Las familias crecen, en número y en edad. Y sus problemas cambian sobre todo a lo largo de esta pandemia de coronavirus. Cuando en el hogar hay personas mayores, necesitamos modificar la perspectiva, adoptar nuevos roles, para atender a los abuelos, acompañarles en la vejez y la enfermedad, y arroparlos en sus últimos momentos.
La familia es uno de los pilares fundamentales de nuestro desarrollo personal y social. En nuestro contexto familiar aprendemos a conocernos a nosotros mismos y a desenvolvernos en un mundo social a veces lleno de complejidades. Esta importancia se hace más evidente en la infancia, en la que la dependencia de la familia es prácticamente total. En esta etapa, y a través de la relación afectiva con nuestros padres, educamos nuestras emociones y forjamos nuestra autoestima.
Conforme pasan los años vamos estableciendo nuevas relaciones, creando nuestra propia familia, e independizándonos de nuestra familia de origen que, a pesar de encontrarse en muchos casos lejos, continúa actuando como referente en ciertas circunstancias, como por ejemplo el cuidado de los hijos.
Durante la última etapa del ciclo vital, marcada en algunos casos por la enfermedad y la necesidad de cuidado, es cuando la familia se vuelve a hacer presente como piedra angular de nuestra estabilidad. Las relaciones familiares en esta etapa sufren algunas modificaciones y con frecuencia se produce una inversión de roles en la que los padres, hasta ahora principales figuras cuidadoras, pasan a ser receptores de cuidado mientras que los hijos se erigen como cuidadores principales de los abuelos.
La adaptación de los abuelos a la última etapa de la vida
En ocasiones, la transición y final adaptación a esta nueva etapa presentan ciertas peculiaridades relacionadas con las propias características de la dinámica familiar en esta época.
1. Familiares como cuidadores principales
La última etapa del ciclo vital viene con frecuencia marcada por la enfermedad, ante la cual, normalmente los hijos o en ocasiones el cónyuge, asumen el rol de cuidador principal responsable de la atención y gestión de la casa, las visitas al médico, administración del tratamiento, cumplimiento de medidas terapéuticas… Este cuidado constante, conciliado en muchas ocasiones con otras responsabilidades laborales o familiares puede provocar cierto desgaste.
Por este motivo podría ser aconsejable tener esto presente para anticiparse y distribuir funciones y tareas en la medida de lo posible o recurrir a ayuda externa como forma de prevención de una futura sobrecarga.
2. Toma de decisiones
Cuestiones sobre el tipo de tratamiento, el cuidado necesario, el lugar de residencia o las adaptaciones arquitectónicas que deben hacerse en casa son decisiones que corresponden a los familiares y ante las cuales puede haber diversidad de opiniones. Limitar los enfrentamientos y ceder de forma equilibrada pueden ser medidas que ayuden a evitar el distanciamiento emocional consecuencia del desacuerdo continuado.
3. Sentimiento de dependencia
Sin duda todo el sistema familiar sufre una reestructuración al final de la vida, y de la misma manera cada individuo atraviesa un proceso personal que lo enfrenta a la aceptación de una serie de limitaciones y cambios en el estilo de vida que no siempre resultan fáciles de asumir.
Pasar de cuidador a objeto de cuidados supone una transición que puede conllevar cierto malestar o irritabilidad en quienes lo viven. A veces, se trata de un proceso normativo que remite pasado un breve periodo de tiempo, sin embargo, es importante estar alerta y pedir ayuda externa en el caso de que esta situación se prolongue o se haga más intensa de lo esperable.
4. Unión y vínculos familiares
La figura de los abuelos cumple, entre otras muchas, la función de unir a la familia y mantener los lazos existentes entre los distintos miembros. Muchas de las reuniones suelen ser promovidas o protagonizadas por los abuelos y en algunos casos su propia casa se convierte en el escenario de grandes comidas o reencuentros. Conforme van pasando los años y la energía disminuye estos encuentros podrían ir haciéndose cada vez menos frecuentes y llegar a desaparecer sin que en muchas ocasiones exista una figura que tome este testigo.
5. La relación conyugal al final de la vida
Desde que se forma una familia, la relación conyugal constituye el eje central sobre el que crecen las relaciones filiales y fraternales. Esta relación va atravesando distintas fases, desde los momentos iniciales en los que ambos cónyuges están solos hasta que entran en escena los hijos, que se independizan posteriormente para formar sus propias familias y ampliar así la familia de origen.
Durante estos años, se van atravesando una serie de vicisitudes que hacen que la relación se vaya moldeando y consolidando.Los últimos años de la vida, y las circunstancias de limitación y enfermedad a veces asociadas, suponen un nuevo reto para el conocimiento y cuidado mutuo.
A veces también son la antesala de una despedida difícil de afrontar. Para los matrimonios que han vivido juntos muchos años, enfrentar la vida sin el otro puede provocar un vacío sin duda difícil de sobrellevar y la presencia de los hijos o el cuidado de los nietos pueden ayudar en esta nueva etapa.
Al igual que sucede en otras etapas, el final de la vida tiene una serie de características que lo diferencian de las anteriores y le dan un valor propio. Puede entenderse como una etapa difícil, llena de complicaciones y tristezas. Sin embargo, desde otro punto de vista puede ser entendida como un momento de disfrute y satisfacción con lo cosechado durante toda una vida.
Al final de todo camino llega el momento de hacer balance, y aunque eso siempre implica admitir errores, momentos malos o cosas que nos gustaría haber hecho de otra forma, también supone reconocer y sentirnos orgullosos de lo conseguido, de todo lo bueno vivido. Es momento también de recibir todo el cariño y el cuidado que durante tantos años nos hemos dedicado a dar a los demás, es tiempo de dejarse querer y de permitir que los demás nos cuiden, sabiendo que lo que hacen por nosotros un día nosotros lo hicimos por ellos.
Quizás haya pocas cosas tan gratificantes como sentarnos a contemplar el resultado de un proyecto al que hemos dedicado gran parte de nuestro tiempo. Pues si nuestra familia es nuestro gran proyecto, el final de la vida nos ofrece la posibilidad de contemplarlo en todo su esplendor sabiendo que otros continuarán con lo que hemos comenzado y sintiéndonos tranquilos de que de una manera u otra, dejamos un legado que se transmitirá de generación en generación.
Carmen Laspra Solís. Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar (UDITEF). Clínica Universidad de Navarra (Pamplona y Madrid)
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