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La capacidad de ‘aguantar’: ¿es bueno impedir que los hijos sufran?

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Si pudiéramos valorar las consecuencias de nuestras acciones educativas a largo plazo, nos daríamos cuenta de que aprender a tolerar situaciones de frustración puntual es extremadamente beneficioso para nuestros hijos. Al contrario, permitir que se salgan con la suya en circunstancias en las que tendrían que haber aceptado algo diferente, supone incitarles a un patrón de comportamiento que no le será beneficioso en la vida.

Pensemos en un niño pequeño que entra en una fuerte rabieta porque su madre no le quiere comprar una bolsa de patatas en el supermercado. Tenemos dos opciones: transigir y que se acabe el llanto o no transigir y que, posiblemente, aumente de volumen e intensidad.

En el primer supuesto, habremos perdido autoridad al tiempo que le transmitimos el mensaje de que la vida se tiene que adaptar a sus deseos. Es el síndrome de los niños demasiado protegidos. Cuando sus padres no están cerca para solucionar sus problemas, tienen muchas dificultades para adaptarse a su entorno.

En el segundo supuesto, además de mantener nuestra autoridad puesto que ya habíamos dicho que no, les habremos hecho superar un deseo que no era en absoluto necesario. Un tiempo después no se acordarán de la bolsa de patatas fritas, pero sí habrán interiorizado que no pueden lograr todo lo que quieren.

A veces pensamos que, por el precio de una bolsa de patatas, no merece la pena el berrinche del niño más el espectáculo en el supermercado. Pero si le damos una vuelta, gracias a decirle «no» a esa bolsa de patatas fritas, todo el sufrimiento que tiene el niño es no tomarse una bolsa de patatas -un precio mínimo- y a cambio habrá ganado mucho más en autocontrol.

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Pequeños trucos para ir ganando en resiliencia

Esperar turno. Aprender a respetar que no nos toca todavía es una buena manera de ‘coger músculo’ para sobrellevar la frustración. Tenemos que intentar que nuestros hijos tengan momentos de espera. Por ejemplo, tienen que aprender a no interrumpir a los adultos cuando hablan, o podemos indicarles que iremos a ver lo que nos quieren enseñar más adelante, cuando terminemos lo que estamos haciendo. Si en casa hay varios hermanos, pueden hacer turnos para la ducha o para elegir película los fines de semana. Y los juegos de mesa son un buen aliado para desarrollar esta destreza.

– Se come lo que hay en la mesa. Un error muy habitual a la hora de educar en la resiliencia es preparar menús distintos a los niños en función de sus preferencias. Les transmitimos la idea de que el mundo se adaptará a sus exigencias. Hay que comer lo que hay que comer. Y si no se lo comen, volverán a probar en la siguiente comida hasta que tengan hambre suficiente. Habrán aprendido a superar el dictado de sus gustos.

– Cada palo que aguante su vela. Pueden llevar la mochila. Pesa, pero no les va a pasar nada si es un desplazamiento razonable. Incluso pueden ayudar a cargar con pesos mayores, por ejemplo, para colaborar con los padres cuando descargan la compra. Pueden hacer excursiones por el campo más largas de lo que imaginamos, siempre dentro de lo razonable. Y cuando empiezan a quejarse porque les duelen un poco las piernas, es el momento en que sabemos que están aprendiendo a superar sus propios límites.

Cuestionar la autoridad de los padres

Cuando los padres actúan de modo que, en su opinión, están resolviendo los problemas de sus hijos, no son conscientes de que en cada petición que hacen a cualquier persona de su entorno -profesores y educadores, cuidadores, familiares cercanos, incluso los padres de otros niños a los que interpelan en el parque- es quitarle autoridad. Es decir, la única autoridad que esos niños acaban por admitir es la de sus padres puesto que sus padres ponen en entredicho la autoridad del resto de los adultos.

Si los padres cuestionan, por ejemplo, cada decisión tomada por el profesor -desde un cambio de ubicación en el aula hasta el método elegido para aprender a leer- lo más probable es que los hijos hayan escuchado estos comentarios en voz alta y pierdan el respeto hacia sus maestros.

La única autoridad que les queda sería la de los padres, pero como ellos tampoco ejercen de manera adecuada la labor de guías y educadores de sus hijos, no encuentran una referencia oportuna a la que aferrarse para seguir su proceso normal de socialización.

María Solano
Asesoramiento: Madalena Rodríguez. Psicopedagoga, profesora de Educación Infantil en el Colegio Alameda de Osuna

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