Aunque a veces protesten y nos demanden más libertad, los niños y los adolescentes prefieren tener los límites bien claros. Sin reglas de juego, sienten que no son importantes para nosotros.
El verano es para descansar. También los hijos. El curso es agobiante y les obliga a llevar un ritmo elevado. Las vacaciones son buen momento para la desconexión sin muchas obligaciones. Pero también hacen falta límites. Pocos y claros. Es el camino para que aprendan a desenvolverse en un mundo que está lleno de reglas de juego.
Cuando les ponemos límites no estamos coartando su libertad. Les estamos enseñando a gestionarla de manera adecuada, dentro de los cauces que consideramos propicios para su edad y su circunstancia. Por ejemplo, en vacaciones van a poder pasar más tiempo con los amigos siempre que respeten la hora de llegada que hayamos decidido. O en vacaciones pueden levantarse cuando quieran, siempre antes de determinado momento. Los límites son el perímetro de un terreno de juego tan amplio que deja mucho margen a la libertad.
Dónde está el límite
A veces cometemos el error de establecer los límites de manera reactiva, es decir, tras una transgresión que consideramos inaceptable. Es natural que nos pase esto. Los padres también tenemos que aprender y nos pasa muchas veces que solo cuando nuestros hijos se portan mal nos damos cuenta de que ahí nos había faltado un límite. Cuando ya nos encontramos en esta situación, es mejor no actuar en caliente. Tranquilos, en frío, con unas horas de margen, revisamos el problema y ponemos la regla adecuada. Si nuestros hijos son suficientemente maduros, incluso pueden participar de este proceso y así se hacen responsables de su propio comportamiento.
El ideal es no tener que llegar al estallido de cólera para poner el límite. Por eso debemos repasar antes qué comportamientos estamos dispuestos a asumir y cuáles no nos parecen tolerables. Los que sean líneas rojas deben ir bien marcados, es decir, debemos comprobar que realmente los han comprendido y hecho suyos (aunque no siempre los compartan)
Consecuencias
En el momento en el que establecemos los límites, podemos dejar ya marcadas cuáles serán las consecuencias de su incumplimiento. De este modo, no será necesario imponer un castigo que viene como de fuera, sino aplicar una norm que nuestros hijos comprenden como propia. No hay riesgo de que actuemos por enfado y, además, las consecuencias están bien relacionadas con el incumplimiento.