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Inteligencia emocional, la asignatura pendiente de algunos padres

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La inteligencia emocional es un recurso muy necesario a la hora de educar.

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La convivencia familiar supone vivir distintas situaciones, desde momentos felices y dignos de recordar siempre hasta otros no tan bonitos y marcados por las discusiones. En este último caso la explosión de emociones puede causar que en lugar de dialogar para dar solución a estas discrepancias, el ambiente se enrarezca hasta el punto de enfrentarnos a nuestros seres más queridos.

En este punto, la inteligencia emocional es una de las claves para poder resolver conflictos. Mucho se habla de esta capacidad en niños y de cómo es importante para poder manejar sus emociones, pero, ¿qué ocurre en el caso de los padres? ¿Saben gestionar todo lo que sienten? Para recordar qué significa este concepto, la Comunidad de Madrid ha elaborado una guía con este fin.

Inteligencia emocional y familia

La inteligencia emocional podría definirse como la capacidad de una persona para manejar una serie de habilidades y actitudes. Entre todos los puntos que la configuran se incluyen la conciencia de uno mismo que permite identificar, expresar y controlar los sentimientos. Gracias a ello, la persona aprende a controlar los impulsos, aprendiendo a controlar la tensión y la ansiedad.

Gracias a la inteligencia emocional, los padres cuentan con mejores opciones de identificar los conflictos, saber qué les ocurre a sus hijos y poder poner fin a estas situaciones. Algo que es importante dada la figura de autoridad que tienen los progenitores en el hogar. Sin embargo, hay momentos en los que pueden verse sobrepasados.

Enfrentarse al desarrollo de un niño no es una tarea sencilla. En especial, los padres primerizos se enfrentan a situaciones que no conocían y que pueden despertar sus peores emociones. Si no se controlan, durante estas riñas los progenitores pueden terminar imponiendo su autoridad de malas maneras, no finalizando de forma correcta el diálogo y demostrando una nula capacidad de empatía respecto a sus hijos.

Trabajar en la inteligencia emocional

El primer paso para poder conseguir una buena inteligencia emocional es tener conciencia de uno mismo. Saber qué se siente y poner nombre a cada una de estas sensaciones es vital. Durante los conflictos familiares, ya sean con la pareja o con los hijos, los padres deben detenerse y repasar todo el carrusel que han vivido en este sentido.

También es importante recordar el desarrollo de la conversación para poder determinar los causantes de estas emociones. De esta forma los padres podrán saber sus debilidades y fortalezas, en qué momentos pudieron mantener la calma y en qué otros se dejaron llevar por sus sentimientos, alterándose y mostrando un carácter que para nada contribuyó a la resolución del conflicto.

La finalidad es conseguir el autocontrol emocional con el que reconocer, dirigir y canalizar las reacciones intensas. El objetivo consiste en mantenerse en un clima donde los sentimientos y sensaciones no lleguen a traducirse en una conducta indeseada. Para ello hay que pasar por distintas fases:

– Tomar conciencia de la emoción que se está experimentando.

– Ser capaz de dar nombre a la emoción. Aunque pueda parecer obvio, ser capaz de esto significa saber qué se siente y por tanto saber si es lo recomendado para la situación.

– Aceptar el sentimiento, liberándolo de valoraciones o juicios prematuros.

– Reconocer los desencadenantes que han dado lugar a estas emociones negativas.

– Trabajar por cambiar aquellos sentimientos que o ayudan en la resolución de conflictos familiares.

Para este fin también será necesario trabajar en la empatía, es decir, la comprensión y sensibilidad hacia los sentimientos de los hijos. Para ello hay que incluir en el currículo emocional una buena capacidad de escucha, reconocer el lenguaje no verbal y también saber callar para que la otra persona puede expresar sus sentimientos. Gracias a esta capacidad será posible profundizar en el mundo interior de los hijos y conocerlos mucho mejor.

Damián Montero

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