La naturaleza no da puntada sin hilo. Esos aparentemente ilógicos comportamientos que tienen las mujeres en el embarazo y el posparto tienen una explicación científica que avala que la madre «no se ha vuelto loca» aunque sus hormanas estén muy lejos de los niveles habituales.
El deseo irrefrenable de preparar ya la cuna
Sabes que tienes suficiente ropa de bebé, pero por algún motivo vuelves a casa con un par de conjuntos más… por si acaso. La cuna está lista con sus sábanas lavadas con jabón neutro. La nevera no está suficientemente ordenada y ya va siendo hora de que alguien limpie las estanterías del salón. Ya que estamos, quizás convendría llenar la despensa de comida, limpiar los armarios, barrer el suelo por tercera vez hoy, volver a lavar las sábanas o, por favor, que se pare el mundo que esa mancha en la ventana me está matando.
El instinto de anidación hace referencia a la tendencia en animales que esperan descendencia de comer en exceso y preparar el nido. Este comportamiento se puede observar en una variedad de mamíferos y pájaros. Así, la necesidad imperiosa de comer, almacenar alimentos y preparar el nido para la llegada de nuevos miembros de la manada, se ve regulada por las hormonas progesterona, estradiol y prolactina. Debido a que la supervivencia de un bebé está altamente correlacionada con el hogar en el que será acogido, es natural que evolutivamente hayamos desarrollado un sistema biológico en respuesta a este acontecimiento.
La segregación de progesterona, estradiol y prolactina que detonan el preparar un hogar para la llegada del bebé, también juegan un papel principal en el vínculo materno. Tanto es así que, en estudios con ratas y conejos, se puede observar que cuando los nidos que preparan son alterados o cuando no se les permite construir sus nidos, sufren una deficiencia de prolactina. Las madres ratas y conejos en esta situación no forman un vínculo con sus crías, incluso llegan a pisarlas y no ofrecerles apego.
En humanos, el instinto de anidación proviene tanto de un detonante hormonal como cultural. El instinto de anidación nos ayuda psicológicamente a prepararnos para el gran cambio que supone dar la bienvenida a un nuevo miembro de la familia. Culturalmente, se promueve una cierta imagen de cómo deben ser los padres, cuál es la imagen de un hogar perfecto y es normal que queramos lo mejor para nuestros hijos. De esta manera, nos vemos motivados a sacarle brillo a todo, tener todo listo para la llegada del bebé, o sufrir las posibles críticas de nuestro entorno sobre la casa en el que va a vivir nuestro bebé.
La segregación de prolactina no solo prepara la fisiología de la mujer para poder dar de lactar, sino que también actúa como neuromoduladora. La prolactina durante y después del embarazo disminuye la libido y favorece la conducta maternal. Es por esta combinación que puede que tengamos una menor tendencia a ser cariñosas con nuestros esposos pero ponerle inmenso cariño a doblar una mantita.
Por otra parte, la segregación de progesterona y estradiol modula los receptores de membrana neuronal como el serotonérgico, el noradrenérgico y el dopaminérgico. Estos receptores están altamente asociados a los procesos de ansiedad y la depresión. La progesterona modula estos receptores de membrana regulándolos de la misma manera en la que funcionan los antidepresivos. Así, la progesterona tiene un papel importante en cuanto a los trastornos afectivos y ejerce sus acciones sobre el sistema límbico. Es de este estado afectivo de calma y felicidad de donde nos nace tener todo listo para la llegada de nuestro bebé.
¿Por qué ahora mi parto no me parece tan doloroso como antes?
Nunca más. Esto ha sido peor de lo que esperaba. ¿Cómo lo hacía la gente hace un siglo, y hace medio? Qué horror. No vuelvo a pasar por esto.
Cinco años más tarde: «Quiero otro bebé. El embarazo no fue tan malo y el parto tampoco. Quiero un bebé chiquitito que duerme como un angelito y se acurruca y cabe en mis brazos».
Desde un punto de vista evolutivo, la memoria del dolor juega un papel importante. El dolor indica una amenaza a nuestra salud y evitarlo suele ser clave para nuestra supervivencia. A pesar de ello, los dolores del parto son un indicador de que algo maravilloso está a punto de suceder, y cuanto más duelen las contracciones, más cerca está el acontecimiento. Históricamente, dar a luz ha sido asociado a dolor y alto riesgo de muerte maternal. Siendo esto así, evolutivamente nuestra predisposición debería ser evitar tener más hijos, si es que sobrevivimos al parto del primero. No obstante, este no es el caso.
Si bien nunca olvidamos totalmente un parto, solemos recordar el dolor y las molestias de manera menos objetiva. Esto se debe a una combinación de factores. El primero se debe a un «efecto aureola». La euforia, el alivio, la felicidad y las ansias al sostener a nuestro bebé en brazos por primera vez, verle abrir sus ojitos, que te sostenga un dedo, y verle dormir pacíficamente crea una huella mnémica mucho más potente que la de las molestias y el dolor. No significa que hayas olvidado el parto, significa que la recompensa y amor de la llegada del bebé ha restado relevancia a todo lo demás.
Siguiendo esta línea, se puede observar que, con el tiempo, muchas mujeres recuerdan el parto y sus dolores y molestias como menos severos de cómo los recordaban originalmente. Esta relación se observa principalmente en mujeres que reportaron niveles moderados de dolor tras el parto. En casos de dolor extremo, las memorias son más consistentes. Aquellas mujeres que aseguran que el parto conlleva el peor dolor imaginable, afirman exactamente lo mismo un año después. Esta misma correlación se observa en las mujeres que aseveran su parto como libre de dolor.
Se ha descubierto científicamente que las mujeres no olvidan haber experimentado dolor durante el parto, pero su nivel y valencia pueden variar. Muchas mujeres hablan de su dolor de manera positiva, usándolo como evidencia de lo bien que llevaron el parto. La mayoría de mujeres recuerda sus partos como menos dolorosos después de cinco años.
Por otra parte, al empezar el parto, el útero se vuelve hipersensible a la oxitocina. Cuando se acerca el final, nuestro cuerpo produce más oxitocina. Para cuando el parto se acaba, nuestro cuerpo tiene un incremento substancioso de oxitocina. Esta hormona, también conocida como «la hormona del amor», juega un papel en el reconocimiento y establecimiento de relaciones sociales y en la formación de vínculos de confianza y generosidad. Además, también intensifica las memorias sociales positivas y aumenta la sensación de bienestar. Este efecto añadido al efecto aureola explican por qué el dolor del parto no siempre se recuerda con exactitud y puede ser recordado de manera diferente con el tiempo.
Estoy feliz, pero ¿por qué a veces me entran ganas de llorar?
Puedes estar hablando de la enfermera que te dio un ibuprofeno esa mañana y a los pocos segundos encontrarte llorando por lo querida que te sientes cuando, acto seguido, te empiezas a reír a carcajadas pensando en lo ridícula que te debes ver llorando, lo que te recuerda a tu imagen física con esos kilos que ahora desentonan sin un bebé dentro y volver a llorar. Todo en menos de dos minutos de reloj.
Si bien los niveles de oxitocina alcanzan un máximo al final y después del parto, estos empiezan a bajar progresivamente en las siguientes horas. En las primeras 24 horas después del parto la segregación de hormonas disminuye casi a su nivel preparto. Este cambio abrupto conlleva siempre consecuencias emocionales.
A esto se añaden cambios drásticos a nuestra vida, costumbres y cuerpo. Si es normal encontrarse abrumado de vez en cuando en la vida normal, si le añades nuevas responsabilidades, la presión por ser una buena madre, el duelo de tu vida anterior Es una receta cósmica para padecer lo que los americanos llaman baby blues, que no supone una depresión posparto como tal, pero sí un estado emocional extremadamente voluble.
Es común padecer cambios de humor después del parto, especialmente a los cuatro o cinco días. Muchas mujeres se encuentran confusas frente a esta lucha entre tristeza y felicidad. Sienten que ante un acontecimiento tan bonito no pueden quejarse o hablar de otros aspectos más negativos que puedan estar experimentando, lo que solo aumenta los baby blues.
Por otra parte, las pocas horas de sueño y el patrón anormal de dormir no ayuda a estos desarreglos, más bien los agravan. Las áreas del cerebro que se encargan de las respuestas emocionales se encuentran aproximadamente un 60 por ciento más reactivas en personas que no han dormido que en aquellas que han conciliado el sueño apropiadamente. Diversos estudios científicos han demostrado que la falta de sueño afecta a los mecanismos de regulación emocional y genera inestabilidad emocional. Con la carencia de horas de sueño, la amígdala, el centro emocional, se pone en marcha y cobra relevancia por encima de la corteza prefrontal (encargada del juicio racional y lógico). De esta manera, la falta de sueño, la eminente responsabilidad, los abrumadores cambios y transformaciones hormonales son los principales causantes de padecer esa montaña rusa de emociones.
Dra. Maite J. Balda. Psicóloga y máster en Neurociencias Cognitivas