En los últimos decenios, se han producidos cambios sociales muy rápidos y muy profundos en el mundo occidental, como consecuencia de las nuevas tecnologías de la comunicación, de la globalización y de la generalización de la costumbre de viajar.
A través de las redes sociales y de las aplicaciones de comunicación por Internet, cada persona puede comunicarse con muchas otras y con mucha frecuencia, pero, por contraste, el diálogo cara a cara -uno a uno- ha disminuido mucho, incluso dentro de las familias.
En una ocasión, presencié cómo una pareja de adolescentes sentados juntos en el autobús se comunicaba por WhatsApp y, de vez en cuando, con palabras se decía uno al otro: «pero cómo me dices eso», refiriéndose a lo que le había escrito en el WhatsApp.
Los jóvenes se han acostumbrado a comunicarse con breves mensajes, incluso solo con emoticonos, por medio de las redes de comunicación y han reducido mucho las conversaciones cara a cara y el discurso razonado. Va siendo cada vez más frecuente ver parejas y grupos de amigos que están juntos, pero cada uno está hablando con otra persona por el móvil en vez de hablar entre ellos. Habrá que esperar algunos años para valorar las consecuencias de esta manera actual de comunicarse.
Lo lógico sería lograr un equilibrio entre el diálogo a través de las nuevas tecnologías y cara a cara. Este último nos permite aprender a interpretar el lenguaje corporal, que es una importante fuente de comunicación y facilita desarrollar la empatía emocional con el interlocutor, pues las emociones son expresadas principalmente mediante la entonación de la voz y los gestos de la cara y del cuerpo.
La empatía permite dialogar aplicando la inteligencia emocional, que es consecuencia de la conjunción entre la lógica de la razón y la «lógica» del corazón (afectividad). De esta manera, la comunicación cara a cara logra una mejor adaptación social que facilita el aprecio y el cariño de los demás, condición necesaria de la felicidad.
Cada diálogo es un arte que hay que crear en el momento concreto en que se produce, por lo que no es posible dar reglas particulares para los múltiples diálogos entre dos personas. Se pueden dar algunas reglas generales, como existen en toda especialidad artística, que regulan la técnica adecuada para lograr una obra de arte, si se tiene también el talento artístico.
Como la mayoría de las reglas generales del buen diálogo han sido ya expuestas en los temas anteriores, en este apartado se expondrán algunas reglas pendientes de comentar, junto con otras en las que conviene insistir.
Reglas generales para el buen diálogo con los demás
1. Dar prioridad al otro
2. Actitud humilde y sencilla
3. Dialogar sobre los temas preferidos del otro
4. Dar retroalimentación positiva
Poner en juego todas las facultades
Todas ellas, bien integradas, dotan de armonía a la personalidad. Armonía es unidad en la diversidad, como señalara Thibon. Y posee la fuerza atractiva de la belleza.
– La luz de la razón
– El autogobierno y la libertad personal
– La afectividad, y el corazón, como centro vital de la persona
Se trata de mirar y apuntar a una meta que merezca la pena, para movilizar energías, y engrandecer el corazón, pensando en los demás.
a) Usar la cabeza y el pensamiento. La razón ilumina el sendero. Percibir lo singular de cada uno: sus talentos, y fomentarlos. Y luchar por mejorar, por desplegar cada cual su potencialidad innata, y su misión, que estará relacionada con los demás. Con coherencia entre lo que se piensa, se dice, se hace… Que el actuar sea consonante con el ser. Así seducir con la vida misma y el buen hacer. Muchas veces no hacen falta palabras.
b) Además de cabeza, se necesita voluntad libre: autodominio personal para autoliderarse y enfocarse en metas valiosas. No depender de apetencias y gratificaciones inmediatas, de respuestas y emociones… Aunque no quiere decir anular los sentimientos, sino aprovechar su fuerza en la dirección adecuada. ¡Disfrutar de lo bueno y noble, de lo correcto!
Este autocontrol se logra con entrenamiento. La voluntad es un motor potente en nuestras actuaciones, que solo depende de nosotros mismos, de que «queramos querer». Y aporta una fuerza extra, si luchamos día a día en algunos objetivos. Si nos entrenamos.
También mediante pequeños hábitos y habilidades, que se transformen en virtudes personales, las cuales atraen con su belleza y dan más libertad de acción. Van conformando una buena personalidad, capaz de apostar por metas valiosas, y pensar en los demás. Forman conexiones y redes neuronales que facilitan el obrar en esa dirección. Además, disfrutando.
c) Asimismo, es necesario contar con los sentimientos que nos ayuden a encaminarnos hacia nuestra meta y misión. Como apuntamos, con autocontrol personal. Es decir, aprovechando todo lo que estimule a mejorar y a ayudar a los demás, que suele coincidir. Algo que nos facilita la inteligencia emocional: esa unificación de cabeza y corazón. Educando la afectividad, que es un motor cálido de nuestras acciones, poniendo el corazón.
En el obrar humano todas las facultades actúan conjuntas, pero, como señala un gran humanista, es la voluntad la que lleva las riendas, iluminada por la razón: la que conoce el camino de la felicidad. Sin olvidar nunca el corazón, tan entrañable, centro existencial de la persona.
Porque, independientemente de los talentos y fortalezas de cada uno, que ayudan a guiar el desarrollo y forjar el propio carácter, «todos necesitamos pensar con claridad, armonizar cabeza con corazón, y aprender a querer.
Y es vital la empatía y la inteligencia emocional: tenemos unas «neuronas espejo» que nos facilitan comprender y querer a los demás. Y todo esto se aprende en familia. La comprensión y la empatía son importantes para ver los estados de otras personas, que resuenan en nosotros, y base de las relaciones personales. Yo me «hago» gracias al tú del otro, de los otros.
La estrella polar de nuestra vida y la misión de cada uno
Apuntar a esa estrella que nos orienta e ilumina en el firmamento: los grandes valores existenciales. La verdad y la bondad, que rezuman belleza, y se concretan en cada persona en su misión específica.
Como decíamos, todo lo bueno es bello. Ahí está la excelencia en el obrar humano: en lo más noble. Lo que se apoya en valores y motivos trascendentes: los que nos ayudan a crecer. Y, al vivirlos, forman ese círculo virtuoso, porque motivan a luchar y mejorar, a cuidar y poner cariño en las relaciones personales. Que nuestro actuar sea noble y virtuoso.Ahí resuena nuestra vocación y misión singular, y el auténtico liderazgo personal, anclado en los talentos propios, y en los anhelos más profundos del alma.
Fernando Sarrais, autor de El Diálogo, (Teconté)
Lee aquí el primer capítulo de El Diálogo
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