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El diálogo en familia: ¿por qué no sabemos dialogar en casa?

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Parece que, en nuestra sociedad tecnológica, está disminuyendo la habilidad para el diálogo profundo, personal y auténtico entre las personas con vínculos afectivos. Es frecuente ver como los esposos, los padres, hermanos, amigos y conocidos hablan de política, deporte, moda, comida, sexualidad y otros temas sociales de interés general, pero es raro que hablen de lo que sienten, imaginan, desean, anhelan, disfrutan, piensan; o de lo que les hace sufrir, les preocupa o temen.

Hoy, es más fácil desnudarse físicamente, y mostrar con detalle las formas del propio cuerpo, que desnudarse psicológicamente, y mostrar la persona que somos, que es la verdad de nosotros mismos, lo que nos hace ser auténticos.

¿Por qué no sabemos dialogar?

Da pena ver que, en muchas familias, el diálogo entre sus miembros se reduce a comunicar trivialidades: se ha fundido una bombilla, se ha roto algo, no se encuentra una prenda de ropa, se han perdido unas llaves, hay que pagar una factura, toca llevar el coche a revisión, o hay que recoger a un hijo a una hora determinada.

Es probable que la causa más frecuente de la evitación del diálogo personal sea el temor de ser herido por un comentario negativo o de percibir la falta de interés y afecto de la persona que debería querernos y hacernos felices.

Este empobrecimiento del diálogo está produciendo un malestar psicológico generalizado en forma de sentimientos de soledad y frustración, de insatisfacción afectiva o vacío existencial.

Empezar por dialogar con nosotros mismos

Para que ese diálogo con los demás sea fructífero, necesitamos comenzar por el diálogo con nosotros mismos. Muchas personas tienen de sí mismos un conocimiento superficial, porque sólo dialogan en su interior con aquellas cosas que les hacen sentirse bien o les evitan sentirse mal en el momento presente, y rehúsan hacerlo sobre los anhelos más profundos y sus causas, que son la necesidad de amar y ser amados; el deseo de seguridad, paz, alegría, confianza, compañía; en el fondo, el deseo de poseer la verdad, la bondad y la belleza.

El primer problema puede ser que no se quieran conocer a sí mismos. Es muy frecuente observar que a la mayoría de las personas les interesa más lo que los demás piensan de ellas que lo que ellas piensan de sí mismas, pues su interés en que los demás las amen es mayor que el que ellas tienen en amarse a sí mismas.

Este hecho les lleva a decir y a aparentar lo que no son, pero sí lo que les gustaría ser (seres ideales), una conducta que, con la repetición, va configurando una apariencia externa muy distinta a la que tienen internamente, la cual no les interesa conocer ni mostrar, pues tienen la impresión de que no va a gustar a los demás, ni a ellas mismas. Esta manera de actuar ha dado lugar al dicho: «dime de qué presumes y te diré de qué careces».

Puede que tengamos miedo a sufrir al ver que no somos los que deseamos ser. Por eso, educar a los niños y a los jóvenes en valentía, sinceridad y tolerancia a la frustración es la mejor manera de prevenir el autoengaño y de poder mantener un diálogo sincero con uno mismo para conocerse en profundidad y darse a conocer con autenticidad (asertividad), lo cual produce admiración y amor por parte de los demás, y es una fuente de felicidad.

El activismo, otra dificultad para el diálogo

Otra dificultad para el diálogo con uno mismo es el activismo, que produce la sensación agradable de ser eficaz, útil e importante, pues la sociedad actual valora a la persona más por lo que hace y cómo lo hace, que por lo que ella es en sí.

También es una realidad que los conflictos en el diálogo entre la voz de la conciencia, que nos dice lo que conviene hacer, y la voz de la afectividad, que nos dice lo que nos hace sentirnos bien, son frecuentes. Pero se puede aprender a resolverlos con prontitud y a evitarlos si se presta más atención al diálogo interno, es decir, si se tiene más autoconciencia.

Así, se evitarán las tensiones o ansiedades internas que provocan y las incertidumbres y las dudas en el comportamiento diario que originan. Además, se mejorará el conocimiento de uno mismo y se logrará un mayor autocontrol y, por tanto, una mayor libertad interior y una menor reactividad emocional frente al entorno.

Fernando Sarraís.  Dr. en Medicina, especialidad en psiquiatría, y psicólogo. Autor de El Diálogo (Teconté)

Lee aquí el primer capítulo de El Diálogo

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