¿Qué matrimonios entran en la noción de «recién casados»? ¿Cómo conjugar el «nosotros»? ¿Qué hacer cuando las discusiones van más al fondo? ¿Cómo entenderse y aprender a amar con el cuerpo? Todas estas cuestiones tienen respuesta en el libro Más que juntos. Cómo disfrutar del matrimonio desde el «sí, quiero» (Palabra), de Lucía Martínez Alcalde, una talentosa escritora y comunicadora cuya pasión por las historias humanas la ha llevado a explorar las profundidades del amor y las relaciones.
Con un estilo fresco y auténtico, Lucía Martínez Alcalde, que ha escrito el libro Más que juntos en colaboración con María Álvarez de las Asturias, nos invita a reflexionar sobre la verdadera esencia de estar unidos, desafiando las convenciones y abrazando la belleza de las conexiones genuinas. Su obra no solo resuena en el corazón, sino que también nos inspira a vivir nuestras relaciones con más significado y propósito.
¿Cuáles son las expectativas realistas que una pareja debe tener al iniciar su matrimonio?
Cada uno llega al matrimonio con una mochila cargada de expectativas se alimentan de muchas fuentes: lo que traemos aprendido de casa -lo que nos gusta y lo que no-, relaciones anteriores, trayectoria del propio noviazgo, tópicos transmitidos en las películas, novelas o series… En sí mismas, las expectativas no tienen nada de malo, y es comprensible tenerlas sobre el matrimonio. El punto clave es hablar de ellas, ponerlas encima de la mesa, escuchar las expectativas del otro. Podemos preguntarnos: ¿Qué esperamos cada uno de nuestra relación? ¿Cómo nos imaginamos el matrimonio? ¿Qué dificultades pensamos que nos va a costar más afrontar en nuestro proyecto común? ¿Cómo creemos que vamos a ser juntos tomando decisiones cotidianas o complicadas? Estas cuestiones hay que hablarlas en el noviazgo, y no solo hablarlas, sino también conocernos, en nuestros comportamientos, por ejemplo, cómo funcionamos afrontando una discusión, cómo hacemos equipo al tomar decisiones* Si esta sinceridad y este darse a conocer se da durante el noviazgo, es más fácil llegar al matrimonio con unas expectativas realistas.
¿Qué consejos pueden ayudar a mantener la emoción y el compromiso del día de la boda a lo largo de los años?
Más que «mantener» la emoción y el compromiso, yo diría que hay que hacerlo crecer. En el «sí» que nos damos en la boda está el comienzo del compromiso, pero lo hacemos vida con muchos síes en el día a día. Hay una idea en Más que juntos que yo aprendí de María Álvarez de las Asturias que es: «El compromiso es el recuerdo de que, porque se está muy bien juntos y porque nuestra relación tiene sentido, hemos decidido elegirnos mutuamente». Y esto para cuando «sale solo» y también para cuando tal vez la emoción no acompaña tanto. Con cada sí que decimos en cualquier momento del día, vamos haciendo crecer nuestro compromiso y nuestro amor.
¿Y la emoción?
Me gusta que me preguntes por la emoción, porque a veces ha sido injustamente infravalorada, como si la emoción fuera algo solo para los primeros años de novios o de casados. Pero no: las personas tenemos cabeza, voluntad y corazón, y vivimos vidas más plenas en la medida en que esas tres potencias están más integradas. Habrá épocas en las que tengamos que echar más mano de la voluntad, otras en las que los sentimientos estarán más despiertos… pero la meta es la armonía entre las tres, porque si no, corremos el riesgo de caer en posturas de extremos (voluntarismo, sentimentalismo…) que no nos ayudan a amar bien del todo. Hay que poner a las tres a trabajar conjuntamente: con la cabeza podemos pensar nuevas maneras de conectar más con nuestro cónyuge si llevamos una etapa tal vez más alejados interiormente, el corazón puede impulsar la voluntad a hacer cosas por el otro…
¿Cuáles son los errores más comunes que las parejas cometen al iniciar su vida matrimonial?
Uno de los errores que veo cada vez más es no entender qué significa el matrimonio, qué significa casarse. Desde hace unos años veo proliferar una narrativa de que «nos casamos para celebrar lo que nos queremos y que llevamos ya x años juntos», pero casarse no es un punto de llegada, no es la celebración de haber conseguido llegar al fin de un proyecto conjunto, casarse es el punto de partida, ahí empieza todo, una realidad nueva en el mundo: nuestro matrimonio. Y asimismo sigue muy presente la idea de «casarse es firmar un papel», un mero trámite, pero lo que nos transforma de novios en esposos al pronunciar unas palabras concretas es que son palabras que hacen, son palabras que nos entregan, son palabras que comprometen la libertad y la vida. En la misma línea, hay muchas personas que no aceptan las características constitutivas del matrimonio (uno con una, para siempre, en una relación abierta a la vida).
¿Cómo pueden las parejas evitar caer en estos errores para fortalecer su relación?
Si todo esto lo hemos hablado antes de casarnos y estamos los dos de acuerdo en lo que queremos, eso nos da el marco adecuado para afrontar cualquier roce, desencuentro, problema o crisis, porque sabemos que ambos pisamos el mismo suelo y tenemos claro el proyecto que estamos construyendo. El otro día leí una columna de Miguel Ángel Robles que decía que, en su matrimonio, siempre ha sabido que las discusiones tienen el mismo final (la reconciliación). Me gustó mucho cómo lo expresaba porque es verdad que casarse con la idea de que es para siempre hace que los dos vayáis a trabajar cada día para que ese «para siempre» sea una realidad. Una mentalidad muy distinta a la de «casarse hasta que dure», o hasta que aparezca otra persona, o hasta que no sienta nada más, una mentalidad muy distinta a la de quien tiene el divorcio siempre de algún modo como una vía fácil de escape.
¿Qué recomiendas para la transición de pasar del 2 en 1 al 1 en 2?
Para Pablo (mi marido) y para mí una palabra clave que nos llevamos de nuestro cursillo prematrimonial fue consenso. Consensuar es, ante una decisión que nos atañe a ambos, tomarla entre los dos, después de haber escuchado mutuamente las razones del otro, pensando en el bien de ambos y no solo en el propio. Y, una vez elegida, la decisión es de ambos, aunque la idea inicial fuera de uno o del otro. Es importante no confundir el consenso con el mero ceder. Ceder es como «Yo pierdo esta vez, pero me debes una». Y no se trata de eso. En nuestro cursillo nos explicaban que no podemos ser un matrimonio marcador: «Vamos 1 a 0, 2 a 3…». El consenso no es una negociación en la que cada cual piensa en cada momento qué va a salir ganando, intentando perder lo menos posible. No es enrocarse cada cual en su postura, sino tender lazos que nos unan más.
¿Cuál es la mejor manera de manejar las discusiones para que sean constructivas y no destructivas?
Esto está muy relacionado con lo del consenso que decía antes. También con darle la vuelta al famoso dicho y optar por un «piensa bien y acertarás».
En caso de «batalla», tener claro que el otro no es tu enemigo…
…aunque en ese momento de no ponerse de acuerdo puedas sentir que estáis frente a frente, en vez de en el mismo bando. Es importante intentar mantener la comunicación asertiva: hablar sin atacar al otro («pues es que tú eres…»), más bien hablar desde el propio yo («cuando has hecho esto me he sentido así..»), sin entrar a juzgar sus intenciones (que no las podemos conocer). También es bueno evitar declaraciones muy absolutas, que usan «siempre» o «nunca» como si fueran una condena: «Es que nunca me haces caso cuando te hablo de esto», «Siempre tengo que ser yo el que saca este tema»…, entre otros motivos, porque generalmente no reflejan la realidad y solo contribuyen a enrocarse cada uno más en su posición.
¿Qué técnicas de comunicación nos pueden ayudar a resolver conflictos de pareja de manera saludable?
Es bueno conocerse en cómo somos discutiendo, y esto es algo que hay que ver desde el noviazgo: ¿Cómo reacciono -y reacciona- cuando oigo que algo me molesta? ¿Hablo, caigo en un mutismo enfermizo, grito, vuelco mesas, me muerdo las uñas…? ¿Se me «escapan» los descalificativos de manera rápida? ¿Consigo controlarme para no faltar al respeto al otro en medio de la «batalla»? Y, después de conocerse bien, puede ser útil planear una estrategia -personal y conjunta- para estos casos. Se suele aconsejar que el que esté más calmado en una discusión sea el que pare la bola si la cosa se está poniendo muy negra, y proponga posponer el debate para un momento de mayor serenidad. Por otra parte, el humor es un buen truco para quitar tensiones -aunque siempre con cariño y sin ironías que puedan herir-.
¿No hay que irse a dormir enfadados?
Y, unido a todo esto, el perdón.
Yo suelo recomendar, en un principio, acotar el enfado a menos de 24 horas.
Un día entero es muy largo, pero para quien sea de naturaleza más bien rencorosa, es un primer paso. Empezando a entrenarse así en el perdón, luego la duración del enfado irá disminuyendo. Se aconseja que no hay que irse a dormir enfadados, y es verdad, pero creo que hay que entenderlo bien: la reconciliación del enfado no quiere decir necesariamente la solución del problema o de la causa por la que os habíais enfadado. A veces será mejor irse a dormir y hablar las cosas con más calma al día siguiente. Pero dejando claro que nos seguimos queriendo aunque en este momento estemos disgustados por la discusión. Ahí entra el perdón.
¿Cómo pueden las parejas mantener su individualidad mientras construyen una vida juntos?
El equilibrio entre la individualidad que cada uno es y la unión que habéis creado al casaros no suele surgir automáticamente. Es importante casarse sabiendo que compartimos un orden de prioridades. Nos ahorrará muchos encontronazos. Aunque luego tengamos que rozarnos un poco para ver si llegamos a la misma conclusión juntos frente a un tema concreto, es muy distinto cuando partimos de la misma base, cuando estamos en la misma página. Si para uno lo prioritario es su carrera profesional, y para el otro la familia… el conflicto está asegurado. Tener un orden de prioridades compartido es un punto de inicio. No significa que desde antes de casarnos sepamos cómo nos vamos a organizar al milímetro, qué horas exactas de la semana las vais a dedicar a vuestros hobbies, a los amigos, etcétera. Va más a los cimientos: qué tipo de matrimonio queremos. Y, sobre esa base, se va modulando. Las circunstancias cambian y se pueden tomar las decisiones según cada época de la pareja, pero con una base clara todo es más sencillo, como decía antes. Aquí es donde entra en juego la flexibilidad: las decisiones y maneras de organizarse no son inamovibles. Al casarnos empezamos a ser esposos, pero no dejamos de ser hijos, profesionales, amigos, ni tampoco pianistas, pintores, tenistas -o cualquiera que sean nuestros hobbies-. Y es lógico que sigamos cultivando todas nuestras facetas. Aunque sea haciendo equilibrios.
¿Qué importancia tienen la intimidad física y emocional en un matrimonio saludable?
Necesitamos ser amados y sabernos amados. Y ese amor se experimenta al sentirse deseados, admirados, queridos. No es suficiente con un frío razonamiento («ya sabes que te quiero, no hace falta que te lo diga»). Es necesario recibir muestras de ese amor, que se expresa tanto en palabras como en gestos del cuerpo.
El lenguaje de las relaciones sexuales es un lenguaje propio y distintivo del matrimonio.
Por eso no consiste en una forma de comunicarse más, sino que tiene una importancia especial. Ese lenguaje sexual, esa intimidad compartida, si se vive bien, va acompañada de una intimidad también psicológica y espiritual en un grado que no tienes con ninguna otra persona en el mundo. También creo que tenemos que recuperar la ternura, los gestos de cariño desinteresado. En una atmósfera de ternura, no solo pesan menos los obstáculos, los retos, los desencuentros, los contratiempos… (porque nos sentimos unidos, nos sentimos equipo, sabemos y palpamos que juntos podemos), sino que también surgen más fácilmente y con más frecuencia los actos de servicio mutuo, las expresiones de amor de mil maneras distintas… que a su vez alimentan la ternura. Un círculo virtuoso lleno de cariño.
¿Cómo pueden las parejas cultivar una conexión profunda y satisfactoria en ambos aspectos?
Con una buena comunicación, que nos lleva a ser expertos en el otro, a conocerle en su intimidad y que él nos conozca. Y ser capaces de hablar de todo, lo cual incluye hablar de sexo. Algunas personas creen que esto no debería ser necesario hablar sobre sexo; la experta Esther Perel comenta que los hombres y las mujeres a veces caen en la trampa de pensar que si hay que hablar sobre este tema eso significa que no hay buena conexión sexual y dice: «¿Qué tal si lo repensamos? ¿No tiene más sentido que si sientes que puedes comunicar de manera abierta y con confianza lo que quieres eso es un signo verdadero de una buena conexión sexual?». Creo que es un ejemplo claro de cómo la intimidad emocional y la física se entrelazan y se potencian la una a la otra.
¿Qué papel juega la rutina en el matrimonio? ¿Por qué puede ser tanto beneficiosa como perjudicial?
La rutina tiene muy mala fama, pero no toda rutina es perniciosa en sí. Una parte emocionante y muy bonita de empezar la vida juntos como matrimonio es ir creando costumbres familiares, los modos de hacer propios de esa familia que acabáis de comenzar: las «cenas de cine y pizzas» de los viernes; el aperitivo del domingo en cierta terracita que evoca buenos recuerdos; la celebración de los eventos y aniversarios especiales para vosotros… Por otro lado -no tan emocionantes, pero con su propio encanto cotidiano-, están las rutinas diarias: unos horarios que ordenan sin encorsetar y que facilitan la vida -y, si hay niños de por medio, se convierten en pilares fundamentales-, el beso al llegar a casa, el ritual de poner la mesa mientras el otro saca el lavaplatos* Hay que distinguir la rutina buena de la mala. La mala es la que aparece cuando nos despistamos en el amor, cuando hacemos las cosas de manera automática sin poner amor en ellas, cuando nos acomodamos y perdemos el deseo de amar más y mejor cada día y nos conformamos con «ir tirando».
¿Qué estrategias existen para mantener la chispa en la relación a pesar de la rutina diaria?
Yo lo llamo la Teoría de las A’s: agradecimiento, acogida, admiración, alegría, aventura, aceptación, afecto, acción y ¡a celebrar!
¿Por qué es importante evitar los reproches en la comunicación matrimonial?
Esta es otra de las ideas valiosísimas que aprendí de María escribiendo este libro: las quejas y críticas, con frecuencia, son un grito de amor y de necesidad mal expresado. Por ejemplo, debajo del «Así no puedo vivir, nunca tienes tiempo para mí y mis cosas siempre son las últimas», fácilmente se encuentra una persona que está deseando pasar más tiempo contigo porque te quiere y quiere poder compartir contigo lo que para ella es primordial.
El reproche es un grito de algo que necesitamos y generalmente nace de un deseo.
Por eso es importante, por una parte, aprender a expresar los deseos como deseos, no como quejas o reproches; si lo que quiero decir es «me gustaría mucho pasar más tiempo contigo, porque sigues siendo para mí lo más importante», vamos a decirlo así, sencillamente, y nuestra relación se verá fortalecida. Y, por otra parte, aprender a interpretar esas quejas que recibimos, aprender a ver la necesidad insatisfecha de nuestro cónyuge.
¿Por qué solemos tener siempre problemas con la suegra?
¡Pobres suegras! Lo primero que hay que decir es que a las familias de origen hay que quererlas y cuidarlas, a la propia y a la del otro. Por agradecimiento, por justicia, porque te han dado la vida y han dado la vida a la persona que más amas en el mundo. Lo segundo es que, al casarnos, formamos una nueva familia, distinta a las dos de las que procedemos, y ese cambio a veces también requiere un tiempo de ajuste. Maldita Nerea tiene una canción que se llama «Un planeta llamado nosotros». Al escucharla pensé: ¡Qué manera tan bonita de describir el estar casados! Esa certeza de haber creado algo totalmente nuevo, todo un mundo entre las cuatro paredes de un hogar. Un sitio para «ser nosotros» y construir ese amor para siempre. Pero un planeta no es algo aislado. Un planeta está en un universo, pertenece a un sistema, a una galaxia… donde hay otros planetas, estrellas, satélites. Y todos ellos relacionados entre sí por sus diferentes fuerzas. En algunas situaciones podemos sentir que «nuestro planeta» está siendo invadido. Alguien irrumpe en un momento y de un modo que a nosotros no nos parece acertado. Las invasiones al «nosotros» pueden ser físicas (el cuñado que se autoinvita a tu casa sin preguntar, por ejemplo) o verbales: consejos no pedidos, a veces dichos con muy buena intención, otras sentando cátedra…
¿Qué consejos pueden ayudar a manejar las relaciones con la familia del otro de manera saludable y respetuosa?
Esto es un principio que aprendimos también en nuestro cursillo prematrimonial: «el negociador es el otro». Cuando hay algo que objetivamente nos molesta de la familia política y pensamos que habría que decirlo, cuando hay que tomar una decisión sobre algo que les afecta (por ejemplo, el reparto del tiempo en las vacaciones o en Navidad)… en esos casos, el portavoz de la nueva familia para cada una de las familias de origen es el hijo de sangre (yo hablaré con mis padres sobre la cuestión, Pablo con los suyos). Además, por cariño y por salud mental, conviene salvar la intención todo lo que se pueda. Casi siempre las aparentes invasiones vienen con bandera blanca, no nos olvidemos de eso. Es muy diferente decir: «Ya está tu hermano otra vez metiendo el dedo en el ojo*», a decir: «Ya sé que tu hermano lo hace por ayudar, pero en serio que ahora no es necesario…».
¿Cómo cambia la dinámica matrimonial cuando llegan los hijos?
La llegada de un hijo supone un momento de crisis: una crisis de crecimiento, que altera las relaciones y la rutina en que estábamos a gusto y nos permitía crecer felizmente. Con el bebé, llegan los cambios: desde lo más básico (horarios) a lo más importante (la relación marido-mujer), todo se ve alterado. Con tiempo y cariño, vamos buscando un nuevo equilibrio en el que se incorpora nuestro hijo. En el momento del nacimiento de los hijos y todo lo que rodea esta situación (embarazo, posparto…) es indispensable tener en cuenta los cambios físicos que experimenta la madre. Y en medio del dulce caos que es la llegada de un hijo, no hay que perder de vista el orden de prioridades: primero va el cónyuge, luego los hijos. Es normal que, sobre todo en los primeros meses de un bebé, estemos más volcados (generalmente es más el caso en las madres) en el niño, se nos vayan las fuerzas y el tiempo sobre todo en sus cuidados.
Pero, como explica Mariolina Ceriotti, no podemos volcarnos tanto en ser madre que nos olvidemos de ser mujer y ser esposa.
En este sentido, el marido tiene un papel muy importante en ayudar a integrar los diferentes aspectos de su mujer. Ceriotti dice, además, que lo mejor que se le puede dar a los hijos no es estar encima de ellos 24/7 y atosigarlos de atenciones, sino que vean y experimenten el amor que tienen sus padres entre sí.
¿Qué rol puede jugar la fe y la espiritualidad en fortalecer un matrimonio?
Si hemos contado con Dios en el inicio de nuestro matrimonio, no tendría sentido que nos olvidáramos de Él en el transcurso de nuestra vida matrimonial. Todo se vive con una gracia especial al vivirlo con Dios. En el matrimonio como sacramento Dios da una gracia especial. No se trata solo de que Dios está presente en nuestro matrimonio cuando rezamos o vamos a misa -que también- sino de que podemos contar con él en situaciones cotidianas: cuando conversamos, cuando comemos juntos, cuando discutimos y nos perdonamos, cuando tenemos detalles con el otro, cuando nos encargamos de las cosas del hogar, cuando quedamos con unos amigos… ¡en todo lo que hagamos en común! Está presente también en los momentos difíciles, en los que nos acompaña, sufre con nosotros, nos sostiene y nos ayuda.
¿Cómo pueden las parejas integrar su vida espiritual en su relación diaria?
Creo que es muy bueno que cada miembro del matrimonio cultive su relación personal con Dios: tener unos ratos de oración, asistir a ejercicios espirituales, los sacramentos* En la relación personal con Dios nos llenamos del amor con el que luego tenemos que amar a los demás, en primer lugar a nuestro cónyuge. Además, también puede ayudar compartir en el matrimonio algunas prácticas de piedad (el rezo del Rosario, leer juntos algún libro de lectura espiritual…). Es común en las familias cristianas que la elección de poner a Dios en el centro de su vida se manifieste también con pequeñas acciones como buscar un sitio especial en la casa donde colocar una imagen de la Virgen y/o un crucifijo o la costumbre de bendecir la mesa y otros actos de piedad que se pueden vivir en familia. La vida cristiana nos da múltiples motivos para festejar: vivir el domingo como la fiesta que es, así como el resto de fiestas y tiempos especiales en el calendario litúrgico (Navidad, Semana Santa, Pascua…); la preparación con cariño y sentido verdaderamente cristiano de los sacramentos que se vivan en la familia (bautizos, primeras comuniones…). Me parece que es especialmente importante celebrar el aniversario de boda: recordar ese día, volver a repetir las palabras del consentimiento matrimonial, rezar con las lecturas que se leyeron en la Misa….
¿Cómo pueden las parejas seguir creciendo y evolucionando juntos a lo largo de los años?
Es fundamental no dejar de admirarse del otro: eso implica una mirada de amor del bueno, una mirada que disculpa, que piensa bien, que no prejuzga, que busca, como diría Pedro Salinas «sacar de ti tu mejor tú». También implica una buena comunicación: si cada vez somos más expertos el uno en el otro, seguiremos siendo capaces de descubrir aspectos que nos lleven a la admiración. Y de la admiración, brota naturalmente el agradecimiento: gracias por tenerte en mi vida, qué afortunado soy. Suelo explicar que el agradecimiento no solo se expresa con palabras sino que es una actitud: como considero que es bueno que existas, que estés en mi vida, voy a cuidar de ti, del regalo que eres. Al mismo tiempo, el no parar de conocerse cada vez mejor, nos lleva a ese crecimiento conjunto. Si procuramos vivir esto bien, no nos pasará que nos despertemos un día y no reconozcamos a la persona que tenemos al lado, o eso que a veces se oye de «es que ha cambiado, no es el mismo que cuando nos casamos». Cuando oigo ese tipo de cosas siempre pienso: ¡pues claro que no es el mismo! Las personas crecemos, evolucionamos, vamos madurando… Y, efectivamente, lo podemos hacer separados (con el riesgo que eso supone) o lo podemos hacer en conjunto. El agradecimiento también resulta muy útil para luchar contra la rutina: no dejar de agradecer los pequeños -o no tan pequeños- detalles y servicios que tiene la otra persona contigo es una manera de no acostumbrarnos, de no dejar de valorar cada acto que realiza la persona a quien queremos, de no fallar en descubrir su amor por nosotros hasta en lo más menudo.
Marisol Nuevo Espín
Para más información:
Más que juntos
La boda es el comienzo de la aventura de quererse cada día mejor. En el matrimonio, como en toda buena odisea, se sabe la meta, pero no se tiene todo calculado, ni planeado, ni programado. En el camino encontraréis risas, baches, fiestas, preguntas, manos que ayudan, muros, motivos para celebrar, invasiones y sorpresas.
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