Las familias solemos organizar planes compartidos para los hermanos, pero tenemos que cuidar que, en algunas ocasiones, disfruten cada uno de ellos de tiempo y espacio propios para sus aficiones personales o para sus amistades. En ese buen equilibrio entre estar juntos, pero no «revueltos», se irá construyendo su personalidad.
En la vida de los hermanos hay muchos elementos compartidos, comunes, que conforman el núcleo del día a día familiar. Nuestros hijos comparten padres, comparten casa, muchas veces comparten habitación y habitualmente comparten colegio. Son precisamente estos espacios y tiempos compartidos, estos afectos en común, los que van desarrollando los vínculos familiares. Y, a partir de esos, es frecuente que tendamos a generar en nuestros hijos otros ámbitos en los que comparten, como la ropa, las aficiones o los amigos.
No hay nada de malo en que los hermanos compartan experiencias juntos, jueguen con las mismas personas o se vistan igual. Pero los padres debemos guardar un espacio específico para que cada uno de nuestros hijos desarrolle de manera independiente su personalidad. Y serán pequeños detalles los que irán marcando la diferencia, como las aficiones, los gustos o las amistades.
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Definir el estilo de cada uno de los hermanos
Es la foto idílica que quieren la mayoría de los padres: sus hijos vestidos iguales para algún evento familiar. Y es la tónica general en los armarios de muchas casas. Tal vez la ropa de los hermanos no sea idéntica, pero sí el estilo, porque son los padres los que, habitualmente, se ocupan de comprarla.
Pero poco a poco los padres empezamos a notar que los hijos se decantan más por determinado estilo. No se trata de un enfrentamiento como el que suelen tener los adolescentes, sino de un camino mucho más sutil que empieza al final de la infancia y que se va consolidando con el tiempo.
La definición del gusto estético forma parte de la personalidad de nuestros hijos y, por tanto, es lógico que cada uno de ellos desarrolle matices individuales, incluso aunque comparta elementos comunes. Siempre que ellos entiendan que tienen unas normas básicas de decoro que cumplir, no hay problema en que marquen diferencias que definan su personalidad.
Historias para todos los gustos
Es curioso cómo el libro que ha entusiasmado a una persona puede no gustar demasiado a otra. Ocurre algo similar con las películas: las hay para todos los gustos y todos los gustos tienen algo de bueno. En las familias nos ocurre que solemos compartir tanto los libros como la televisión de modo que es frecuente que los hermanos accedan al mismo contenido.
A veces forzamos a unos a que se entusiasmen con las mismas obras que gustaron a los otros, pero no todas las recomendaciones son válidas para todas las personas.
Tenemos que dejar a nuestros hijos desarrollar su propia sensibilidad artística. Esto incluye que puedan elegir, al menos de manera ocasional, en función de sus gustos y criterios. Y que nosotros también aprendamos sobre sus preferencias para poder sorprenderles con aquello que sabemos les va a entusiasmar.
Los amigos de sus amigos
Los hermanos pasan muchas horas juntos y acaban por interactuar como amigos. En muchas situaciones, es probable que los compartan: entre los vecinos, en el lugar de veraneo, incluso en el colegio, donde es frecuente que compartan fiestas de cumpleaños y meriendas en las casas.
Sin embargo, siempre tendrán un grupo de amigos independiente en sus aulas o en alguna actividad extraescolar. Y poco a poco irán estableciendo mayores vínculos de confianza con una o dos personas. Es importante que los padres estemos atentos para poder fomentar planes específicos para cada uno de los hermanos con esos amigos propios.
Una afición para cada hijo
Aunque los padres procuramos fijarnos en las cualidades y capacidades de nuestros hijos para ayudarles a enfocar sus aficiones, muchas veces iniciamos a todos los hermanos en actividades compartidas para que las puedan practicar en familia. No hay nada de malo en ello. Al contrario, eso ayudará especialmente a que afiancen sus lazos familiares.
Pero tenemos que estar alerta en dos supuestos. El primero es que alguno de nuestros hijos muestre un especial rechazo a una afición, porque no se le da bien o porque le impide practicar otras que le gustan especialmente. El segundo es que realmente deseen hacer otra cosa y dedicarle más esfuerzo. En ese caso, tendremos que valorar la manera más adecuada de permitir que desarrollen su propia personalidad.
Victoria De Bodálo
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