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Cuando pasan de jugar a beber y fumar en el parque

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La adolescencia es una etapa complicada para la que los padres tenemos que estar preparados. La educación desde la cuna es la clave, pero eso no garantiza que no surjan problemas. Uno de los que más nos preocupa es el inicio en el consumo de alcohol, tabaco y marihuana. Desde la Clínica de la Universidad de Navarra nos explican cómo detectar el problema y qué pasos tenemos que dar.

Cuando nacen nuestros hijos, incluso desde que nos enteramos del embarazo, ya estamos diseñando en nuestra cabeza un futuro prometedor para ellos. El nacimiento siempre es un momento especial para dejar volar nuestra imaginación.

Durante su infancia, disfrutamos con sus juegos, sus ocurrencias… y enseguida pasa el tiempo, se hace mayor y comienza una nueva etapa. ¿Cómo puede ser que muy pocos años más tarde sufra una transformación tan radical? ¿Qué le ha pasado? ¿Dónde está nuestro hijo? ¿Volverá a ser como antes?

Con la misma intensidad que soñábamos y nos ilusionábamos con sus virtudes, ahora sufrimos el desgarrador avance de la edad. El ciclo vital individual se apodera de nuestra vida, y crecemos, ellos y nosotros: los chicos hacia la edad adulta atravesando la pre y adolescencia; los padres hacia una adultez más madura y sensata. Y el avance no es fácil.

Conductas de riesgo en la adolescencia

Más allá de las características de la etapa adolescente, aparecen por sorpresa algunos comportamientos y conductas para los que no estamos preparados. De nuestra adecuada o inadecuada respuesta dependerá en muchas ocasiones el mantenimiento de la armonía conyugal y familiar.

Las estadísticas afirman que en España el consumo de tabaco se inicia a la edad de 16 años, se convierte en un hábito diario para el 15 % de los jóvenes entre los 14 y los 18 años, y el 45 % lo hace de forma ocasional cuando sale con los amigos. En cuanto al alcohol, los datos son muy similares. También el inicio de consumo de alcohol ronda los 16 años, si bien en nuestro país se ha popularizado el ‘botellón’ y otras conductas de riesgo como el binge drinking -beber grandes cantidades en muy poco tiempo-, el eyeballing o echarse gotas de alcohol en los ojos-, o incluso el oxy shot, consumir alcohol con oxígeno a través de los inhaladores para el tratamiento del asma. El consumo del cannabis se inicia un poco más tarde, sobre los 18 años, aunque el 14 % de los adolescentes de entre 15 y 17 años lo ha probado alguna vez.

¿Estamos preparados para estos años ‘difíciles’? 

El primer paso que deberíamos dar los padres para tratar de evitar que nuestros hijos adolescentes se iniciaran en estas conductas de riesgo es, como casi siempre, la prevención. En este sentido sería muy conveniente establecer una buena comunicación con nuestros hijos desde la infancia, por medio de la cual favorezcamos una mayor cercanía afectiva con ellos. Quizás sea la forma para que adquieran confianza con nosotros, y por medio de la comunicación, en los años ‘difíciles’, podamos facilitar conversaciones necesarias.

Hay que pensar que para nuestros hijos lo aprendido en el hogar supone muchas veces su modelo de vida, por lo que favorecer hábitos saludables como no fumar, beber de forma muy moderada, realizar ejercicio físico regular, mejorar la dieta y, sobre todo, criticar el consumo de drogas, puede ser un gran ejemplo para ellos. Por último, también los estudios de educación demuestran que un estilo educativo algo restrictivo puede prevenir el inicio del consumo.

¿Qué hacer si nos enteramos de que consume?

La detección del consumo en un hijo es difícil. La mayoría de las veces nos enteraremos por un desliz de un amigo, un chivatazo de un hermano o en una conversación más o menos banal con un grupo de amigos. Intentaremos ‘no caernos del guindo’ y no negar la realidad, sino más bien asumirla con serenidad, coraje y en unidad con nuestro cónyuge. Sería bueno tener una conversación privada con el hijo para contrastar la información, aunque generalmente lo habitual es la negación del ‘delito’.

A partir de ese momento, convendría estar más atentos a los signos físicos del consumo (el habla, los ojos, el andar) cuando llegue a casa, o a la posible afectación de su rendimiento académico, aislamiento social, cambios bruscos de carácter (mayor impulsividad ante negativas de dinero o restricción de horarios) o incluso a las compañías que frecuenta.

No es bueno ni aconsejable romper la comunicación tratando de imponer nuestro criterio, sino más bien favorecer la comunicación y la confianza mutua, tomando medidas correctoras (horarios, dinero de fin de semana, actividades familiares, etc.) Se debería hablar abiertamente de las consecuencias físicas y psicológicas del consumo, así como proponer alternativas de ocio que le distancien del mismo. El involucramiento de la familia en planes de diversión saludables no tiene por qué estar reñido con la mentalidad de nuestros adolescentes.

Por último, una buena medida puede ser poner en conocimiento de la situación al tutor del colegio para que también el centro escolar tome medidas de control, o incluso promueva actividades con los Centros de Salud y con los cuerpos y fuerzas de Seguridad del Estado que adviertan a los alumnos de la realidad y las consecuencias del consumo de tabaco, alcohol u otras drogas.

Adrián Cano Prous. Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar (UDITEF)
Clínica Universidad de Navarra (Pamplona y Madrid)

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