta el extremo. La educación académica es uno de los aspectos en los que más se esfuerzan por influir los padres, porque consideran que de ella depende el futuro de sus hijos. Y, como explica el profesor Gonzalo Sanz-Magallón, miembro del Instituto de Estudios de la Familia de la Universidad CEU San Pablo, diversos estudios científicos demuestran la relación entre el tiempo que dedican los padres a sus hijos y los resultados académicos.
Pero es fundamental que padres e hijos tengan clara la frontera entres un espacio razonable en que los padres resuelvan una duda puntual y el error de estudiar con ellos tarde tras tarde. La consecuencia será que no tendrán herramientas suficientes para el aprendizaje cuando estén solos. Eso no significa que debamos desocuparnos, sino que debemos aprender cuál es el modo mejor de ocuparnos: por ejemplo, interesándonos por las tareas que tienen, leyendo con ellos, potenciando su capacidad de concentración, ayudándoles a organizar su tiempo… pero no terminando sus deberes como si la calificación del profesor fuera tan nuestra como de nuestros hijos.
Padres permisivos
En uno de sus elocuentes reportajes, el juez de menores Emilio Calatayud, famoso por sus sentencias ejemplares, se lamentaba de la deriva que están tomando las celebraciones de Primera Comunión. Han pasado de ser un motivo de encuentro familiar a verdaderas bodas en miniatura en las que lo más importante es cuántos dispositivos digitales recibirá el niño: móviles, tabletas, relojes conectados con los móviles…
El problema de esta tendencia creciente de suministrar a los hijos todos sus deseos nace de la errónea concepción de que nuestro hijo será «el raro» si es «el único que no lo tiene».
Y nosotros nos ganaremos una crisis familiar con él si decimos no, además de sospechar que pudiéramos perder su confianza.
Educar sobre la base de lo que hace el resto es extremadamente peligroso porque no sabemos qué fines mueven al resto de los padres del entorno. Hay que educar después de ponerle mucho pensamiento crítico compartido en pareja a cada decisión.
Pero qué duda cabe de que es más difícil educar cuando una familia tiene la sensación de remar contra la corriente dominante. Para Mariano Calabuig, presidente del Foro Español de la Familia, hay una buena solución: aunar consensos entre los padres del entorno. Funcionaba así en la anterior generación: los padres de un grupo de niños se ponían de acuerdo en cuestiones logísticas tales como la hora de volver a casa. Hoy sería posible establecer consensos sobre los horarios de utilización de los dispositivos o la edad adecuada para tener el primero.
Porque además solo si los hijos sienten que sus padres están estableciendo límites claros, tendrán la impresión de haberse ganado la autoridad que ostentan. Los hijos esperan de los padres que actúen de tal manera que se sientan protegidos.
Padres colega
Los movimientos sociales tienden a ser pendulares y así ha sido en el caso de la aplicación de la autoridad por parte de los padres. Se ha pasado del autoritarismo de la anterior generación, en el que se marcaban unas distancias muy amplias entre padres e hijos que impedían toda forma de confianza a una permisividad equivocada en que entendemos que los padres debemos ser los mejores amigos de nuestros hijos.
Los numerosos estudios científicos sobre el tipo de paternidad que se han elaborado en los últimos años demuestran, sin ambages, que tan malo es ser excesivamente rígido como ser demasiado permisivo.
Y los padres que quieren ser los mejores amigos de sus hijos suelen pecar de demasiado permisivos.
El problema radica en que los niños esperan tener límites claros. Hoy se ha empoderado demasiado a los niños sin darles las herramientas que les permiten conocer las reglas de juego. Eso les dificulta su posterior desarrollo en la sociedad.
No ser colegas de nuestros hijos no implica que no debamos buscar una confidencia con ellos, como explica Mariano Calabuig desde el Foro de la Familia. Pero la clave de esa confidencia no debe basarse en un trato de igual a igual, que ya tienen con sus amigos, sino en la confianza que genera en los hijos saberse queridos por los padres, la autoridad ganada día a día.
Padres democráticos
En toda familia con más de dos hijos, la democracia es una aberración porque ganaría siempre la dictadura de la mayoría: el menú dejaría de contener verduras y la hora de acostarse ya no sería fija. En la familia ni puede ni debe existir la democracia, pero algunos padres tienen la idea equivocada de que, si son más democráticos, lograrán mejor la confianza de sus hijos.
No hay que ser más democráticos por su bien. Como explica en este mismo número la profesora Inger Enkvist, los padres deben ejercer la autoridad por el bien de sus hijos, para evitar que caigan en aquellos riesgos que por ignorancia desconocen, para adelantarse a las consecuencias que ellos no han sido capaces de prever.
Que las decisiones no se tomen democráticamente no significa que no se deba escuchar el parecer de los hijos.
Al contrario, es imprescindible fomentar la comunicación para que, cuando se toma una decisión jerárquica se hayan tenido en consideración todos los puntos de vista. También podemos dejar que los hijos elijan en algunas cuestiones que nosotros hemos prefijado: por ejemplo, pueden decidir cuál de estas películas quieren ver, pero no pueden elegir cuándo verla o ver otra película que no está en nuestra primera selección.
Padres coach
Salen de una extraescolar para entrar en la siguiente. Practican un instrumento, tres deportes y aprenden dos idiomas fuera de la escuela. Sus padres se dedican con empeño a tener los hijos mejor preparados porque han hecho su leitmotiv de la frase «la mejor herencia que les vamos a dejar es su educación». El problema es que se han equivocado respecto al tipo de educación.
La educación reglada da acceso aparente a unos determinados puestos de trabajo. Pero no es la panacea.
Los niños necesitan estar educados en valores para saberse desenvolver en el mundo.
Además, no solo tienen que aprender tareas complejas de carácter académico, sino que es más importante que desarrollen tareas simples que los conviertan en autosuficientes, tales como prepararse una comida o hacerse solos una maleta.
Los padres coach suelen estropear el vínculo de confianza con sus hijos porque están viviendo a través de ellos la vida que les habría gustado tener, pero no les dejan vivir la suya. La consecuencia es que suelen tener niños frustrados que, además, tienen poco autocontrol porque cuando pierden los nervios los padres no los corrigen y justifican su comportamiento en el cansancio acumulado.
Son ese modelo que se ha venido en llamar ‘padres helicóptero‘, que sobrevuelan en la vida de los niños sin estar allí pero dispuestos a intervenir ante la menor señal de problemas. En este sentido, el profesor Sanz Magallón, de la Universidad CEU San Pablo, recuerda la importancia de la presencia de los padres para el desarrollo personal y académico de los niños.
Diversas investigaciones científicas demuestran el vínculo entre una menor relación con los padres y un mayor índice de fracaso escolar. Además, explica que no se trata solo de que los niños estén vigilados, por ejemplo, por una cuidadora, sino que necesitan la participación de los padres en su día a día para garantizar el éxito en los estudios.
Maria Solano
Te puede interesar:
– Actitudes de padres tóxicos que debes evitar en la educación de tus hijos
– Hiperpaternidad: ¿por qué somos padres sobreprotectores?
– Los hijos de ‘padres helicóptero’ tienen la autoestima más baja
– Las mujeres españolas son las que más tarde tienen a su primer hijo