Si cada vez nacen menos niños y cada vez se alarga más la esperanza de vida, el entramado del llamado Estado de bienestar no se va a sostener en el tiempo. Los pocos bebés que nacen ahora tendrán que hacerse cargo en su vida adulta de cargas impositivas difíciles de sostener para poder pagar los gastos en los que incurran los mayores y enfermos. Además, con una capacidad de producción cada vez menor, la creación de riqueza disminuirá y las economías tendrán a contraerse. En paralelo, como habrá menos familias -célula primigenia de la sociedad y apoyo fundamental tanto en la crianza como en la enfermedad y la vejez- los individuos aislados serán cada vez más dependientes de unas administraciones públicas incapaces de cubrir todos sus gastos.
Los índices de natalidad de la mayoría de los países de nuestro entorno se están desplomando. Sociedades más individualistas y con menos estabilidad económica, aparcan la maternidad hasta ver satisfechas sus perspectivas laborales y completar los estándares de vida que están de moda. La consecuencia es que, cuando las parejas quieren tener hijos, suele ser tarde. Muchas no pueden y otras se quedan con un hijo único. La tasa de reposición no se está cumpliendo y las sociedades van a pagar un alto precio por el descenso demográfico. Y el coste es doble: económico y social.
El descenso de la natalidad pone en riesgo la sostenibilidad del sistema
El coste económico es fácil de comprender. En las sociedades modernas, las personas que hoy estamos trabajando entregamos parte de nuestro salario para cubrir, a través de impuestos y cotizaciones, parte del gasto público, incluido el de sanidad y el de las pensiones. Se suele pensar equivocadamente que las cotizaciones funcionan como un plan de pensiones privado donde lo que entregamos hoy se guarda para que lo recibamos mañana. El sistema está montado de otra manera: lo que se paga hoy no se guarda para el futuro invirtiéndolo para que no se devalúe, sino que se gasta de inmediato en quien lo necesita ahora, en los ancianos y enfermos de hoy.
El sistema montado alrededor del llamado Estado del bienestar ha funcionado bien mientras la tasa de reposición era suficiente, es decir, mientras nacían niños suficientes para reponer, el día de mañana, a los adultos cotizantes que pasaban a convertirse en pensionista. Esa tasa está en 2,1 hijos por mujer. Para simplificar, se entiende que así dos adultos crían a dos niños que serán adultos cuando ellos sean ancianos. Cuando la tasa está por debajo de esa cifra (en España, por ejemplo, está en 1,2 hijos por mujer) los niños de hoy tendrán que soportar el doble de esfuerzo impositivo mañana para que la generación de sus padres pueda mantener los mismos estándares de vida que ahora tiene la generación de sus abuelos.
Ante esta situación, con costes laborales más elevados, les será difícil formar ellos una familia. Otra opción cada vez más habitual es que decidan abandonar su país de origen y marcharse a algún lugar con menos carga impositiva en el que los rendimientos del trabajo sean más favorables, de manera que se agranda el problema del invierno demográfico. Los gastos en pensiones y sanidad seguirá aumentando mientras que los ingresos por cotizaciones e impuestos serán cada vez menores.
La defensa de la vida es la garantía de una sociedad sostenible
Junto a este problema económico evidente se esconde otro de enorme gravedad: una natalidad decreciente provoca una disminución en el número de familias que, acompañado por el fenómeno del individualismo posmoderno, genera una peligrosa propensión a la soledad. Los hogares familiares son el entorno adecuado para la formación de la sociedad de mañana. Los hábitos que se aprenden en familia son los que después servirán al conjunto de la población para seguir desarrollándose: el valor del esfuerzo, la generosidad, la empatía, la entrega… Con menos familia, menos valores y una sociedad más individualista y egoísta. Esa sociedad solitaria es más fácil de gobernar porque no tiene un norte claro y queda al albur del que mejores medidas económicas prometa. Es decir, es caldo de cultivo del populismo.
Por eso, fomentar una natalidad saludable en cada país, defender la vida y mostrar todos los elementos positivos de la maternidad es la mejor manera de garantizar el futuro.
María Solano Altaba. Directora de la revista Hacer Familia. Profesora de la Universidad CEU San Pablo
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