Hoy en día, la palabra mandar, como todos sabemos, está mal vista y todos los padres tiemblan ante el apelativo de autoritario. Desde hace unos años, las teorías del permisivismo educativo, tanto en la familia como en el colegio, han degenerado en situaciones paradójicas. Pero, como todos nos damos cuenta, los hijos necesitan tener unos límites claros, unas reglas de convivencia y de comportamiento que les ayuden en su camino. No se trata de coartar, sino de mostrar y de acompañar.
Resulta evidente, en primer lugar, que mandar por mandar no tiene ningún sentido y de que, además, es contraproducente en la educación de nuestros hijos. La autoridad se basa en el cariño, en querer lo mejor para los hijos, en un proyecto familiar sólido, en unos valores… Solo a partir de ahí pueden establecerse los límites y ejercer la autoridad.
La disciplina busca crear un orden y esto debe reflejarse en el estilo de la casa. La idea de mandar como padres debe basarse en ejercer la autoridad en casa sin ser autoritario. Mandar no consiste únicamente en dictar normas sino en crear condiciones idóneas, es decir, poner los medios, facilitar el ambiente. Por eso, el hogar no debe ser solamente un lugar donde se oyen normas y se cumplen deberes, sino un refugio para nuestros hijos, un ambiente estimulante y de convivencia alegre.
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Técnicas para establecer límites y normas en casa
Cuando establecemos las normas que han de vivirse en la familia, ello conlleva un mandato y un límite (y a veces una prohibición). Se trata de todo un arte del que hay que aprender su técnica.
1. Prohibir con claridad. Es muy importante que las normas expresen claramente lo que se limita o prohíbe. Así, hemos de evitar parábolas, metáforas, dejar algo sobreentendido… Ejemplo: No se puede correr por este pasillo, sería una frase correcta; pero si decimos: ¿Qué hacéis aquí? ¿Es que creéis que los pasillos son pistas de atletismo?, sería un mandato incorrecto porque no está formulado con claridad. La retórica, la cara congestionada del que manda, puede impresionar a los niños pero dejan las ideas confusas de lo que se quiere mandar.
2. Siempre que se pueda, hemos de ofrecer alternativas. Ejemplos: Un profesor dice en clase: No hagáis ruido ni habléis en voz alta; siempre que sea en voz baja, podéis preguntar las dudas a los compañeros de al lado, es una frase correcta. No juegues en el pasillo, tienes la habitación para hacerlo, también es una frase correcta.
3. Las normas han de definirse. Ejemplo: no vuelvas muy tarde es una prohibición mal formulada. Lo correcto es decir: La hora de volver a casa es a las nueve (o a las 11,00, o la hora que sea). Otro ejemplo: no lancéis el balón muy alto junto a esta pared, pues a tres metros hay cristales; es una orden incorrectamente formulada, la expresión correcta sería: en esta zona no se puede jugar; podéis jugar en tal sitio.
4. Las normas deben formularse en el momento oportuno. Es necesario que nuestros hijos estén escuchando con seriedad y atención, pues si se encuentran nerviosos porque llegan tarde a clase o tienen un examen al día siguiente o, simplemente, están enfadados por cualquier cosa, no se mostrarán receptivos.
También hay veces que podemos decir las cosas en tono de broma, o medio en serio, y quizá los hijos captan más el estado de ánimo que el contenido de lo que se manda. Otras veces mandamos como rogando las cosas por compasión: ¿Es que no os dais cuenta de que me estáis levantando dolor de cabeza?, ¿queréis hacerme el favor de…? Estas normas, expresadas con lamentos, ya son derrotas «a priori». No son normas; son modos de infundir lástima al que las escucha. Si no estamos seguros de lo que tenemos que mandar, lo mejor en pensar y madurarlo, o no mandar nada. Pero no debemos transmitir inseguridad o falta de confianza en nosotros mismos.
5. Hemos de mandar en forma positiva. Ejemplos correctos: da gusto ver las paredes de esta casa cuando están limpias; mantén limpio el colegio; las sillas son para sentarse, no para pisarlas. Por el contrario, serían incorrectas las frases: No manchéis las paredes, eso es una falta de educación; no arrojéis cosas al suelo, da pena ver como lo dejáis todo; no os subáis a las sillas, las estáis destrozando. Existe una buena razón pedagógica, pues las órdenes negativas suelen destruir el interés de los hijos. La mayor parte de los niños obedecen mejor a mandatos que se enfocan hacia valores positivos, y que favorecen la imagen positiva de sí mismos.
6. Hay que mandar sobre las acciones. Lo que se manda son comportamientos comprobables, susceptibles de evaluación clara, premio o sanción. Ejemplos: siéntate bien; no hables mientras comes; usa papel y lápiz para estudiar matemáticas. Las actitudes no se mandan, se promueven. No podemos mandar a nuestro hijo que sea de una manera o de otra. El interés por el estudio, el respeto a los demás, etc. no se mandan, se educan; es decir, se motiva y se favorece su crecimiento.
7. Respetar la dignidad de las personas. Así, deben evitar insultos, ironías, desprecios, etc. Hay un tono burlón en algunos padres y educadores que al mandar algo, trasmiten al niño un desprecio personal. La obediencia es muy dura y no debemos recargarla con una voz áspera o un tono irónico. Incluso ciertos matices no directamente humillantes, no salvan del todo la autoestima del niño. Ejemplo: tú eres muy pequeño para estar aquí tan tarde; sería mejor decir ya sabes que la televisión se termina a las diez los días laborables. ¿Por qué hay que añadir alusiones personales?
8. Que los hijos participen. Si vamos a imponer un reglamento, ellos tienen algo que decir. Si elaboramos nosotros solos las prohibiciones, sin oír su punto de vista, podemos olvidarnos de lo que un niño puede hacer; y remontarnos a un idealismo poco real. O bien, podemos imponer nuestras manías personales sobre limpieza, orden y urbanidad. No conviene imponer manías, sino «leyes» razonables. Pero, ¡cuidado!, esto no significa diálogo incondicional. Después de escuchar, somos nosotros quienes debemos decidir en qué va a consistir la norma.
Consejos concretos para mandar en casa
– repetir varias veces la misma orden es síntoma de blandura y camino seguro hacia la pérdida de autoridad
– la rapidez con que se cumpla o no se cumpla la orden dada depende, sobre todo, de la autoridad de quien la da. La diligencia en obedecer es hija del respeto que inspira la persona que manda
– no levantar la voz. Que los hijos se habitúen a obedecer «por las buenas» a las exigencias de la obediencia. Casi nunca es útil hacernos obedecer por la fuerza o a gritos.
Por supuesto, cuanto hemos dicho anteriormente debe ser adaptado a las circunstancias concretas de cada hogar y al carácter específico de cada hijo. No es lo mismo hacerse obedecer de un chico que es un manojo de nervios que de otro que tiene un temperamento tranquilo; o de un muchacho de doce años que de un joven de diecisiete; o en una familia con un solo hijo que en una familia numerosa…
Pero, en cualquier caso, el objetivo será siempre el mismo: que nuestro modo de mandar se vaya haciendo más sobrio, más moderado, más natural; que evitemos la inflación de órdenes; y sin caer en el otro extremo: en el abandono de la autoridad, en el dejar que los hijos hagan cuanto les venga en gana sea o no perjudicial para ellos.
Ricardo Regidor
Asesoramiento: Luis Riesgo Ménguez, psicólogo
Más información en el libro El colapso de la autoridad, del autor Leonard Sax. Ed. Palabra.
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