Si nuestros hijos se llevan pocos años, la relación que se establece entre ellos se parece más a la propia de los amigos: pasarán muchos ratos jugando juntos y otros peleando. Pero, ¿qué ocurre cuando hay mucha diferencia de edad?
Se pueden dar situaciones diversas que debemos saber detectar para atajar posibles problemas. La relación que se da entre los hermanos en una familia depende de diversos aspectos. Influyen cuestiones como el sexo, las similitudes en el temperamento, si comparten espacios, alguna enfermedad o limitación en uno de los hermanos…
La diferencia de edad entre unos y otros se convierte en aspecto clave porque implica que nuestros hijos tendrán grados de madurez muy diferentes, necesidades propias de cada edad e inquietudes diversas a las que vamos a tener que responder. Los padres tenemos que asumir ese rol que hay que gestionar en una familia que tenga esta particularidad.
La diferencia de edad entre hermanos es más patente cuando hay un gran salto entre unos y otros que cuando en una familia numerosa, el primero y el último se llevan muchos años. En este último supuesto es donde se encuentran mayores diferencias en la relación si no tienen apoyo en hermanos de edades similares. Son las familias en las que prácticamente hay dos ‘hijos únicos’ distanciados entre sí.
Los hermanos mayores no son padres sustitutos
Uno de los problemas más frecuentes cuando los hermanos se llevan muchos años es la posible confusión de su papel con el rol de padre o madre. Es importante hacer partícipes a los hijos en las tareas domésticas, entre ellas, el cuidado de los hermanos menores… pero es necesario no sobrepasar el umbral que convierte a los hermanos mayores en padres sustitutos.
El problema de esta situación es que no solo transforma la relación entre hermanos, sino que además dificulta la relación de cada uno de ellos con los padres, puesto que las figuras de apego y ejemplo pueden verse modificadas. La base del equilibrio está en que los hijos colaboren, pero no tengan una responsabilidad total sobre los menores. Es decir, participan en tareas puntuales, como ayudar en el baño o recoger a la salida del colegio, pero los padres son los encargados de la mayor parte de las tareas, en particular de aquellas en las que el proceso educativo es más relevante.
Celos entre hermanos: más evidentes
En el extremo contrario, si los padres dedican mucho tiempo a uno de los hermanos y el otro se siente infravalorado, se pueden producir situaciones de celos. El problema de los celos entre hermanos se produce porque les cuesta adaptarse a una nueva situación para la que no estaban preparados. Su entorno cambia de manera brusca y les angustia no sentirse seguros.
Los celos no tienen por qué producirse en el momento del nacimiento de un nuevo hermano. Se pueden dar más adelante, cuando hay una mayor interactuación, o en momentos puntuales en los que haya que atender más a uno que a otro. Una buena forma de evitar los celos es hacer partícipes a los hermanos de la vida del recién llegado. También es importante reservar espacios y tiempos específicos para cada hijo, sobre todo en los primeros compases del cambio de circunstancias.
Dos mundos diferentes: la diferencia de edad
La búsqueda de espacios y rutinas diferentes para cada hijo se convierte en una necesidad en el caso de los hermanos que se llevan muchos años porque esa diferencia de edad irá acompañada de una diversidad de intereses no siempre fácil de compaginar. Eso llevará a las familias a tener que buscar la manera de acomodar las agendas para que todos tengan algún tiempo dedicado a lo que les gusta.
Los hijos, en particular los mayores, deben darse cuenta de que la familia se está esforzando en que tengan la vida propia de su edad. Pero también tienen que comprender que habrá momentos en los que necesiten ceder para dedicar el tiempo al más pequeño de la casa.
Adaptarse a cada etapa en función de cada edad
Las circunstancias de las familias con hijos de edades muy distantes van variando a lo largo del tiempo. No es lo mismo tener un adolescente y un bebé, circunstancia en la que los dos hijos demandan mucha atención de los padres, aunque por motivos diferentes, que tener un hijo universitario y otro adolescente.
Los padres tendrán que ir adaptando los comportamientos de cara a sus hijos en función de las circunstancias de cada una de las etapas por las que atraviesan. La clave radica en localizar el modo en el que, en cada momento, se puede engranar una colaboración positiva entre los hermanos para que se genere entre ellos un vínculo.
Por ejemplo, si tenemos un bebé y un niño mayor, podemos encomendarle tareas que sean especialmente gratificantes, como jugar con ellos un rato o entretenerlos durante el baño. También podemos pedirles su colaboración para que nos ayuden en otros momentos, como ponerles el pañal mientras nosotros los cambiamos o distraerles un poco cuando van a comer. Pero no es buena idea que se tengan que ocupar de un niño rebelde que no quiere puré de verduras o que llora cada vez que se mete en la cuna.
Más adelante, cuando cambian las etapas educativas, los mayores pueden crecer en autoestima si les animamos a que ayuden a los pequeños con las tareas escolares. Incluso podemos plantearnos la posibilidad de pagarles una pequeña cantidad si nos ayudan, por ejemplo, en la organización de un cumpleaños con los juegos infantiles. Pero no debemos confiarles sistemáticamente el cuidado de los hermanos cuando ellos deberían estar estudiando o con sus amigos. Podemos recurrir a ellos de manera puntual pero no sistemática. De lo contrario, el vínculo que se generará será negativo.
Silvia García Paniagua
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