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Hijos egocéntricos y narcisistas: cómo ser generosos con el próximo

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Se dice de esta generación que son egocéntricos y narcisistas, que su inconformismo tiene poco que ver con la lucha por un mundo mejor y se produce por su escasa capacidad de resiliencia. Sin embargo, también es la generación más tolerante de la historia, y la más abierta a los diferentes.

No se trata solo de atender al ‘nosotros’ sino de ser capaces de mirar hacia el ‘vosotros’. La valoración afectiva que nos aporta ver a los demás contentos es motivación suficiente para realizar el esfuerzo que supone ese hacerse responsable de lo que no nos corresponde.

A los niños y adolescentes no les cuesta sentirse responsables de aquello en lo que perciben una implicación directa: sus libros, su ropa, su habitación. Pero les resulta mucho más complicado entender por qué tienen que ocuparse de tareas en las que no están implicados y de las que no van a obtener beneficio.

Nuestros hijos asimilan sus obligaciones pero les cuesta asumir las obligaciones ajenas que no se han cumplido por el motivo que sea. Es lo que en derecho se conoce como responsabilidad subsidiaria: soportar la responsabilidad del otro aunque no seamos directamente responsables.

¿Esto te suena?

Escena: uno de nuestros hijos sale de su cuarto y en el camino pisotea el jersey que su hermano acaba de dejar tirado en el suelo. «¿Te importaría recogerlo?» «¡Es que no es mío, yo no lo he dejado tirado, es de mi hermano!» Si para los padres es un reto que los hijos se hagan responsables de sus cosas, aún lo es más enseñarles a cuidar del prójimo próximo, transmitirles la idea de bien colectivo que les ayudará a vivir en sociedad.

Con un enorme esfuerzo y gracias a un modelo educativo que arranca en la más tierna infancia, los padres conseguimos que, poco a poco, nuestros hijos se vayan haciendo cargo de sus propias responsabilidades. Al principio los retos son sencillos: vestirse solos, tareas básicas de higiene personal, ordenar sus juguetes… A medida que avanzan los años, desarrollan tareas más complejas: desde preparar su mochila y hacer sus deberes hasta pequeños encargos domésticos.

Los padres nos enorgullecemos al ver la favorable evolución de nuestros hijos. Prueba conseguida: son responsables de lo que les corresponde. Pero, ¿qué ocurre cuando les pedimos que también se hagan responsables de lo que no les corresponde? Con mucha probabilidad, recibiremos respuestas del tipo: «¿por qué tengo que hacerlo yo?», «pídeselo a otro», «la culpa no es mía», «que lo haga el que ha tenido la culpa».

La cuestión gira en torno a la culpa. A los niños y adolescentes no les cuesta sentirse responsables de aquello en lo que perciben una implicación directa: sus libros, su ropa, su habitación. Pero les resulta mucho más complicado entender por qué tienen que ocuparse de tareas en las que no están implicados y de las que no van a obtener beneficio. Asimilan sus obligaciones pero les cuesta asumir las obligaciones ajenas que no se han cumplido por el motivo que sea.

Voluntarios con el de lejos

El origen de esta situación tan habitual radica en que los niños no vienen de serie con el concepto del prójimo próximo interiorizado. Y tampoco hacemos demasiado por inculcárselo. De hecho, ocurre que la sociedad se centra en transmitir el valor de la generosidad, pero con el prójimo lejano.

Muchas escuelas de educación infantil, primaria y secundaria participan en tareas de voluntariado y organizan eventos puntuales para recaudar dinero o hacer acopio de alimentos que irán destinados a unos desconocidos necesitados. Pero pocos centros educativos fomentan la apertura de canales de solidaridad entre los más cercanos. De modo que si preguntamos qué estarían dispuestos a hacer por los demás, en la mayoría de los casos recibiremos respuestas muy solidarias.

De hecho, las cifras demuestran que los adolescentes y jóvenes son muy solidarios. Según datos de la Plataforma del Voluntariado en España, el 34 % de los voluntarios son menores de 35 años y un 17 % no ha cumplido los 25. Una reciente investigación llevada a cabo en Ecuador por la Fundación Telefónica mostró que casi la mitad de los consultados había participado en algún voluntariado en los últimos tres meses y uno de cada tres había donado dinero en ese mismo periodo.

Las generaciones de niños, adolescentes y jóvenes que han venido al mundo con la irrupción digital y la crisis económica han desarrollado características negativas. Y esto se traduce en comportamientos solidarios que antes eran menos habituales.

Más comprensivos con el de cerca

Alberto Royo, profesor de Secundaria y autor de Contra la nueva educación, explica desde su experiencia que estas generaciones tienen muy interiorizados comportamientos como la ayuda en el aula al que se queda un poco rezagado o el apoyo a los compañeros que tienen una discapacidad. De hecho, la presencia cada vez más habitual en las aulas de proyectos de trabajo cooperativo y colaborativo les enseña desde la infancia a trabajar en común, independientemente del nivel académico de cada uno.

Pero todas estas características de nuestros hijos y adolescentes no consiguen resolver ese conflicto con el que arrancábamos: cómo inculcarles que no solo tienen que ser responsables de lo suyo sino también de lo de los demás. En este punto, nos toca luchar con los efectos de una generación sobreprotegida que no sabe lo que supone esforzarse. Y ser generoso requiere, sobre todo, esfuerzo.Las cuatro fases de la solidaridad

Para que vayan interiorizando esta capacidad de esfuerzo, nos podemos plantear el proceso en varias fases. Para José Ángel Paniego, autor de Educar personas solidarias, la primera fase que tenemos que vencer es aquella en la que no se muestran partidarios de cooperar. Es el grado de generosidad más básica. Aún no hay una voluntad de ayudar. De ahí se pasa a la segunda fase en la que la persona solo colabora en la medida en que los demás pidan ayuda. Es decir, su actitud es pasiva y solo se activa ante una solicitud concreta. La tercera fase, marcada ya por la generosidad, llega cuando el niño o adolescente es capaz de pasar de pensar en el ‘yo’ hasta pensar en el ‘nosotros’.

Podemos añadir una cuarta fase, la de la verdadera solidaridad. En este momento, los niños y adolescentes son capaces de empezar a pensar en los demás aunque su esfuerzo no redunde en un beneficio inmediato. No se trata solo de atender al ‘nosotros’ sino de ser capaces de mirar hacia el ‘vosotros’. En esta última fase, la valoración afectiva que nos aporta ver a los demás contentos es motivación suficiente para realizar el esfuerzo que supone ese hacerse responsable de lo que no nos corresponde, incluso de recoger un jersey abandonado por un hermano.

Alicia Gadea

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