Con la tendencia a la idealización de la juventud y la asociación de que ésta va ligada al éxito y a la felicidad, parece que es fácil caer en desvalorizar el concepto de la vejez. Esta devaluación, a veces, produce un cisma entre jóvenes y mayores.
Se entiende la juventud casi como un don y no como lo que es, una etapa pasajera de la vida. Todos estamos en el proceso de envejecer desde que nacemos. Si pudiésemos poner en valor lo que significa hacerse mayor podríamos promocionar una imagen más positiva de las personas mayores que ayudaría a una mayor integración de éstas en la sociedad, pues tienen mucho que aportar. Se trata de dar mayor calidad de vida a nuestros adultos mayores y para esto es crucial el rol que se les atribuya.
La familia juega un papel importante en el bienestar de los mayores. Los vínculos estrechos con la familia contribuyen a una mayor salud tanto física como afectiva. Las personas mayores que desempeñan un rol activo dentro de su sistema familiar viven de una forma mucho más satisfactoria que las que no lo tienen.
Poder sentirse tenidos en cuenta, útiles e incluso, en ocasiones, necesarios es fundamental para que alberguen sentimientos tan fundamentales como el de pertenencia o arraigo, seguridad, confianza y valía.
La familia proporciona autoestima a los mayores
Los mayores también enriquecen la vida familiar considerablemente. Generalmente, los abuelos establecen unos vínculos con los nietos muy especiales, libres de exigencias y llenos de incondicionalidad y afecto. Suelen estar disponibles para ellos de una manera quizá más pausada que la que se pueden permitir los propios padres, inmersos en dar respuesta a infinitas demandas y obligaciones de las que los mayores ya se liberaron.
Es labor de la familia y de la sociedad, en general, darles visibilidad y valor frente a las generaciones más jóvenes. Fomentar estos encuentros intergeneracionales resulta muy enriquecedor, sobre todo, en esta crisis sanitaria en la que nos hemos visto obligados al aislamiento.
Sin embargo, no debemos descuidar escenarios, a través de los dispositivos tecnológicos, por ejemplo, para darles la oportunidad a los mayores de poder enseñar y, por qué no, también de poder aprender de los más jóvenes. Hay un intercambio de formas de ver, entender y estar en el mundo.
En estos encuentros, los mayores puedan transmitir a las generaciones que les siguen la cultura, tradiciones y maneras de vivir que forman parte de su historia y que ya quedaron olvidadas. Para los mayores este diálogo con los más jóvenes les permite actualizarse, seguir aprendiendo y tener una mayor apertura a la experiencia.
Facilitar estas relaciones intergeneracionales permite un replanteamiento del concepto que la sociedad tiene sobre la vejez y poder acabar con los mitos que surgen en torno a ella y de esta forma ganar conocimiento y aprecio por esta etapa de la vida.
El miedo a envejecer
En la medida en la que, como sociedad, perdamos el miedo a envejecer y superemos la idea de que la vejez es una etapa de pasividad o retraimiento podremos contemplar esta etapa como otra oportunidad de crecimiento personal en la vida. Es nuestra responsabilidad construir una mejor relación con el proceso de la vejez para poder vivirlo según nos llegue de la mejor manera.
No se trata de confundir la dignidad del envejecimiento con la sabiduría, pero sí de visibilizar y dar un lugar importante a nuestros mayores como personas valiosas e indispensables de nuestra existencia. Las personas necesitan confirmar su existencia a través de un otro significativo.
En definitiva, para las personas mayores el mantenimiento y cuidado de los lazos afectivos familiares son una fuente esencial de gratificación que se traduce en una mayor protección contra el declive físico y cognitivo.
Beatriz Rescalvo. Psicoterapeuta de Adultos, Pareja y Familia de Psicólogos Pozuelo
Te puede interesar:
– Saber envejecer: ¿cómo llevar bien los años que tenemos?
– Test de personalidad: ¿soportas los años que tienes?