Gregorio Luri, doctor en Filosofía por la Universidad Autónoma de Barcelona y experto en pedagogía, es un defensor de la familia. En su libro, La imaginación conservadora, Gregorio Luri presenta una defensa apasionada de las ideas tradicionales que han hecho del mundo un lugar mejor. Maestro ante todo, el autor nos explica cómo educar en sociedad desde el punto de vista de la familia.
El deber de los padres es quererse
En este mundo digitalizado y cambiante, ¿cómo explica el sentido que tiene ser conservador con tanta innovación?
Yo estoy absolutamente sumergido en el mundo digital. Más aún, no podría haber escrito ninguno de mis libros sin los mails que me han permitido estar en contacto con pensadores de todo el mundo. Pero creo que, para aprovechar bien el mundo digital, se necesita alguna cosa más. Y voy a poner solo un ejemplo: en mi anterior libro, que era una biografía de Caridad Mercader, intentaba por todos los medios acceder a los archivos de la Tercera Internacional en Moscú y no había manera. Finalmente, a través de una tercera persona obtuve una información que me aconsejaba: «ponte en contacto con Fulanita de Tal, háblale de España, de Lope y de Cervantes». Así que le escribí hablándole de Lope, de Cervantes, de Calderón, del Arcipreste e, inmediatamente obtuve una respuesta: «Pídame usted lo que quiera». O sea que alguna cosa más que la nueva tecnología se necesita para el fruto y el provecho necesarios de las nuevas tecnologías.
¿Qué papel juega el conservadurismo a la hora de transmitir el legado en familia de las buenas costumbres?
El conservadurismo no es ni una dogmática ni una ortodoxia. El conservador no es una estatua que se mantenga impasible ante el paso del tiempo. El conservador lo que pretende es evolucionar, de manera natural, sin olvidar nunca de dónde viene, ni la memoria de las experiencias pasadas.
¿Cree que la familia está en plena transformación?
Obviamente, la familia está viviendo un cambio. Un cambio que, yo creo, que es a mejor en el sentido que le permite una cierta flexibilidad. Ahora bien, lo esencial de la familia no es eso, sino que tener una familia «normalica» es un chollo psicológico.
La familia es el único sitio en nuestra vida en el que nos quieren incondicionalmente por el mero hecho de haber llegado a dar la guerra.
¿Es el amor la esencia de la familia?
La familia es el único sitio en el que se aprende a querer a los demás siendo conscientes de sus defectos. Tú eres consciente de los defectos de tus padres, de tus hermanos… Querer a alguien, querer a alguien de verdad, siendo conscientes de sus defectos es lo que nos permite mantener la fidelidad a la palabra dada. Pero es que también es el único lugar en el que aprendemos que es posible que nos quiera alguien que conozca nuestros defectos, es decir, con el que no necesitaremos ser hipócritas. Sabiendo esto, me parece que es una frivolidad poner en cuestión algo tan esencial para una vida mínimamente sana como es la familia.
¿Cómo podemos educar a los niños para que hagan del mundo un lugar mejor?Básicamente, intentando que no lo empeoren. Yo no tengo respuestas para acabar con todos los males. Sé, sin embargo, que hay ciertas cosas que no son sensatas. Por ejemplo, si nosotros vamos andando por la montaña y nos encontramos con una tapia, normalmente, el progresista piensa: «quién ha puesto esto aquí para impedirme que continúe caminando». El conservador piensa, en cambio: «esta valla la han podido levantar para impedirme que camine, pero también para que algo del interior no salga». Por lo tanto, ante de derribarla, vamos a pensar. Esa actitud de una cierta reflexión frente a lo inmediato me parece que, como mínimo, nos ayuda a no empeorar las cosas.
¿Por qué cree que la sociedad tiene prejuicios frente al conservadurismo?
Me parece que soy de los poquísimos que no tiene complejos a la hora de definirse conservador. Especialmente los partidos políticos y los intelectuales tienden, si se definen como conservadores, a adjetivar «liberal» o «de centro». Esto obedece a dos razones: por una parte, la confusión entre conservador y reaccionario y, por otra parte, esa tesis de que hay que estar siempre pendientes del futuro. Digamos que está funcionando cotidianamente lo que yo llamo una «guardia roja del tiempo», que está diciendo quién es moderno y quién no. Y, como hay tanto miedo a dejar de ser moderno, pues se buscan las maneras, las ‘autocalificaciones’ que te resulten más satisfactorias.
¿Cuál es el problema de ser políticamente correctos? ¿Cómo afecta esto a nuestra posición como padres en el mundo moderno?
En familia es muy difícil ser políticamente correcto las 24 horas del día.
Nos conocemos demasiado bien los unos a los otros como para poner de manifiesto lo que realmente pensamos y lo que realmente somos. Por eso -y esa es otra de las virtudes de la familia- en esta vivimos ‘desnudos’ frente a los otros. Y eso tiene un inconveniente: que conocemos muy bien los puntos débiles de los demás. Nadie sabe con tanta exactitud cómo herirte que tu hermano o tu hermana. Conocemos al detalle esa palabra o esa frase que puede sacar de quicio al otro. Y, al mismo tiempo, es muy difícil que en la familia se finja. Digamos que, incluso en este sentido, la familia es un ámbito en el que lo políticamente correcto tiene difícil acceso.
¿Cómo definiría la mirada conservadora de los problemas? ¿Existe un equilibrio en esta mirada?
No creo que exista una dogmática conservadora. Si el conservador ama su propia historia no puede aplicar a Inglaterra lo que aplicaría a su nación de origen. En ese sentido es lo que llamo prudencia, pensar que aquello que tenemos antes de desmontarlo, aceptar como mínimo la hipótesis de que pueda ser el resultado de una larga experiencia a través de los siglos. Y, además, que esta esconda alguna racionalidad que igual se nos escapa, e igual es necesario desmontar, pero antes vamos a plantearnos su racionalidad histórica.
Se puede ser conservador de muchas maneras, ¿cómo podemos hacerlo desde la perspectiva de la educación en familia?
Se me ha planteado muchas veces cual es la obligación de los padres, su principal deber, etc. El principal deber de los padres es quererse. Y eso, en sí mismo, me parece tan revolucionario como conservador. Y cuantos más problemas haya con el hijo adolescente o, con lo que quieras, más urgente es quererse y poner de manifiesto este amor. Una vez que se da eso, serán comprensibles y perdonables todos los fallos asociados a la condición humana. Nuestros hijos aceptarán todo aquello que podamos hacer mal, si tienen claro que a pesar de todo siempre les hemos querido, incluso cuando les hemos dado una contestación absurda.
Marisol Nuevo Espín
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