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¿Qué se esconde detrás de la petición de ayudar en casa?

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Probablemente nos es más fácil hacerlo nosotros mismos, quizá tenemos ayuda externa para la limpieza, pero enseñarles a participar desde pequeños en el cuidado del hogar porque es el vehículo más adecuado para que, de mayores, tengan interiorizado el sentido del bien común.

¿Qué se esconde detrás de la petición de ayudar en casa a sacar la basura, poner la mesa u ordenar el salón? En apariencia, una mera delegación de trabajo, se trata de repartir las tareas del hogar. Si vamos un paso más allá, la asunción de pequeñas responsabilidades. Una mirada más a largo plazo nos descubrirá que lo que estamos transmitiendo es la necesaria preocupación por aquello que todos compartimos, ese abstracto, pero necesario, concepto del buen común.

Después, con el paso del tiempo, podremos extrapolar las enseñanzas sobre la casa común a otras realidades: cuidar del espacio de todos es el motivo por el que no tiramos un papel en la calle o evitamos utilizar vehículos altamente contaminantes.

Más aún, si transmitimos esa necesidad de que nuestro entorno no solo no esté mal -no se deteriore por nuestra culpa- sino que esté bien -mejore gracias a nuestro esfuerzo- habremos caminado un largo recorrido en la educación por el bien común.

Transmitir el bienestar de tener las cosas hechas y todo ordenado

Para lograrlo, como explica el clásico Cicerón, la virtud requiere de buenos ejemplos y mucha repetición. Los buenos ejemplos se suelen dar en las casas. Pero es importante no estropear las buenas acciones con malas palabras como las quejas por el trabajo tedioso y repetitivo que suelen suponer muchas tareas domésticas.

Al contrario, pondremos nuestro empeño en señalar que el motivo que nos mueve a la acción es que los demás se sientan bien porque tienen la ropa limpia, la comida preparada y la casa en orden, y reiterar que la vida es más sencilla en su conjunto si ayudamos entre todos a crear un ambiente adecuado en el hogar común. Después, este razonamiento servirá en el parque con los amigos, en el aula con los compañeros o en la oficina con los colegas.

Pero la mera motivación no va a lograr que nuestros hijos asuman como propias e importantes las tareas domésticas. Nos hace falta la repetición que les permita naturalizar comportamientos, incluirlos en su rutina cotidiana. Sorprende ver cómo los padres obligamos a concienciar a los niños desde muy pequeños a adquirir rutinas básicas como lavarse los dientes antes de dormir o utilizar los cubiertos para comer. Con la misma facilidad con la que adquieren esos hábitos, pueden adquirir sin esfuerzo otros que contribuyen al conjunto de la familia.

Lo importante con esos hábitos no es lograr la acción en sí misma sino conseguir que se den cuenta de lo que implica ayudar a los demás con un pequeño gesto. Por ejemplo, cuando estamos sentados a la mesa y uno de nuestros hijos se va a servir agua, podemos decirle que aproveche ese momento para servir también agua a todos los que no tienen. Es una acción sencilla que casi no requiere esfuerzo y que ayuda a entrenar el buen hábito de pensar en los demás.

Para todos, no solo para uno

En la educación de nuestros hijos debemos lograr que se ocupen de aquellas tareas que les afectan de manera individual -ducharse, hacer los deberes, preparar su mochila…-, de las que benefician a más personas además de ellos -poner y quitar la mesa…- y de tareas que benefician a otro u otros, pero no directamente a ellos, como ayudar a un hermano menor con los deberes o hacer la cama de quien ese día no se encuentra bien.

Cuando hayamos conseguido ese escalón en los hábitos, les resultará tan natural pensar en los demás antes que en sí mismos cómo lavarse los dientes o no dejar tirado el abrigo en el suelo. Del hábito habremos hecho virtud.

María Solano

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