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Los amigos y la familia: ¿qué ha cambiado en sociedad?

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Los importantes cambios sociales que hemos vivido en las últimas décadas han afectado especialmente a la vivencia de la amistad en la juventud y la etapa adulta. Pero, ¿qué ha cambiado en las últimas décadas para que la amistad esté pasando por horas tan bajas?

Poco tiempo para ser amigo de nuestros amigos

La falta de tiempo ha irrumpido de manera decisiva. La complicación de las agendas deja poco hueco para las amistades. Los ritmos de trabajo imponen rutinas de lunes a viernes que hacen casi imposible encajar momentos de ocio. También les ocurre a menudo a los adolescentes y jóvenes, que reparten sus horas entre las clases, actividades extraescolares y deportes, alguna clase extra, los trabajos de las asignaturas y un pequeño contacto diario con la familia. Cuando llega el rato de las amistades, se centran en el contacto a través de redes sociales que permite profundizar poco porque se desarrolla en un entorno de grupo excesivamente mediatizado por las nuevas tecnologías.

Durante el fin de semana, los jóvenes se ven en sus salidas nocturnas, normalmente en grupos bastante numerosos y en espacios ruidosos en los que se favorece poco la conversación. Sumado al consumo de alcohol, esos momentos no son los que fomentan la sincera amistad. En el día, seguirán vinculados a través de las redes sociales, pero forjarán relaciones muy superfluas, con escasa profundidad.

En cuanto a los adultos, prefieren dedicar el fin de semana a la familia, actitud muy loable, a la que no han podido prestar mucha atención entre semana. Se trata de un cambio sustancial con generaciones precedentes en las que los matrimonios buscaban tener más vida social durante los días de asueto y dejar a los hijos a cargo de otras personas.

El indivualismo está haciendo mella en las amistades

Hay también un cambio sustancial en la manera de entender la confianza. El individualismo posmoderno ha llevado a la sociedad a practicar un falso pudor y cerrarse a los demás en aquellos aspectos que se refieren a los sentimientos mientras, al mismo tiempo, airea intimidades en las que la amistad nunca entraría y deja al descubierto la vida privada a través de las redes sociales y otras vías de comunicación.

Por último, cierta falta de generosidad, derivada posiblemente de este individualismo y de la sensación de autosuficiencia que trata de imponernos la sociedad también está haciendo mella en las amistades. El hombre posmoderno se cree capaz de afrontar todos los retos, de ahí que haya abandonado la idea de familia como sustento, la de la fe y también la de la amistad.

Pero si tomamos conciencia de todas estas limitaciones, descubrimos con qué facilidad se pueden recuperar las amistades y el efecto beneficioso que ejercen sobre nosotros y sobre nuestro entorno, en tanto en cuanto nosotros estamos más felices y reflejamos esa felicidad sobre los demás.

Cuando la amistad es un problema

– Amistades tóxicas durante la juventud. Se producen cuando se extiende más allá de la adolescencia el concepto utilitarista de la amistad. Se suelen generar relaciones de extremada dependencia, en ocasiones con aspectos propios del maltrato psicológico. Algunos jóvenes se ven inmersos en situaciones que no consideran adecuadas, pero de las que no saben salir por miedo a romper con lo que en su entorno es la corriente dominante.

El problema es que a los padres les resulta difícil romper con esta realidad. Antes, llegado el caso, se planteaban cambios de colegio o domicilio. Hoy, Internet impide poner tierra de por medio. Aquí solo funciona la comunicación sincera con los hijos para hacerles ver el riesgo de esa relación.

– No conozco a sus amigos. Una de las quejas más frecuentes de los padres en la actualidad es que no saben nada de los amigos de sus hijos, amigos casi virtuales con los que no tienen contacto directo. Antes de la irrupción de las nuevas tecnologías, los padres conocían personalmente a los amigos de los hijos porque la relación era física, presencial.

Para subsanar este problema no podemos violar la intimidad de nuestros hijos y entrar en su mundo virtual, pero sí debemos favorecer el que recuperen el contacto real con los hijos. Pero eso supondrá para nosotros el esfuerzo extra de ejercer de taxistas en nuestros ratos libres y, sobre todo, de abrir las puertas a nuestra casa, al ruido y al desorden que genera tener a un nutrido grupo en alguna estancia de la casa. No se trata de que los padres estén encima de los hijos, sino de que ofrezcan un espacio natural, sano y acogedor que les permita vigilar con quién se mueven los hijos.

– No aguanto a los amigos de mi pareja. Dicen que nos casamos con el marido o la mujer y con toda su familia, pero nadie advierte de que también nos casamos con los amigos del contrario, nos gusten o no. Si nos gustan, la vida de amistad en pareja fluirá sin dificultad. Si no nos gustan, merece la pena pararse a pensar en los motivos, si son reales o aparentes, y hasta qué punto podemos aceptar a unas amistades del contrario que no nos satisfacen. En cualquier caso, no es malo que las parejas se reserven un espacio de amistad propio siempre y cuando no afecte a la vida en común. El ideal será que la pareja vaya formando sus amistades a partir de las que cada uno traía y con la suma de nuevos amigos a los que vayan encontrando.

María Solano
Asesoramiento: Alfredo Alonso-Allende, escritor

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