Resulta natural cuestionarnos si nuestros mayores deberían vivir con nosotros o, por el contrario, estarían mejor atendidos en una residencia. Los sentimientos que afloran al tomar una de estas decisiones muchas veces nos sobrepasan, pero hemos de tener en cuenta que, en cada familia, la situación es diferente.
Hace algunas décadas, la pregunta «¿Cuidados para los abuelos en casa o en residencia?» en la mayoría de los casos, no llegaba ni a plantearse. Los cambios recientes en el sistema de valores y el ritmo de vida actual, entre otras cosas, han dado lugar a que muchas familias se encuentren ante este dilema.
Tomar una decisión no es una tarea fácil. Los diversos sentimientos que despierta en los distintos miembros de la familia pueden derivar en desacuerdos y conflictos a veces difíciles de resolver.
En casa, ventajas para unos e inconvenientes para otros
La mayoría de los abuelos prefieren vivir y ser atendidos en su propio hogar, aunque en las generaciones de jóvenes esto empieza a cambiar. Entre las principales ventajas, encontramos el mantenimiento del contacto con la familia y seguir viviendo en el mismo entorno. Además, se rompe menos con los hábitos y rutinas y los cambios son menos drásticos, circunstancias que previenen los sentimientos de soledad y aislamiento. Estas son importantes variables protectoras de deterioro cognitivo, enfermedades físicas y mentales y sentimientos negativos.
Por otro lado, nos podemos encontrar con sentimientos de culpa en el mayor y dificultades para aceptar la nueva situación. Esto requiere pasar por un proceso de duelo -atravesando por las fases de tristeza, rabia, enfado, etc- en el que los distintos miembros de la familia tienen que readaptarse a sus nuevos roles y aceptar los nuevos cambios producidos.
Paralelamente, hay que destacar algunos aspectos desde el punto de vista del cuidador, ya que atender a un familiar mayor no siempre es fácil y, de hecho, se considera una de las situaciones prototípicas de estrés crónico. El cuidado implica una sobrecarga significativa de tareas que suponen una considerable cantidad de tiempo y esfuerzo. También implica numerosos costes personales que pueden afectar a las áreas más diversas: trabajo, estudios, vida familiar y de pareja, salud, ocio y tiempo libre, economía, aislamiento y cansancio, entre otros. En esta línea, una mayor percepción de sobrecarga daría lugar a peores resultados en la salud física y mental del cuidador, y viceversa.
Un aspecto a señalar en el cuidador son los altos niveles de ira y hostilidad que se observan en muchos casos. Los cuidadores de los abuelos parecen experimentar con frecuencia sentimientos de irritación, disgusto, enfado y rabia que pueden ser dirigidos sobre sí mismos o hacia los demás. La ira, en cuanto estado emocional, va unida generalmente a tensión muscular y a excitación del sistema nervioso autónomo. Con frecuencia aumenta de intensidad si se percibe por parte del cuidador una sensación de injusticia, ataque o trato poco ecuánime por parte de los demás.
Sin embargo, cuidar de un familiar mayor no tiene por qué ser necesariamente una experiencia frustrante e, incluso, tiene aspectos gratificantes. De hecho, la literatura científica apoya que la presencia, o no, de sentimientos positivos en el cuidador es independiente de los estresores objetivos asociados al cuidado, siendo los sentimientos de autoeficacia (sentir que se tienen recursos para proveer los cuidados), la presencia de eventos enriquecedores en la vida diaria y el apoyo social, variables que contribuyen al bienestar del cuidador.
Además, muchos cuidadores encuentran a través del cuidado un sentido a sus vidas, al percibir que la atención contribuye a su crecimiento personal, por lo que se alegran de poder devolver al familiar las atenciones que éstos han tenido previamente con ellos. Esto les ayuda a centrarse en los aspectos positivos del cuidado, lo que a su vez se traduce en una mayor implicación continuada en esta acción.
La opción de la residencia: entre el miedo y la culpa
En otras ocasiones, las obligaciones del día a día y el alto grado de dependencia del mayor, entre otras cosas, es tal, que hace que sea difícil la provisión de cuidados en el hogar, lo que lleva a muchas familias a decantarse por ingresar al mayor en una residencia. En estos casos, observamos en los familiares miedos, inseguridades y sentimientos de culpa porque sienten que no han hecho todo lo que estaba en su mano o que están ‘abandonando’ al mayor.
Sin embargo, el traslado a una residencia no tiene por qué significar que el familiar renuncia a su papel como cuidador. El rol cambia, pero la participación de los familiares en la vida del mayor sigue siendo un elemento muy importante. De hecho, es fundamental que la familia mantenga el contacto con la persona mayor para el mantenimiento de sus funciones físicas, psicológicas y sociales.
Como ventajas, las residencias brindan la posibilidad de prestar unos cuidados especializados supervisados por distintos profesionales e incluyen actividades y un tratamiento específico para cada persona. Al mismo tiempo, los familiares tienen más tiempo y espacio para sí mismos, lo que evitaría la percepción de sobrecarga mencionada con anterioridad.
Por contra, algunas residencias se encuentran lejos de la familia, lo que dificulta que los contactos sean frecuentes, y muchas todavía no tienen implantado un modelo de intervención centrado en la persona donde se coloque al mayor en el centro de los servicios, frente a otros intereses u objetivos, y que permitan a los mayores poder seguir teniendo control sobre sus vidas y cuidados cotidianos. Respecto a este punto, es de destacar el incremento de centros que están incorporando estos nuevos modelos.
Opciones intermedias
Cada una de las opciones tiene sus pros y sus contras. No existe una respuesta única aplicable a todas las familias. Además, hay opciones intermedias (ej: profesional que cuida en el hogar del mayor, centros de día, etc). Cada situación es diferente y, por tanto, nadie mejor que la propia familia implicada puede valorar cuál es la que se adapta mejor a su caso. Se trata de asesorarse sobre las distintas opciones que existen, valorar las implicaciones de cada uno, dar valor a la comunicación y alcanzar un consenso en familia.
En este punto es importante informar a la persona mayor y empoderarla, especialmente desde la prevención, es decir, dejarles tomar decisiones sobre el propio proyecto de vida con tiempo.
Dra. Cristina Noriega García. Prof. Dept. Psicología y PedagogíaTerapeuta familiar Instituto de Estudios de la Familia. Universidad CEU San Pablo
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