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Amaya de Miguel: «La familia debe ser un equipo y esto se logra con conexión, pasando tiempo juntos»

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Amaya de Miguel Sanz ha reunido en su libro Relájate y educa (Plataforma editorial), las herramientas que necesitamos los padres para sustituir a los premios y castigos, a los gritos y broncas en casa. A través del planteamiento de las soluciones a los conflictos más cotidianos, que están basadas en la conexión, el liderazgo de los adultos, una buena estructura familiar y en muchos casos en el juego, la autora da respuesta a las preguntas, que durante años le han hecho sus miles de seguidores y alumnos en redes sociales.

La autora, que defiende que en el momento en que el adulto cambia su manera de afrontar un conflicto, cambia también la reacción del niño, es fundadora de relajateyeduca.com, una escuela de padres online con más de 1.000 alumnos que han conseguido construir una familia en armonía. En su opinión, amar a nuestros hijos no es suficiente, es necesario que ellos lo noten, especialmente durante las crisis.

El amor en el centro de las relaciones familiares

El primer truco que propones en tus páginas es identificar una melodía para cada cosa, ¿podrías contarnos en qué consiste y beneficios tiene para construir un poderoso vínculo de familia?
Hay una figura que a mí me ayuda mucho: el flautista de Hamelín. Todos conocemos el cuento en que el flautista toca su flauta y los niños le siguen. Es controvertido porque arranca a los niños de sus hogares, pero si obviamos este matiz, nos encontramos con un líder que solo necesita tocar la flauta para que le sigan.Si el flautista fuera autoritario, habría gritado: «Niños, ¡ahora mismo en fila! ¡Todos en silencio! ¡Tú, ponte bien o te mando al final de la fila!». Los niños no se habrían sentido tranquilos, percibirían hostilidad, tendrían miedo y desarrollarían resistencia a seguir al flautista. Si el flautista fuera permisivo, habría preguntado a los niños: «¿nos vamos ahora, o dentro de un rato? ¿Queréis que toque la flauta, o mejor toco el tambor? ¿Vamos por este camino o por este otro?» De esta manera los niños no sentirían la seguridad de estar en manos de alguien que sabe lo que tiene que hacer, cómo hacerlo y cuáles son los objetivos.

Guiar a los niños no tiene por qué ser desagradable, ni para ellos ni para nosotros.

Puede ser cansado, puede ser intenso, pero no tiene por qué implicar hostilidad, enfrentamientos, o ceder constantemente por miedo al conflicto. Para lograr que la convivencia sea armoniosa es importante que cada uno de nosotros encuentre su melodía. No es fácil y no es espontáneo, pero lo bueno es que se puede aprender. En el libro he reunido muchas herramientas que precisamente sirven para guiar a los niños de manera armoniosa y segura, creando un hogar donde el conflicto se resuelva sin hostilidad, con mucho respeto, y con el liderazgo firme, cariñoso amable y respetuoso de los adultos.Una de ellas son las canciones. ¿Y si en lugar de decir a los niños que se laven las manos, les cantamos la canción de lavarse las manos? Y la canción de recoger la mesa, la de irse a la cama… Es mucho más amable que usar el imperativo, y ayuda enormemente a los niños pequeños a interiorizar la conducta positiva. Cuando crecen así, ya tienen el hábito formado y es más sencillo para ellos hacer las cosas.

Tener un plan de actuación con los niños es fundamental para que se sientan seguros, pero ¿cómo construir ese mapa para no improvisar y que se multipliquen los conflictos?
Voy a poneros un ejemplo que doy en el libro, y que se repite en muchas familias. Hoy tú tienes mucho trabajo al llegar a casa; tienes que preparar la cena, recoger el salón y terminar un proyecto que no pudiste acabar en la oficina. Cuando tus hijas te piden ver la tele un rato, les dices inmediatamente que sí. Te viene muy bien que estén tranquilas y no te molesten. Al día siguiente te sientes mal porque estuvieron viendo la tele dos horas y te parece excesivo, de modo que decides que hoy no la van a ver. Cuando llegáis a casa y te lo piden, les dices que no. Ellos se enfadan e insisten. Tú, finalmente cedes y les dejas verla media hora. Al día siguiente ocurre lo mismo pero esta vez no les dejas verla; ellos se enfadan muchísimo y tenéis un conflicto. Y la semana siguiente, otro día que tienes mucho lío, de nuevo les permites que la vean durante una hora y media. En esta familia no hay un mapa claro. La estructura es borrosa para todos: para los niños y para ti. Tú improvisas cómo actuar cada día y ellas, al no tener una estructura clara, cada día empujan y fuerzan la situación para conseguir lo que desean. Como consecuencia, muchos días hay conflictos por la tele. No solo eso: además tú te sientes mal porque no estás educando de acuerdo a tus valores. No quieres que pasen tanto tiempo delante de una pantalla pero cedes ante el conflicto algunas veces, y otras usas la tele porque te conviene.

Vivir en contradicción con tus propios valores te hace sentir mal a diario.

En esta familia las cosas irían mucho mejor si tuvieran unas pautas muy claras que todos conocieran bien. Por ejemplo, si la tele se pudiera ver media hora todos los días a la vuelta del cole. O una hora los domingos después de desayunar. Si los adultos respetan esta norma, incluso cuando están muy liados, incluso si los niños se portan mal, incluso en situaciones excepcionales, el conflicto se reduce muchísimo. Si un día el niño pide ver la tele fuera del horario, tú solo tendrás que decir: «¡pero si hoy no toca ver la tele!». Si consigues establecer un sistema coherente para las cosas importantes, vuestra vida va a ser mucho más sencilla. Tú no tendrás que decidir cómo actuar a cada rato, y los niños sabrán a qué atenerse. A ellos les da muchísima seguridad, y a ti mucho espacio mental. La convivencia va a mejorar, seguro.

¿Cuáles son las herramientas fundamentales que necesitan los padres para construir la motivación interna y cambiarlas por los gritos, los castigos, los premios y las amenazas?
Lo primero que necesitamos los adultos es comprometernos a actuar de un modo acorde a nuestros valores. ¿Yo valoro el respeto? Entonces voy a tratar a mis hijos con respeto, incluso (o sobre todo) en las situaciones más complicadas. ¿Es el amor en familia uno de mis valores más importantes? Entonces me comprometo a usar el amor visible, viscoso, amor que se note incluso (o sobre todo) durante el conflicto. El compromiso no es suficiente porque yo puedo comprometerme a usar el amor durante la crisis pero ¿cómo se hace?

¿Cómo consigo reaccionar con firmeza y amor cuando mi hijo me insulta, pega a su hermano, no quiere hacer los deberes o se niega a irse a la cama?

Aquí es donde necesitamos aprender nuevas herramientas que sustituyan a las herramientas más agresivas que solíamos utilizar. He reunido esas herramientas, muchas de ellas basadas en el juego, hacer el payaso, contar cuentos y cantar canciones. También hay que crear estructuras sólidas y claras, y hay que observar qué es lo que no funciona en casa para cambiarlo.Antes incluso de las herramientas, hay un ingrediente que es importantísimo y que es uno de mis objetivos como educadora de padres: es fundamental que haya un buen vínculo entre los padres y los hijos. Tenemos que ser un equipo, y esto se logra con conexión, pasando tiempo juntos y, sobre todo, disfrutando. Si yo tuviera que dar un consejo a los adultos, les diría que disfrutaran con sus hijos, que crearan vínculos y conectaran. Esta debería ser la prioridad en la convivencia familiar.

¿Qué es la disciplina juguetona? ¿Cómo jugar con los niños y ser firme al mismo tiempo?
Me inventé el término Disciplina juguetona para agrupar estrategias de juego con las que abordar las situaciones más difíciles del día a día. Cuando el niño se enfrenta a una situación que para él es difícil, como por ejemplo recoger la mesa, se agobia, lo pasa mal, su cerebro le dice que no lo haga porque no le proporciona ninguna satisfacción… es decir que hay una serie de emociones negativas asociadas a esa acción.

Si el adulto reacciona a la dificultad del niño con hostilidad, esas emociones negativas se multiplican.

Es como si el niño sintiera algo así: «recoger la mesa es lo peor del mundo, y me hace sentir mal. Y mis padres se van a enfadar mucho. Me van a gritar y va a ser horrible. A lo mejor yo les grito a ellos y me pongo a llorar».De pronto hay ¡muchas más emociones negativas asociadas al hecho de recoger la mesa! Y la resistencia que el niño tenía se hace mayor, porque la negatividad es ahora enorme y esto le paraliza.Mi objetivo es que tú aprendas estrategias para reducir la resistencia del niño, para que estas emociones negativas se reduzcan en lugar de aumentar. Y que la dificultad sea solo recoger la mesa.Entonces, ¿cómo lo podemos hacer? Si yo en lugar de gritar al niño, amenazarlo o castigarlo, le propongo que recoger sea un juego (recoger en cadena, recoger bailando, recoger cronometrándonos, recoger como robots*), no solo voy a reducir las emociones negativas asociadas a esa acción, sino que lo vamos a pasar bien, vamos a crear un momento de conexión y la familia va a salir reforzada. Por eso, a veces les digo a los padres: cuando veas que el grito va a salir por tu boca, ¡canta! Di lo que tengas que decir, cantando. De esta manera reduces la hostilidad en el ambiente, a lo mejor os reís todos, se rebaja la tensión y así será más sencillo seguir adelante.

Estamos en plena vuelta al cole y se nos plantean muchos problemas, ¿qué hacer cuando son pequeños y les cuesta adaptarse?
Lo primero es comprender la dificultad de tu hija es válida, es real y necesita ser comprendida y acompañada. No vale con que le digas: «Pero hija, ¡si no pasa nada! Si va a estar tu amiga Laura». A ella sí le pasa algo cuando va al cole: te echa de menos, le cuesta salir del entorno familiar en el que se siente tan segura y, por mucho que le gusten la profe y sus amigos, estar en el cole supone un esfuerzo: intelectual, social, de organización personal e incluso físico (no puede levantarse cuando quiera, correr cuando quiera, tumbarse en el sofá cuando quiera).

Es importante permitirle que hable de lo que le ocurre y de cómo se siente, si es capaz de hacerlo.

Les ayuda mucho oír cosas como «yo creo que, aunque en el cole estés bien, te resulta muy difícil separarte de mí». Muchos de mis alumnos, y también hablo de esto en el libro, les entregan un objeto personal a los niños: un collar tuyo, un pañuelo… algo a lo que puedan recurrir cuando se sientan vulnerables. Otros les escriben una nota bonita cada día y se la guardan al niño en un bolsillo para que la abra cuando llegue al cole, y así tenga algo bonito que esperar.

Las peleas entre hermanos suelen ser fuente de fuertes conflictos en casa, ¿qué deberíamos hacer los padres desde el principio para lograr que se lleven bien, no se peleen o compitan entre sí?
El conflicto va a existir casi siempre, y es positivo. Los humanos somos mamíferos y las peleas con los hermanos son el entrenamiento para las relaciones que, en la edad adulta, tengamos con nuestros iguales: pareja, compañeros de trabajo, amigos* Del mismo modo que los cachorros leones pelean entre sí, aprendiendo habilidades que necesitarán en la edad adulta.

Por eso es una gran oportunidad aprovechar sus conflictos para mostrarles una vía sana para manejarlos.

El primer paso, y de esto hablo en el libro en detalle, es poner palabras a lo que les ocurre: si rivalizan, si compiten, si sienten celos, si preferirían no tener hermanos… Hay que usar palabras adecuadas a su edad, incluso si son muy pequeñitos, y hablar de lo que les pasa sin juzgarlos y sin hacerles sentir que son malas personas por sentirse y actuar así. El segundo paso es darles alternativas de actuación: «cuando venga el hada de pegar a tu hermano pequeño, ven a mi lado. Cuando estás conmigo el hada se va y viene el hada de la sonrisa». Si los niños son más mayores se puede decir lo mismo pero sin hablar de las hadas.También es importante enseñarles a resolver sus propios conflictos. Los adultos estamos habituados a actuar como jueces o policías cuando los niños pelean, intentando impartir justicia, declarando culpables e inocentes. Esto crea situaciones de mucho rencor en un hermano, y de privilegio en otro. Te recomiendo que dejes de hacerlo. En su lugar, puedes guiarles para que ellos lleguen a un acuerdo para resolver el conflicto. Esta es una habilidad valiosísima que les servirá para toda la vida. En el libro hablamos de cómo lo puedes hacer.

¿Y qué podemos hacer cuando los hermanos se pelean?
La Disciplina juguetona también sirve cuando los niños pelean. Cuando uno de ellos te cuente lo que le ha hecho su hermana, puedes coger un plátano (o cualquier objeto alargado) y llevártelo a la oreja como si fuera un teléfono. Finge que estás hablando con la policía: «Verá, policía, es que María le ha quitado la pelota a Juanjo, y Juanjo dice que la pelota es suya». La policía te va a decir que persigas a los dos hermanos para hacerles cosquillas, para darles treinta besos a cada uno, para cantarles una canción… Cuenta hasta tres y empieza a perseguirlos. Lo más habitual es que el conflicto se olvide y los dos se alíen para escaparse de ti.

Su rivalidad se habrá diluido con las risas y ellos habrán hecho equipo. ¡Justo lo que querías!

Si crees que tenéis que hablar del conflicto, será mucho más sencillo hacerlo ahora, con todos más relajados. O tal vez sea un conflicto natural, nadie ha sufrido y se puede dejar pasar. Los conflictos, insisto, son naturales y buenos si los gestionamos sin virulencia.

Las rabietas, lloros, enfados y agresiones de los niños nos pueden hacer perder la calma, ¿cómo conseguir no ponernos a su altura?
Cuando un niño tiene una rabieta, lloros que a mí me parecen excesivos, agresiones… ¡no lo está eligiendo! Todos los niños quieren recibir una imagen súper positiva de los padres, sentirse queridos, apoyados y valorados. En estas situaciones su cerebro actúa así porque no está preparado para hacerlo de otra manera. Los expertos lo llaman secuestro emocional o desbordamiento emocional. Los niños no lo saben controlar y, insisto, actúan así porque no pueden actuar de otra manera. La parte del cerebro que se activa en los momentos difíciles es la más animal, es el cerebro reptiliano. Y la parte racional de su cerebro se apaga, como si tuviera un interruptor. Clic. Apagada. El niño no puede actuar de manera racional. No puede pensar. Nosotros en cambio sí podemos elegir cómo actuar.

El éxito en cualquier relación personal radica en elegir cómo actúo.

Casi todos nosotros, ante un estímulo, reaccionamos automáticamente. Si mi hijo me grita, yo grito más. Si no se quiere vestir para ir al cole, le amenazo. Etcétera. Son reacciones automáticas. ¿Qué pasaría si ante el estímulo negativo (el grito de mi hijo), yo me parara unas décimas de segundo y eligiera cómo actúo? Ya no estaría reaccionando sino tomando una decisión consciente.Y aquí está nuestra solución: en elegir conscientemente cómo queremos actuar, en usar la parte racional de nuestro cerebro. Porque en el momento en que usamos herramientas irrespetuosas, amenazantes, agresivas* es nuestro cerebro reptiliano el que toma las riendas. Pero nosotros somos adultos y tenemos que elegir actuar desde nuestro cerebro racional.Para eso tenemos que tener herramientas alternativas que nos permitan afrontar los conflictos sin agresividad, que son las que doy en el libro.Además, podemos «blindarnos» ante la reacción negativa del niño, para no convertirnos en su espejo. A mí me ayuda visualizarme dentro de una burbuja que me aísla de la agresividad de mis hijos, pero que no me impide ser empática. Esta visualización tan sencilla me permite no reproducir su comportamiento agresivo y mantener mi racionalidad y mi serenidad en las situaciones más complicadas.

¿A partir de qué edad es posible educar en habilidades sociales a los niños cuando vemos que no son innatas? ¿Qué es lo más importante a la hora de que aprendan a relacionarse con los demás?
Cuando los niños tienen dificultades para relacionarse, los adultos solemos explicarles qué es lo que deberían hacer, con largas charlas. En ese momento el niño lo entiende pero en el momento de la socialización, actúa de manera espontánea, y tal vez actúe mal. Yo he comprobado con mis propios hijos y con los miles de familias con que trabajo que estas explicaciones no sirven de nada: son muy racionales y en el momento de la verdad el niño no sabe o no puede recurrir a ellas. En cambio hay una herramienta que funciona genial porque permite que el niño interiorice fácilmente la conducta positiva: cuéntaselo con un cuento de animales, o haz un teatrillo con muñecos. Estos personajes se comportarán primero como lo hace él (conducta negativa), y después con la conducta positiva. Los niños integran muy bien cuentos y teatrillos, los interiorizan, ¡funciona muy bien! Si tu hijo es más mayor, puedes dibujar un cómic o incluso hacer una presentación en power point.También creo que hay que tener paciencia y mantener la perspectiva.

Un niño que no se relaciona con otros a los tres años no tiene ningún problema. A los ocho, si el niño sufre y se siente solo, sí nos tenemos que preocupar.

Hay niños que no necesitan tener muchos amigos, hay niños que no tienen amigos íntimos* Es importante que distingamos si la niña sufre, o si somos nosotros quienes teníamos unas expectativas que no se están cumpliendo. Si la niña sufre, ayudémosla. Si no se adapta a nuestras expectativas pero la niña está contenta, entonces somos los adultos quienes tendremos que revisar nuestras expectativas y aprender a respetar la naturaleza de nuestra hija en este momento (en el futuro puede cambiar).

Marisol Nuevo Espín

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