La mayor parte de los problemas en el entorno familiar arrancan con una mala comunicación. Hablar con los demás no garantiza que de verdad se esté creando un contexto comunicativo. Hay que elegir bien cuál es la mejor manera de hacerlo para que realmente el mensaje sea escuchado.
La buena comunicación es algo que todos deseamos dominar para establecer relaciones humanas duraderas y de calidad. En la consulta de terapia conyugal y familiar, los problemas de comunicación son un mal recurrente que especialmente los matrimonios señalan como origen o consecuencia de muchas tensiones. A esto se suma que el modo de comunicarnos está experimentando en la actualidad una transformación importante, ya que el canal tiende a digitalizarse.
Así, las nuevas tecnologías pueden dar lugar a malentendidos por carecer del lenguaje no verbal, y también pueden provocar mucho ‘ruido’ cuando nos encontramos cara a cara con otra persona. Continuamente nos damos cuenta de que es más difícil mantener una conversación sin consultar el móvil o conseguir que un hijo adolescente nos mire de frente sin impacientarse cuando en el bolsillo le vibra un whatsapp entrante. En definitiva, si comunicarnos bien es algo que cada vez resulta más complicado, vale la pena revisar algunos buenos hábitos y mejorar en la medida de lo posible nuestras habilidades.
Claves para comunicarnos mejor con los demás
Todos nos comunicamos, mejor o peor, pero hasta cuando permanecemos callados comunicamos algo. Así que no partimos de cero. Probablemente, también conozcamos algunas normas básicas como mantener el contacto visual, evitar generalizaciones, tratar de hablar en primera persona, describir sin acusar, estar dispuestos a escuchar opiniones contrarias a la nuestra, o saber elegir el momento adecuado.
Sin embargo, muchas veces estas reglas se nos pueden quedar cortas. ¿Qué hacer cuando nuestro jefe solo nos dedica treinta segundos de atención para que le expongamos nuestro mensaje? ¿Y cuando no logramos despertar el interés en nuestro interlocutor? ¿O cuando nuestro cónyuge nos escucha mirándonos como si fuéramos extraterrestres? «Adaptarse o morir», diría Charles Darwin. Y no es tarea fácil ni evidente adaptarse a la forma de ser de cada persona con la que queremos establecer una comunicación.
En primer lugar, deberemos seleccionar la vía más adecuada para cada persona y situación. ¿Por teléfono, email, Whatsapp? ¿En persona?
Otro aspecto que se ha de tener en cuenta es el contexto y el nivel de confianza que nos une con aquel a quien nos dirigimos. Una mala aproximación en este sentido puede echarnos por tierra la mejor de las intenciones. Aquí vienen al caso recursos como el humor o la ironía. Si los utilizamos en un contexto inapropiado, podemos obtener las peores consecuencias. Sin embargo, empleados en el instante preciso pueden ayudarnos a despertar un nivel de conexión en el que todo fluye. ¿Cómo encontrar ese punto óptimo de equilibrio? Muchas veces no es algo evidente, por lo que, ante la duda, la prudencia suele ser una buena aliada.
En tercer lugar, es crucial tener en cuenta la forma de ser de la persona a la que vamos a dirigirnos y pararnos a pensar qué necesita o qué encaja más según sus características de personalidad.
Reglas para pedir algo a alguien
Para pedir algo a alguien, la primera regla sería hacernos una idea de cómo es esa persona, qué ritmo tiene y cuál es su carácter. De este modo, podremos adaptar nuestro lenguaje al suyo para sintonizar su mismo canal. Por ejemplo, para acercarnos a una persona insegura, vayamos con todos los cabos bien atados. Si nos dirigimos a alguien totalmente caótico, hagamos un planteamiento flexible. Ante alguien cuadriculado, no dejemos lugar a la improvisación.
Estas reglas son también aplicables a las relaciones de pareja.
En estos casos, es frecuente cometer el error de pensar que nos conocemos tanto que no es necesario hacer este esfuerzo de adaptación. Sin embargo, quizás sea este el ámbito donde resulta aún más necesario y eficaz.
Dentro de una relación afectiva contamos con la ventaja de conocer mucho mejor a la otra persona, y por tanto, la tarea puede resultarnos más sencilla si nos paramos a pensar y nos lo proponemos de verdad. Si nuestro cónyuge es una persona muy afectiva, empecemos por hablarle al corazón, si es una persona racional, hablémosle a la cabeza, y a partir de esa conexión inicial, será un poco más fácil hablar el mismo lenguaje y hacernos comprender.
La comunicación fuera del ámbito familiar
Los niveles de confianza que tenemos con las personas con las que nos comunicamos con claves a la hora de establecer un vínculo efectivo. He aquí algunos ejemplos de situaciones concretas. Pongamos por caso que tengo que pedir a mi jefe un cambio de vacaciones. Antes de discurrir cómo le expondré mis motivos, deberé tener en cuenta cómo es y cómo voy a facilitarle que me escuche y me entienda mejor. Puede ayudarnos el simple hecho de figurarnos cómo nos lo diría él si fuera nuestro empleado, o cómo se lo plantearía a su inmediato superior. Si nos cuesta imaginarle dando demasiadas explicaciones y detalles, o haciendo un alarde de empatía poniéndose en el lugar del otro, seguramente sea una persona directa, analítica y enfocada al objetivo. Por tanto, es probable que le sobren nuestras explicaciones y que tampoco necesite que nos pongamos demasiado en su lugar.
Utilicemos nuestras habilidades para adaptarnos a aquello que a la otra persona le resultaría familiar y cómodo.
En este caso: «Quería pedir un cambio de fechas en las vacaciones de verano y me gustaría saber si no habría inconveniente en que me las aprobaras. Las he traído por escrito. Para mí es importante». Quizás para esta situación, el email sería también una buena elección. Muchos jefes se sentirían cómodos y respetados con este mensaje claro y directo. Aportamos información concisa, por escrito, para facilitar su decisión y sin consumirle más de quince segundos.
Hemos de pensar que una persona dirigida al objetivo necesita conocer lo que tiene entre manos desde el primer momento. Al grano. Eso es lo que tenemos que darle para captar su atención. Si lo considera necesario, nos pedirá más información y la podremos ir desvelando siguiendo el ritmo que nos marque.
Sin embargo, para otras personas el mensaje anterior podría resultar distante e incluso hostil. Si tenemos que negociar nuestras vacaciones con un compañero idealista, cariñoso y extrovertido, vale más que no le soltemos el mensaje de una forma tan aséptica. Tendremos que ‘vestirlo’. Podríamos transformarlo en algo así: «Mira lo que me ha pasado, a mi mujer le comunicaron ayer un cambio de turnos en sus vacaciones y tal y como lo tengo ahora, no vamos a coincidir un solo día en todo el verano. Quería saber si tú tendrías alguna posibilidad de cambiarme al menos una quincena. Estoy desolado. Si nos pudieras ayudar te lo agradecería en el alma.»
Es decir, sintonizaríamos con su canal de afectividad y empatía, y seguramente obtendríamos los mejores resultados posibles. En otro supuesto, si tuviéramos que explicar un cambio de planes a una persona suspicaz y desconfiada, sería necesario aportar la mayor cantidad posible de datos. ¿Qué necesita una persona de estas características? Seguridad. Así que para comunicarnos en su mismo lenguaje, deberemos adelantarnos a cualquier interpretación errónea que pueda hacer y no dejar lugar a dudas. Hablar despacio, aportando razones lógicas y llegando a un nivel de detalle muy superior al requerido por una persona despreocupada a quien todo le viene bien. Un ejemplo: «Juan, como recordarás, habíamos quedado en que te vendería mi coche de segunda mano cuando me comprara otro nuevo. Sin embargo, no va a poder ser así y me gustaría explicarte las razones para que lo entiendas. Resulta que en el concesionario…». Todo es poco para una persona desconfiada. Cuanto más nos esforcemos, más probabilidades de éxito, porque estaremos dándole lo que realmente necesita. Merece la pena.
Raquel Martín Lanas. Unidad de Diagnóstico y Terapia Familiar (UDITEF). Clínica Universidad de Navarra (Pamplona y Madrid).
Para más información: El Diálogo (Teconté). Autor Fernando Sarraís. Dr. en Medicina, especialidad en psiquiatría, y psicólogo.
Lee aquí el primer capítulo de El Diálogo
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