La familia es una escuela excelente para moldear el carácter y aprender a vivir en sociedad. Si enfocamos bien la relación de los hermanos, aprenderán de manera natural las reglas que rigen los comportamientos humanos. Una crucial es aprender entre hermanos a ceder, a no ganar, y aceptar el triunfo del otro de buen grado.
La escena puede ser tan cotidiana como que los padres planteen un par de planes alternativos, los dos apetecibles, con ligeras variaciones. De pronto, surge el combate dialéctico entre los hermanos porque cada uno quiere elegir… lo contrario que elija el otro. Y entonces llega la batalla entre hermanos.
Lo que prometía ser una tarde de felicidad, se convierte en una pequeña tragedia griega en la que nadie parece contento. Y lo más triste es que, tomemos la decisión final que tomemos, alguien tendrá la sensación de haberse fastidiado. Con lo cual, el plan perfecto se ha convertido en una oportunidad empañada.
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Ante esta situación de riñas entre hermanos se nos plantea un conflicto. ¿Es malo que aprendan a defender sus intereses? No. Al contrario. Les ayudará a ser más asertivos y a no dejarse llevar. Sin embargo, como todo aprendizaje, necesita unos límites. Lo que sí resulta perjudicial es que utilicen el chantaje para imponer su criterio. Y también necesitamos enseñarles a perder, a aceptar su derrota y, lo más difícil de todo, a alegrarse de la victoria ajena y disfrutar de la opción que ellos no habrían elegido.
Otro de los aspectos que debemos vigilar es que la defensa de su causa no se base en el ataque de la causa del contrario porque si pierden, tendrán una percepción muy negativa de la opción ganadora.
Si conseguimos estos logros, el hecho de que traten de convencer al resto de los hermanos sobre sus tesis no es necesariamente negativo. Les ayuda a desarrollar sus destrezas en argumentación, mejora su capacidad de oratoria y les enseña a no basarse en meras opiniones y a saber buscar la verdad.
Debemos guiarles en este camino a modo de árbitro imparcial que no juzgue sobre el fondo del asunto, pero que evalúe sobre la limpieza de las jugadas. Eso no significa que vayamos a lograr que lleguen a un acuerdo razonable y razonado. En la mayoría de los casos tendremos que intervenir para proponer una solución: por ejemplo, que algún impedimento con el que nuestros hijos no cuentan decante las opciones hacia un lado de la balanza. Otras veces, lo menos injusto será lanzar una moneda al aire o escenificar una pequeña rifa con unos papeles doblados metidos dentro de un sombrero, para que vean que todas las opciones tienen igual validez.
El segundo gran aprendizaje de esta experiencia consiste en aceptar de buen grado la opción ganadora. Esta fase es fundamental porque no deben tomarse el resultado como una derrota, sino como una opción entre dos. Eso les ayudará a manejar mejor la frustración en las muchas ocasiones en la vida en las que les toque ceder en sus preferencias.
Para que la aceptación sea adecuada no solo tienen que ‘no protestar’, sino también aprender a ‘disfrutar’ de la opción que ha sido elegida y que no era su favorita. Este es el proceso mental más costoso.En esta fase final en la que tienen que aprender a disfrutar, aunque hayan perdido, irán dominando su orgullo herido hasta que la razón les lleve a entender que es mejor disfrutar de lo que ha tocado que sufrir por no haber ganado y quedarse sin nada.
Buenos ejemplos para aprender a debatir
Podemos ejercitar el arte del buen debate en cuestiones aparentemente banales que ayudarán a los hermanos a comprenderse mejor. La clave radica en guiarles para que sigan unas reglas de juego, utilicen argumentos razonables, eviten las descalificaciones del contrario y acepten los aspectos positivos de su elección.
Podemos poner en marcha este sistema de aprendizaje a la hora de elegir una película para ir al cine, un juego de mesa compartido en familia, una visita cultural o qué bizcocho hacer esa tarde.Al mismo tiempo que desarrollamos sus destrezas en argumentación, estaremos ayudándoles a ampliar su vocabulario y a fomentar su capacidad de expresión.
Alícia Gadea
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