Categorías:

Los niños entienden mejor de lo que parece que en su casa hay unas normas

Tabla de contenidos

Superan la etapa de Educación Infantil y sus fronteras se empiezan a ampliar. Reciben invitaciones para pasar una tarde en casa de un amiguito o dormir una noche fuera. Nosotros les vamos dando cotas de libertad con cierto miedo porque lo que vean escapa a nuestro control. Y, cuando vuelven, nos acribillan con mensajes sobre cómo es la vida de los otros. «En casa de ‘Fulanito’ les dejan ver la tele». «En casa de ‘Menganito’ no se acuestan hasta las diez». ¿Cómo evitamos que la vida de los otros no acabe con la nuestra?

En nuestra generación, en nuestra infancia, nuestros padres no se sentían solos a la hora de educar. Sabían que la sociedad les acompañaba en esta difícil tarea, que el entorno era propicio, que allí donde estuvieran sus hijos -el colegio, la calle, las casas de los amigos- iban a recibir los mismos mensajes educativos. El mundo que nos rodeaba era muy homogéneo. Pero hoy nuestros hijos se mueven en un entorno heterogéneo.

La tendencia de la sociedad a veces nos empuja en una dirección diferente de la que nosotros hemos elegido. Y nos toca remar contra corriente. «El mundo de antes nos parece un auténtico paraíso para educar a los hijos. Los padres de entonces raras veces vivieron en un medio distinto del que luego educaron a sus hijos. Un medio que daba lugar a una unanimidad de criterio sobre el énfasis en el trabajo, tiempo para dedicarles ya que no había televisión y el calor de una mesa camilla o una estufa facilitaba el encuentro y conversación con los hijos (un medio donde lo más elemental, comida y vestido, escaseaban, donde los juguetes prácticamente no existían, donde los juegos eran en la calle en que se vivía)».

Esta radiografía tan clara que nos trae David Isaacs en su libro Familias contra corriente (Palabra, 2016) es la que tanto nos preocupa cuando nuestros hijos van creciendo y empiezan no solo a salir del nido sino a entrar en nidos que no son el nuestro. En cada nido, una forma de vida diferente. Y después, una comparación con el estilo de vida propio. Nosotros hemos decidido hacia dónde remamos pero nuestros hijos descubren que hay más direcciones que la que hemos elegido y caminos distintos para llegar. Nos toca el difícil equilibrio entre no criticar a su entorno, mantener nuestro rumbo -en este caso marcado por nuestras costumbres-, conseguir que nuestros hijos se adapten a la ruta prefijada y, si es posible, tratar de que comprendan que hacemos lo que consideramos mejor para ellos.

El reto de vivir nuestra propia vida

El reto no es fácil porque ya se han enterado de que existe la vida de los otros. Y si nosotros nos hemos decidido a educar a nuestros hijos en las virtudes y conducirlos por el camino de la exigencia, es posible que prefieran esa vida de los otros -más cómoda, con menos obligaciones y más caprichos- que la nuestra. Sabemos que tenemos no solo potestad de educar y el derecho a hacerlo, sino también el deber de formar moralmente a nuestros hijos.

De modo que no podemos dejarnos llevar por esa corriente dominante. Nuestra obligación es definir el rumbo. Pero, al mismo tiempo, es imposible pensar en un mundo en el que nuestros hijos no vean, no vivan sobre la corriente dominante. Es el tradicional debate alrededor de la idea de un modelo educativo basado en una burbuja. No suele funcionar porque cuando la burbuja se pincha, nuestros hijos no estarán preparados para asimilar lo que se encuentran fuera.

Si no podemos poner puertas al campo, ¿cómo debemos trasladarles que la vida de los otros es «de los otros» y que la nuestra es nuestra y es la que queremos? Lo cierto es que los niños entienden mejor de lo que parece que en su casa hay unas normas. De hecho, tenemos la experiencia de su capacidad para diferenciar entre lo que pueden hacer en casa de los abuelos, por ejemplo, donde se les consiente más, y lo que pueden hacer con nosotros.

Más aún, los niños demandan siempre una hoja de ruta, unas reglas de juego. Necesitan que las coordenadas que limitan su terreno sean bien conocidas para saber a qué atenerse. De modo que no debemos tener miedo a poner esos límites. Serán pocos, claros y firmes y las consecuencias de su transgresión estarán estipuladas de antemano, para que no fluctúen en función de nuestro estado de ánimo.

Cuando los hijos viven en un entorno no cambiante, con reacciones previsibles ante los acontecimientos, acaban por interiorizar las pautas de comportamiento con bastante naturalidad. Si, además, algunas de esas normas domésticas se convierten en rutina, les costará mucho menos dar cumplimiento, incluso aunque no se planteen el porqué. Después, nuestro reto será que encuentren la razón de ser de esa acción que ellos llevan a cabo por rutina. Por ejemplo, tras la tarea doméstica de ayudar a sacar la basura se esconden conceptos más complejos como familia, generosidad, solidaridad…

Pero si mantener el rumbo es imprescindible, con el ejemplo de los padres como premisa principal, no lo es menos el conseguir que nuestra vida, aun distinta a la de los otros, sea, en su conjunto, la preferida por nuestros hijos. Es decir, el reto educativo llega más allá de los límites y consiste en propiciar un ambiente familiar tan enriquecedor que nuestros hijos lo elijan a pesar de las exigencias que entraña.

Me quedo con mi casa

Las personas basamos buena parte de nuestro sentimiento de seguridad en el de pertenencia. Buscamos entornos en los que no sintamos acogidos. Y el primero es la familia. Por eso es tan importante desarrollar el sentimiento de pertenencia a la familia. Javier Urra, el que fuera primer Defensor del Menor en la Comunidad de Madrid, explica una forma sencilla de generarlo. Basta con reiterar frases como «en la familia ‘Fulanitez Menganitez’ hacemos tal cosa pero no hacemos tal otra».

Y tenemos que conseguir que esas cosas que hacemos sean tan maravillosas que prefieran nuestra casa a la de los demás.

– Una vida más divertida. En casa tienen que estar a gusto, pasarlo bien. Parece una obviedad pero en ocasiones convertimos el hogar en un espacio poco apetecible en el que saltamos de los enfados por hacer los deberes a regañadientes a las duchas entre gritos o las peleas ante el plato de comida.Tenemos que reservar esferas de distracción en familia, momentos que les permitan cosechar gratos recuerdos con los que afiancen el sentimiento de pertenencia. Del mismo modo que solemos ser estrictos con los horarios de estudio, duchas o cenas, debemos imponernos guardar un hueco para la distracción. Lo podemos lograr con la costumbre de participar juntos en algún juego de mesa un día a la semana, ver juntos una película los viernes… Momentos únicos de su familia que no querrían cambiar.

– Alternativas a lo que otros hacen. Si nuestros hijos llegan a casa protestando porque en las casas de sus amigos dedican un buen tiempo del día a la televisión o a la consola, es lógico que nosotros, de acuerdo con nuestros criterios educativos, nos opongamos a cambiar nuestras rutinas. Pero si la crítica a la vida de los otros no es constructiva, si ellos no sienten que tengan alternativas de ocio para esos momentos, no habremos ganado esa batalla porque seguirán pensando que es mejor la vida de los otros.

La respuesta tiene que estar preparada de antemano. La oferta de ocio en nuestra casa para contrarrestar la oferta en otras casas tiene que ser tan apetecible que sea preferible. Por ejemplo, debemos ser muy laxos a la hora de permitirles hacer manualidades, experimentos, recetas de cocina… aunque supongan un trabajo añadido para nosotros porque se van a manchar y van a mancharlo todo. Debemos fomentar las actividades al aire libre, porque les gustan siempre más que las de interior. Y propiciar la lectura, no solo individual sino también en familia. Podemos leer con ellos alguna novela interesante que ellos aún no podrían leer solos.

Con las respuestas preparadas

Con las respuestas preparadas

– Hogar abierto de par en par. El mayor afán de los niños es estar con otros niños. Por eso, si convertimos nuestra casa en punto de referencia para los amigos de nuestros hijos, habremos avanzado bastante en que esa «vida de los otros» no eclipse la nuestra.Si los amigos de nuestros hijos se sienten cómodos en nuestra casa, como en la suya, no solo preferirán venir -con el beneficio que supone para nosotros tenerlos bajo control- sino que reforzarán ante nuestros hijos el mensaje positivo de lo buena que es su familia.

Alicia Gadea

Te puede interesar: 

 Actividades para desarrollar la empatía de los niños

 Cómo organizar las tareas domésticas en familia

 Dar las gracias, ¿cómo enseñar a los niños?

 Padres con inteligencia emocional

Otros artículos interesantes