Cuando pensamos en el concepto de ‘resiliencia‘, de resistencia ante la adversidad, lo atribuimos a la persona, a su capacidad para sobreponerse a los golpes del destino. Pero la familia como unidad también necesita desarrollar estas capacidades porque, a lo largo de su cambiante proceso vital, llegarán las ocasiones en las que la frustración amenace con desbaratarlo todo.
Cuando ocurre una desgracia, que en el caso de la pandemia del coronavirus, han podido ser varias (pérdida de empleo, de familiares…) el ser humano puede responder de múltiples formas. Generalmente se dan dos situaciones que, aplicadas de forma adecuada, suponen un resguardo para la integridad afectiva del individuo y le permiten superar la situación más o menos de una forma holgada.
Estos dos procesos son los que conocemos como afrontamiento de la situación y adaptación a la misma. Cuanta mayor y mejor capacidad tengamos en ambos procesos, es posible que sea mejor la respuesta que demos a la situación estresante que ha irrumpido en nuestra vida, como por ejemplo en el caso de una enfermedad grave.
El afrontamiento dependerá del equilibrio que consiga cada persona en su situación y circunstancia en tres ámbitos concretos. El primero hace referencia al grado de conocimiento que tengamos de la situación que nos afecta. Es decir, cuanto más sepamos de los que nos pasa, en mejor disposición estaremos para afrontarlo. El segundo punto hace referencia a la capacidad de cada uno para aprender habilidades para asumir la situación novedosa en la que nos encontramos. Y la tercera, y quizás la más importante, tiene que ver con nuestra propia situación emocional y con la cantidad de apoyo afectivo que sepamos aceptar y asumir.
Estancamiento o crecimiento personal
La adaptación a la situación estresante también va a depender de varios factores (características personales, características emocionales, los apoyos sociales externos, nivel sociocultural, la dinámica conyugal y familiar, etc.) que, manejados de una u otra manera, nos inclinarán hacia el estancamiento de nuestro desarrollo o hacia el crecimiento personal. Quien se estanca es aquel que no reconoce la dificultad que atraviesa, se resiste al cambio o repite esquemas ineficaces de interacción con los demás.
Por el contrario, el que contempla la situación que le genera malestar y trata de crecer con ella es quien flexibiliza su postura, evoluciona y trata de buscar nuevas formas de funcionamiento. En otro orden de cosas, además busca su autonomía, dialoga de una forma abierta, sincera y empática, favorece las relaciones sociales, expresa sus pensamientos y sentimientos y trata de recuperar su quizás maltrecha autoestima a través de lograr un mayor sentimiento de valía y competencia.
La resiliencia o resistencia en la familia
Pues bien, desde hace unos años también se habla de un proceso de afrontamiento y adaptación de la familia a los acontecimientos que le afectan. Apoyados en el concepto de resiliencia, se aplica a la familia y se define la resiliencia familiar como «el conjunto de procesos de reorganización de significados y comportamientos que activa una familia sometida a estrés para recuperar y mantener niveles óptimos de funcionamiento y bienestar, equilibrando sus recursos y necesidades familiares».
La resiliencia familiar se sirve de unos procesos para enfrentar, sobreponerse y verse fortalecido por las experiencias de adversidad. El primero de estos procesos está relacionado con la comunicación. Esta debe ser clara, con mensajes coherentes y con búsqueda de la verdad. Además, debe servir para resolver los problemas de forma colaborativa. Esto quiere decir que se deberá proponer una postura proactiva para prevenir los problemas, prepararse para los desafíos futuros, concentrarse en las metas, saber apoyarse en el éxito, aprender del fracaso y tratar de resolver los conflictos atendiendo posturas creativas y compartiendo decisiones mediante la negociación, equidad y reciprocidad. Finalmente, la comunicación comprenderá una expresión emocional sincera, con empatía entre todos los miembros, evitando acusaciones, responsabilizándose de los propios sentimientos y conductas, y con interacciones placenteras.
El segundo proceso de la resiliencia familiar se relaciona con los patrones de organización en la familia. Debería existir un buen apoyo mutuo, con colaboración, respeto, tolerancia, compromiso, si bien se recomienda un liderazgo fuerte que pueda proteger y orientar a los miembros más vulnerables, y reconcilie algunas posturas que se puedan dar. Es importante también la movilización de recursos sociales y familiares para el cuidado, por ejemplo, de un miembro enfermo, si esta es la situación que está generando el estado de frustración. Pero lo que se hace imprescindible en este recurso es la flexibilidad y capacidad para el cambio de la familia: reorganizar roles y responsabilidades, priorizar acciones y demandas, y normalizar y estabilizar los patrones definitorios familiares.
En último término, el proceso de sistemas y creencias de la familia se constituye como pieza clave para el fortalecimiento de la resiliencia familiar. Debería dotarse de sentido a la adversidad, normalizándola, contextualizándola y dándole un sentido de coherencia que haga que se entienda la crisis como un desafío significativo, comprensible y manejable.
Por otro lado, debe operar una perspectiva positiva, con iniciativa y perseverancia, esperanza, optimismo y confianza en la superación de las dificultades. Finalmente, aspectos como la trascendencia y la carga espiritual de la familia también colaborarán en su transformación y crecimiento frente a la adversidad sobrevenida.
Dr. Adrián Cano Prous. Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar (UDITEF) Clínica Universidad de Navarra (Pamplona y Madrid)
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