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Para educar en calma, tenemos que cambiar nosotros primero

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Todos los padres deseamos educar con menos gritos y más sosiego, no perder los estribos cada vez que algo no sale como queremos. La clave para educar en calma la tenemos nosotros porque, como explica Elisa Molina, autora de Educar en calma (Teconté, 2021), esto «no va de educar hijos, va de educar padres conscientes que quieren ser su mejor versión».

¿Se puede educar sin gritar? Sí, se puede. ¿Se puede educar sin perder los nervios? Sí, se puede. Y la clave es más sencilla de lo que parece. Lo explica Elisa Molina, el truco está en nosotros mismos, en cómo nos comportamos, en cómo gestionamos lo que sentimos: «El foco está en nosotros. No podemos cambiar a nadie, sólo a nosotros mismos». Los padres «deberíamos prepararnos para ser padres de la misma forma en la que nos formamos para ejercer nuestros trabajos».

Cuando perdemos los estribos y gritamos, nos enfadamos o imponemos castigos sobre la marcha, les estamos transmitiendo un mensaje que no es el adecuado: «que cuando las cosas no se hacen como yo quiero o no salen como a mí me gustaría, o las personas no reaccionan como yo quiero o como yo espero, debo gritar, castigar, amenazar, premiar, chantajear, humillar, comparar, quitar privilegios, dar un sermón, repetir las cosas, hacer burla, usar el sarcasmo, controlar, reaccionar bruscamente, enviar la la silla de pensar, alejarlos, pegar…».

Por eso, «educar sin gritos y sin castigos, con límites, es una decisión del adulto, no tiene nada que ver con los niños. Los niños merecen modelos de buenas conductas, coherentes, empáticos, sensibles, humildes, resolutivos, buenas personas* así es como nos aprenden. Por eso es vital ser conscientes de cómo somos, de cómo estamos, cómo nos sentimos para poder educar, no con la mirada en el corto plazo. Ese aquí y ahora que tanto nos preocupa y que tanta urgencia parece tener no es nada si lo ponemos a años vista».

Para evitar el estallido, el grito, el enfado y el castigo extemporáneo, el plan que nos propone Molina es establecer unos límites claros. «Es importante que los límites se establezcan de una forma consciente, es decir, que no sean porque sí y hoy se hace, pero mañana no. La falta de coherencia no es buena consejera cuando hablamos de educar a los niños. Del mismo modo, entiendo que las normas que adoptamos en nuestras casas serán para todos, por aquello de generar confianza. Creo que es importante que no perdamos de vista que aquello que nosotros como adultos no somos capaces de dar, será difícil de llevar a cabo por parte de nuestros hijos. Sobre todo, si nos ven hacer otra cosa. Somos modelos para nuestros hijos, se miran en nosotros y debemos ser nuestra mejor versión y prestar atención a cosas que hacemos o decimos porque nos aprenden».

Si establecemos límites, a veces impuestos por los adultos porque es imprescindible, otras incluso negociados con ellos para que se sientan partícipes, estaremos tomando las riendas de la educación. «Los padres tomaremos decisiones a lo largo de la vida de nuestros hijos y habrá ocasiones en las que dudaremos de si son correctas o no, si será el mejor momento o no de hacer o no hacer tal cosa* Y, en la medida en la que tenemos información, dejamos de preocuparnos para ocuparnos. Si no conocemos las respuestas y preferimos que sean otros los que nos digan qué debemos hacer, estaremos dejando parte de nuestra tarea en otras personas».

¿Qué ocurre cuando gritamos? «Cuando el grito esté a punto de salir, plantéate qué está pasando, qué está fallando para que tú decidas que la única forma de educar a tus hijos sea con un grito». El problema es que «los gritos en las casas generan mucho malestar, inquietud, estrés, tensión, un mal modelo para gestionar los conflictos, miedo, desconfianza* Son una forma de violencia que aún está normalizada hacia la infancia y debemos erradicarla».

Muchas veces, los gritos son fruto de la frustración. «Si nuestra realidad guarda una gran distancia con la expectativa que hemos creado -y esto de crearse expectativas es muy humano y soñador- tendremos mucho más estrés y generará frustración en nosotros. Si tendemos a controlar nuestras expectativas y no hay mucha distancia con la realidad, será menor nuestra frustración al no tener la imagen soñada. Lo importante es saber que todos soñamos en parte por la publicidad, los medios de comunicación y las redes sociales que son capaces de ponernos imágenes instantáneas y contarnos cosas que podemos llegar a normalizar».

Otras, perdemos la calma porque ya no podemos más. «Cuando sentimos que no podemos más, que esto no fluye, que la educación de nuestros hijos se nos va al garete, quizá es un buen momento para parar y para observarnos. ¿Estamos cuidándonos lo suficiente o estamos en modo supervivencia?».

Cuidarnos requiere ocuparnos de todas nuestras facetas: física, emocional y espiritual. Si no estamos bien de manera continuada, educaremos mal. «Debemos atender a las emociones del educador, de ese padre o esa madre que se enfrenta a las situaciones concretas y, a partir de ahí, entendiendo que hay creencias que se han formado, tendríamos que huir de las reacciones habituales que sólo actúan ante el comportamiento y ser capaces de ofrecer propuestas productivas que ayuden al niño y a la familia a encontrar soluciones para todos y, sobre todo, para cubrir esa necesidad que hay detrás del niño».

Así que para educar en calma tenemos que encontrar esa calma y trabajarla. Nos explica Elisa Molina que «cuidarnos es reparador y ayuda a que estemos más centrados en nuestro objetivo a largo plazo: preparar a nuestros hijos para la vida dotándolos de herramientas y recursos para que puedan vivir de forma serena, siendo resilientes y buenas personas. Cuidarse para poder cuidar es necesario y, además, les estaremos enseñando a nuestros hijos que la maternidad y la paternidad no va de renuncias, sino de actos de amor, de generosidad, que es bonito tener hijos y que está bien seguir cuidándonos».

 

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