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Amuebla su cabeza, pero al estilo IKEA

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Los hijos no son nuestros, aunque los criemos. Son un ‘préstamo temporal’ y lo sabemos desde el primer día. Y la mayor de nuestras tareas consiste precisamente en darles la carta de navegación con la que logren llegar a buen puerto. Después, serán lo que la vida les depare. Una vida que estará compuesta por grandes dosis de azar y algún que otro aporte de lo que, mediante la educación, académica y en valores, hayamos conseguido ofrecerles.

Pero van a tener que valerse por sí mismos, desde muy pequeños. Y no se trata de que sean capaces de hacer solos tareas básicas como la cama o los deberes. Eso es mero procedimiento, práctica pura. Lo complicado de verdad es que se valgan por sí mismos a la hora de discernir en situaciones complicadas y elegir con buen criterio la opción más acertada. A eso le solemos llamar «amueblar las cabezas». Es nuestro mayor reto. Lo demás es mucho más sencillo.

Dos maneras de amueblar su cabeza

Hay dos formas de amueblar las cabezas: con muebles comprados que se meten casi a la fuerza en el cerebro del niño o del adolescente o con muebles que ellos mismos montan con las piezas y las instrucciones que los adultos que los quieren les han facilitado. Al más puro estilo Ikea. La mejor versión de amueblar la cabeza es la segunda por dos razones: porque construyen su propio ‘yo’ y porque se sienten orgullosos de hacerlo.

En los años 60, una potente empresa norteamericana de la alimentación descubrió una mezcla perfecta de ingredientes gracias a la que, con solo un sobre de unos polvitos mezclados con agua, cualquiera podía obtener un bizcocho perfecto en un tiempo record.

El concepto prometía un éxito absoluto: fácil, cómodo, con apariencia de casero. Sin embargo, resultó un fracaso comercial. Las amas de casa de aquella América luchadora y trabajadora no querían que se dijese de sus postres que no les había costado nada prepararlo. Su autoestima caía por los suelos porque no habían tenido que esforzarse para lograr el resultado. Necesitamos esforzarnos para estar orgullosos de nosotros mismos.

La empresa no cejó en su empeño. Consciente del error cometido, planteó una solución que combinaba la sensación de esfuerzo del cliente con la sencillez de la elaboración del producto. La nueva receta sacaba del sobrecito dos ingredientes -huevos y leche- que el repostero doméstico tenía que añadir al preparado. Con eso bastó para que los clientes se sintieran orgullosos de un trabajo ‘elaborado por ellos’.

Evita dárselo hecho: motívales para que lo hagan ellos

A los padres nos toca un papel similar en la ardua tarea de amueblar sus cabezas. No podemos darles los muebles ya fabricados porque no los harán propios, no los interiorizarán. Pero tampoco podemos dejar que los construyan desde cero, porque pueden utilizar materiales inadecuados o seguir estrategias incorrectas.

Nuestra tarea es ofrecerles las piezas que necesitan, desde el más grande de los tableros hasta el más pequeño de los tornillos, facilitarles unas instrucciones claras de trabajo y dejar que ellos, con mucho ensayo y bastante error, consigan amueblar sus cabezas.

Victoria A. De Bódalo

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