En esa lista que todos hemos preparado, mentalmente o por escrito, para recibir al Año Nuevo, conviene que revisemos lo que hay que mejorar en cada casa, en cada matrimonio, en cada familia, y que ayudemos a nuestros hijos a plantearse cuáles son esas luchas interiores con las que les toca batallar. Con el apoyo de la familia, crecer es, para todos, padres incluidos, mucho más fácil.
Algo rojo, algo nuevo, algo prestado, las doce uvas después de los cuartos, sin equivocarnos, sin atragantarnos, y la lista de buenos propósitos bien amarrada en la mano. Ya ha llegado el Año Nuevo y, acabados los brindis y los petardos, nos enfrentamos con la cuesta de enero con cierta predisposición a ganarle la batalla al desaliento.
Pero más allá de los compromisos típicos, los de dejar de fumar, perder un par de kilos o hacer más deporte, el Año Nuevo nos brinda una oportunidad inigualable de mejorar como personas. No existen recetas sobre lo que debemos escribir en la lista de compromisos porque los puntos de lucha son absolutamente personales. El secreto está en repasar aquellos aspectos de nuestro comportamiento diario que no solo nos ayudarán a nosotros sino que también harán más sencilla la vida de los que están a nuestro alrededor.
El matrimonio, piedra angular
La sociedad posmoderna, excesivamente individualista, tiende a proponer como ámbitos únicos de mejora aquellos que redundan en un beneficio propio inmediato. Por eso, en las listas de Año Nuevo aparecen tantas veces propósitos como no fumar, perder unos kilos o ir más al gimnasio.
Sin que ninguna de estas propuestas tenga nada de malo, lo cierto es que hay otros muchos compromisos que, en tanto en cuanto redundan en el bien común, harán la vida de todos más sencilla.
La base para que una familia funcione es que funcione el matrimonio, de modo que los compromisos del padre y de la madre que van en la línea de mejorar la vida de su pareja redundarán en beneficio de todos. No podemos plantearnos metas demasiado abstractas porque será difícil verbalizar en qué tareas específicas se van a desglosar. Las metas concretas, propias de cada familia y de cada persona, son las que hay que lograr: tener un gesto de cariño al entrar en casa, hacer tal tarea que al otro incomoda tanto, llevar ese detalle de comer que tanto le gusta al hacer la compra…
Para trazar los pormenores de la lista, necesitamos hacer previamente un peculiar examen de conciencia, no solo de nuestro comportamiento individual sino de nuestro comportamiento en pareja, es decir, no se trata de valorar únicamente lo que cada cual cree que hace bien y mal sino mirarlo desde la perspectiva de lo que el prójimo opina.
El resultado de este trabajo individual será una relación más cuidada de la que vuelve a resurgir con fuerza el compromiso inicial. Cuando los padres confían más en su matrimonio, se vuelcan más en los hijos y la educación mejora gracias a la coherencia del mensaje, que en ocasiones habrá supuesto muchas horas de debate.
Mucho que mejorar como padres
De entre los terrenos de nuestra vida en los que nuestro comportamiento resulta crucial para la sociedad, a veces cometemos el error de pensar que es el trabajo, pero la realidad es bien distinta: es nuestra labor como padres la que va a tener un impacto mayor en el futuro. Y, en demasiadas ocasiones, acuciados por las prisas del día a día, no nos tomamos la molestia de mirar atrás y comprobar qué tal lo hemos hecho.
Ser críticos con nosotros mismos no significa ser pesimistas, caer en el error de pensar que todo lo hacemos mal. Al contrario, los padres actuamos sorprendentemente bien en situaciones que se nos presentan como totalmente nuevas en momentos y lugares insospechados. Sin embargo, si se resta ese imprevisible «efecto sorpresa» que tiene la educación, sí podemos mejorar algunos detalles concretos en la vida cotidiana de la familia.
De nuevo, es importante que la lista de propósitos sea muy clara y concisa. Es la única forma de que recordemos lo que nos hemos planteado en el momento preciso en el que estamos a punto de cometer el error. Así, mejor que «no gritar«, podemos concretar en «pedir por favor que vengan a la mesa». Cada cual sabe dónde están sus puntos de lucha.
Y nuestros hijos también los conocen. Un bonito gesto de humildad y confianza es sentarnos con nuestros hijos para que sean ellos los que nos ayuden a determinar cuáles son esos puntos a batir. Con bastante seguridad, habrá dos respuestas muy repetidas en la mayoría de las casas: dedicarles más tiempo de ocio y no usar tanto el móvil. El ocio es difícil de gestionar con los actuales ritmos de trabajo. Pero quizá habrá que plantearse si no es preferible pasar un día de excursión a lavar todas las cortinas de la casa. El móvil, vehículo que los padres emplean sobre todo para mantener sus relaciones sociales, puede convertirse, si no en un vicio, sí en un elemento que rompe los momentos de vida familiar.
Ayudar a los hijos con sus listas
Aunque los niños se conocen a sí mismos mucho mejor de lo que nosotros creemos, de hecho, solemos tenerlos tan «etiquetados» que difícilmente pueden olvidar cuál es su defecto, les vendrá bien una ayuda para determinar en qué aspectos deben poner el énfasis para mejorar. Lo que nos puede parecer algo menor en la forma de ser de nuestros hijos, es normalmente fundamental puesto que sobre la base de los hábitos se construyen las virtudes que harán de ellos unas buenas personas el día de mañana. La forma de trabajar es distinta en función de la edad de los hijos.
En el caso de niños pequeños, el carácter es aún moldeable si se van trabajando determinados hábitos. Pero hay que tener en cuenta la forma de plantearlos. Si en los adultos esos compromisos tienen que ser concretos, en los niños, mucho más. Su capacidad de concentración es muy limitada y tampoco recuerdan una orden durante demasiado tiempo. De modo que, por un lado, la lista deberá descender a lo muy concreto y, por otro, tener una delimitación temporal, como «dejar la habitación ordenada antes de ir al colegio».
Con los adolescentes el proceso se vuelve algo más complejo y depende, en buena medida, de nuestra relación fluida con ellos. No se trata de que entablemos un vínculo de amistad, al contrario, somos sus padres y esperan de nosotros que lo seamos. No somos sus mejores amigos ni debemos serlo. Se trata de que se sientan comprendidos y queridos. Pero por esas fuertes emociones que sacuden su cerebro en pleno proceso de adaptación hacia la madurez, es poco probable que un adolescente decida voluntariamente hacernos caso en algo que requiere esfuerzo.
El planteamiento en este proceso tiene que ser el contrario: nuestro reto como padres es conseguir guiarles en el análisis para que sean ellos los que lleguen a las conclusiones y tomen la determinación de los cambios que quieren llevar a cabo. La clave, de nuevo, está en la concreción. Y en este caso es fundamental que sean muy pocos los compromisos adquiridos para evitar que un excesivo «agobio», por emplear el término que ellos usan, dé al traste con toda la lista. Es fundamental que ellos comprendan su compromiso como un verdadero punto de lucha en el que desean mejorar aunque les cueste mucho, si no, no sería lucha. En el momento en el que consideren que es una imposición y que ellos no son así, dejará de funcionar.
María Solano
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