A educar también se aprende. A los padres no nos enseñan a ser padres. Pero si le dedicamos un tiempo a reflexionar para llegar al corazón de nuestros hijos, con los límites que necesitan y la empatía que nos acerca a ellos, habremos conseguido el reto de una buena educación interiorizada, no impuesta.
Un día somos padres. Y entonces nos toca «hablar un idioma nuevo que no hemos aprendido», explica a Hacer Familia Andrea Zambrano, fundadora del proyecto Educar es Emocionar. Ahí estamos nosotros, con unos hijos a nuestro cargo a los que tenemos que guiar, pero con nociones muy básicas de cómo hacerlo, cuando no equivocadas, porque venimos de modelos marcados por un autoritarismo que distanciaba a padres y a hijos y dificultaba enormemente sus relaciones de apego. Lo que Andrea descubrió es que a educar también se aprende.
Si se analizan los modelos educativos previos, que han demostrado su ineficacia en numerosas investigaciones de carácter científico, es que los más antiguos, pecaban de un exceso de autoridad. «No se escuchaba al niño, no se respetaba quién es», y, como consecuencia, no se le dejaba crecer. En un movimiento pendular, se pasó al otro extremo, a una equivocada idea de que no debemos imponer límites por temor a generar frustración en los niños. Eso también fue un error, porque «hay límites y los padres tenemos que imponerlos porque al respetarlos, nos respetamos a nosotros mismos».
La cercanía nos lleva al corazón de nuestros hijos
El cambio que proponen Zambrano y su equipo, después de más de seis años de experiencia transmitiendo estos conceptos a los padres que participan en sus talleres, es un cambio de perspectiva. «Si educamos desde el mismo lugar de siempre, no va a cambiar lo que nada». Y nos propone una mirada diferente a la educación que combine mantener esa necesaria autoridad de los padres con una cercanía mucho mayor a los hijos.
El problema radica en que a los padres a veces nos asusta dar cancha a los hijos en materia educativa porque «nos da miedo que estén ocupando el espacio que antes era nuestro». Pero no se trata de eso. El objetivo no es convertir la educación en una suerte de democracia en la que ya nadie ostenta la autoridad.
«La educación es jerárquica, pero podemos escuchar a los hijos y ser empáticos con ellos».
De lo que se trata con esa escucha es de «estar presentes, no siempre con palabras, a veces con gestos, con hechos», apunta Zambrano. Y el cambio de perspectiva se percibe de inmediato en los hijos, porque los padres les están escuchando y ellos se dan cuenta.
La consecuencia no puede ser más beneficiosa. Cuando los padres descubren esta forma de enfrentar la educación, se sienten empoderados y más cercanos a sus hijos, creen más en ellos y eso les va a permitir hacer que crezcan. Los ven de un modo diferente, se maravillan de todos los aspectos positivos que tienen y, al mejorar la comunicación, también mejora la relación.
En los zapatos del niño con la misión del padre
Creativos y emocionales, empáticos y conscientes de nuestro papel. Así debemos ser los padres para tocar el corazón de nuestros hijos y colocar allí esas normas imprescindibles que necesitan interiorizar para ser buenas personas. «Que el padre se ponga en los zapatos del hijo», explica Andrea Zambrano, fundadora del proyecto Educar es Emocionar.
Los padres tenemos que enfrentarnos al reto de educar a nuestros hijos y, en no pocas ocasiones, nos topamos con que ellos no van a estar de acuerdo en los límites que les imponemos. Zambrano nos anima a que tratemos de interpretar «qué sienten, como ven esa situación». No significa que dejemos de educar, sino que eduquemos conociendo su perspectiva. Eso resolverá buena parte de los problemas de comunicación.
Victoria Molina
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