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El liderazgo en la familia

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Para liderar una familia se debe estar dispuesto a secundar decisiones de la propia pareja; obedecer al otro en ocasiones en las que no apetece, saber pedirle perdón…Podríamos hablar casi de una experiencia universal en cuanto al liderazgo en la familia al decir que «quien no sabe ceder ante el otro, difícilmente sabrá mandar». Quien no sabe apoyar una decisión sensata de su pareja, difícilmente podrá conseguir que su familia tome en serio sus propias iniciativas.

En las familias que gozan de un matrimonio estable, el padre y la madre no suelen ser independientes en sus decisiones. Habitualmente se tienen que coordinar y respetar la recíproca autoridad de forma mutua.

Bases del liderazgo en la familia: respetar la autoridad

«Arbitro comprao’ partido regalao’…!» Cuando ves el fútbol con tus hijos, ¿desautorizas a los árbitros impunemente…? (Otra cosa es mostrar un puntual desacuerdo). Recomendamos respetar la autoridad de aquellos a los que les ha sido otorgada, aunque no sea más que por dar ejemplo a los hijos.

No es tanto el respeto a la decisión, a la norma o a la costumbre como el respeto a la persona revestida del poder legítimo para decidir, dictaminar, etc.

A nadie se le escapa que vivimos en una era en donde el respeto a la autoridad es, en muchos ámbitos, una pieza de museo y el ejemplo de los padres en este aspecto, como en tantos otros, es determinante.

El papel del líder en la familia

Un padre que desautoriza al profesor, al agente de movilidad o al presidente de la comunidad, se perjudica doblemente a sí mismo: priva de fuerza al líder que critica, dificultando la consecución de su servicio y de un plumazo, también se priva él mismo del derecho de ser respetado ante sus hijos, es decir, de su propio liderazgo en la familia. Y no digamos, si a quien se critica es a la propia pareja. Las consecuencias son muy perjudiciales para todos.

Señales externas de respeto que apoyan el liderazgo en la familia

Algunos padres confunden la proximidad a los hijos, con la dejación de derechos y deberes. De modo equivocado, piensan que el respeto que los hijos deben a la autoridad de sus padres es una barrera que les entorpece. Esta circunstancia, de forma más o menos solapada, genera un clima de abandono con peligrosas consecuencias, particularmente en las horas difíciles, en que por el interés del bien común, el padre se puede ver obligado a exigir duros sacrificios.

Sin duda, los tiempos han cambiado, pero eso no quita para que los padres sigan siendo padres, y por tanto, sigan siendo merecedores de señales exteriores de reconocimiento.

Las señales exteriores de respeto no son reminiscencia del pasado, sino elementos importantes que permiten a los hijos mostrar su amor filial y el debido sometimiento a la autoridad de los padres. A la vez, son una manifestación de elegancia y de riqueza cultural y espiritual.

Tal vez, no se trate de hacer formar a toda la familia en el salón cuando llegue mamá de trabajar, pero tampoco es el extremo opuesto; llega mamá o papá y como si entra el gato por debajo de la puerta…

Algunas normas de educación para fomentar el liderazgo

Proponemos que los padres se paren y piensen un plan de entrenamiento en manifestaciones externas de respeto que resalten el valor que representa cada cual en la familia. Este plan se vendría a concretar en una serie de normas básicas de cortesía y educación. Algunas normas de educación que favorecen el liderazgo en la familia son:

–   Saludar con corrección y cariño, sin prisas ni dejadez  
–   Escuchar con paciencia los avisos
–   Callar cuando hablan los padres
–   No contradecir de forma impertinente
–   Cuando sean reprendidos guardar silencio
–   Al comer, no empezar hasta que se siente mamá
–   Dejar que se sirva papá primero, levantarse del «supersillón» para que se siente el abuelo, etc.

Líderes en sincronización dentro de la familia

Las personas son como los instrumentos musicales, que pueden estar afinados o desafinados, ser armónicos o discordantes y que al unirse en una orquesta pueden interpretar las más sublimes melodías u horribles discordancias. Es decir, una pareja con todo a favor, puede armonizarse más o menos según sea cada cual.

Además, los horarios a veces incompatibles y la sobrecarga de tareas, hacen que las posibilidades de coordinación entre los padres no siempre sean fáciles de resolver. A todo esto, debemos añadir la picaresca de los hijos, que saben a quien acudir para conseguir lo que les interesa… «Sabes perfectamente que éstas no son horas de jugar al ordenador, así que apágalo inmediatamente. ¡¡Pero papá me ha dejado!!…». Una posible salida podría ser: «Bueno, tienes razón y tienes todo el derecho de jugar porque papá te ha dejado, pero había una norma que decía que ahora no se podía jugar y no tengo noticia de que se haya quitado esa regla. Por lo tanto, de forma cautelar vas a dejar de jugar hasta que papá y yo hablemos y decidamos que es lo más conveniente», «¡Jo, mamáaa!».

Pienso que en caso de órdenes contradictorias conviene optar por lo más formativo para el hijo y no por lo más cómodo para todos. ¿Y si dos cosas tienen similar carga formativa? Fijarse bien en ese momento y optar por lo que menos le apetece. No es por afán de fastidiar a los hijos, sino para promover la voluntad y el carácter. Lógicamente, en el instante les molesta, en un segundo momento tampoco les importa tanto pero a la larga lo agradecen infinitamente.

Resulta comprensible que ante los intentos de los hijos por salirse con la suya, los padres se sientan vilipendiados, y el orgullo herido les puede llevar a rivalizar con la propia pareja por la popularidad ante los hijos. Pero deben salir de esa ceguera emocional porque si no se corrige esta situación a tiempo pueden ir derivando a diversas formas inadecuadas.

Puede ocurrir, que los hijos vayan tomando partido por uno de los padres en contra del otro, reforzando de esta forma un liderazgo exclusivo. O también puede pasar que los hijos pierdan la confianza en sus padres, incapaces de entenderse.

Ya se ve que esta cuestión es importante y exige por parte de ambos padres un esfuerzo de sincronización elemental y una generosa fuerza de voluntad para gobernar con energía.  Para superar esta posible circunstancia, serán necesarias importantes dosis de comunicación y acuerdo por parte de la pareja.

El liderazgo arrollador de la pareja en la familia

Que el liderazgo sea «reciproco y compartido» no es tarea fácil y en muchos matrimonios se podría hablar más bien de liderazgo «dominante y sumiso». Esto sucede cuando se tiene como condición de la alianza que uno de los cónyuges domina al otro.

Cuando es la mujer la líder o dominadora, el marido revolotea a su alrededor casi sin voz ni voto. Si el hombre tiene un poco más de carácter, las situaciones pueden llegar a ser un poco más tirantes, pero este tenderá a replegarse por complacer a su mujer… o bien evolucionarán hacia la reciprocidad o la separación.

Cuando es el hombre el que domina, la casuística se nos presenta más variada: muchas mujeres tratan de afrontar la situación con asertividad (buen carácter), otras abandonan a sus maridos y muchas otras aceptan y quizás incluso, buscan este tipo de relación, porque no han conocido otra cosa.

Aparentemente, adoptar el papel de sometido es más cómodo pues «yo hago lo que me dicen»… Esta actitud es propia de personas inseguras. La persona que se encuentra bajo el liderazgo de otro se encuentra protegida por el líder: no siente necesidad de tomar decisiones ni de hacer elecciones por sí misma. Sigue el modelo que le presenta su cónyuge. Como decimos, puede parecer más cómodo pero a la larga se vuelve incómodo pues el ser humano no existe para estar «a gusto» sino para realizarse como persona, y la falta de libertad nos hace menos persona. Por tanto, dejarse someter es más fácil, pero no nos hace más felices.

Luis Manuel Martínez, Doctor en Pedagogía

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