Hay casas de familias en las que entras y de las que no te quieres ir. Tienen los mismos problemas que las otras, pero parece que se llevan mejor. Su truco es la alegría. Una virtud que se puede trabajar.
Siempre vemos la botella medio llena
No se trata de un optimismo fingido sino de una actitud real en la que en cada reto vemos una oportunidad.
El optimismo es contagioso. Una vez que aprendemos a ver la botella medio llena, es raro que la veamos medio vacía. Y cuando algo realmente malo pasa, estas familias consiguen restarle importancia y, unidas, apoyan a al que lo necesita para salir adelante.
Damos las gracias por todo lo que ya tenemos
Las familias felices son las que no se pasan la vida sufriendo por lo que no han logrado, sino que celebran todo aquello de lo que disfrutan.
Un mal endémico de nuestro tiempo es vi ir siempre con l ilusión del futuro, de todo lo que queremos lograr, pero sin mirar al presente, a todo lo que hemos logrado. Ese genera una sensación permanente de insatisfacción y provoca que la vida se nos escurra entre las manos sin que seamos plenamente conscientes.
Celebramos a tope y compartimos la alegría
Cualquier logro de cualquier miembro de la familia merece el aplauso de todos porque en esos hogares la alegría es contagiosa.
Las celebraciones no implican tirar la casa por la ventana. A lo mejor ese día en el que alguien ha aprobado un examen que llevaba suspendiendo varias convocatorias tomamos un postre especial o el que por fin no nos han metido más de diez goles en el partido, el “campeón” elige la comida. Lo importante es que las pequeñas cosas se convierten en exaltación de la alegría.
Nos reímos de nuestros propios errores
Los tropiezos, los defectos, los obstáculos, las limitaciones, no nos restan un ápice de alegría porque los enfrentamos con más alegría.
Una familia optimista no es poco realista. Muy al contrario, asume sus limitaciones sin ningún problema y, a partir de ellas, desde la ilusión, en lugar de la queja, se pone a construir para salvar los obstáculos previstos e imprevistos que se ha encontrado en el camino.
No dramatizamos con los problemas
Es importante hacerles frente, pero en su justa medida. Distinguimos entre los que se pueden resolver, y actuamos, y los que no se pueden resolver, y aceptamos sin que nos afecten en lo demás.
En las familias alegres se valoran las cosas en su justo término para que cada problema que surge no enturbie todo lo demás y haya un contagio masivo de tristeza. No se trata de caer en el relativismo sino de poner cada situación en su verdadero contexto para que no nos afecte más de lo necesario.
Tiramos siempre del sentido del humor
Compartimos chistes y bromas, educamos desde la simpatía, y resaltamos todo lo bueno y divertido que tiene la vida.
No se trata de caer en la superficialidad, sino de centrar la mirada en el lado positivo de las cosas. Una familia alegre, incluso en medio del dolor más extremo, como la pérdida de un ser querido, honra su memoria recordando todos los buenos momentos que pasaron juntos y la persona tan maravillosa que era. Esa es la actitud.
Nuestras casas siempre están abiertas para todos
Se hace buena la frase: “donde comen dos”, comen tres, o cinco, o siete. Los hogares alegres irradian y exportan alegría.
No son casas cerradas ni clubes privados. Al contrario, la puerta siempre está abierta para que los demás disfruten, se contagien de esa alegría y la exporten a sus propios hogares. La alegría no es un mero sentimiento sino una actitud ante la vida. Por eso atrae tanto a todos los que la conocen.
María SOLANO ALTABA
Directora Hacer Familia
Profesora Universidad CEU San Pablo