De vez en cuando, ciertos hábitos de vida o alimentación se ponen de moda porque famosas los llevan a cabo… pero es importante recordar una máxima: que lo haga una mujer que aparece en la televisión o las revistas no quiere decir que sea sano. Y precisamente sobre eso quiere alertar una nueva investigación: comer la placenta tras el parto está de moda, pero tiene riesgos que aún son desconocidos.
Es fácil pensar en famosas que han «alabado» los beneficios de tomar su propia placenta después de dar a luz: Koutney Kardashian, por ejemplo, ha hablado de ello en Internet, donde se pueden encontrar infinidad de artículos que hablan de esta práctica y lo buena que es para las madres… sin sustentar nada en artículos científicos.
La moda de la placentofagia
Comer placenta se conoce como placentofagia y, debido a la moda que ha supuesto, un equipo de investigadores de la universidad de Northwestern, en Estados Unidos, han elaborado un estudio mediante el cual han revisado otros diez artículos científicos que han sido publicados sobre este asunto.
Tras este trabajo, han llegado a la conclusión de que no hay ninguna información de animales o humanos que sostenga las afirmaciones que dicen que tomar placenta (de la forma que sea) protege contra la depresión postparto, reduce el dolor tras el embarazo, aumenta la energía, ayuda a la lactancia materna, promueve la elasticidad de la piel, mejora la vinculación materna o repone el hierro en el cuerpo.
No sólo no hay afirmaciones para sostener con base científica tales creencias, sino que no se han realizado estudios que examinen los riesgos de la ingesta de placenta, una membrada que actúa como filtro para absorber y proteger al feto en desarrollo de toxinas y contaminantes, según recuerdan los expertos.
Los peligros de tomar la placenta
«Nuestra sensación es que las mujeres que eligen placentofagia están dispuestas a ingerir algo sin evidencias de sus beneficios y, más importante, de sus riesgos potenciales para ellas mismas y sus hijos», alerta Crystal Clarck, autora principal de la investigación, que ha sido publicada en el número de junio de la revista Archives of Women’s Mental Health.
En este sentido, Clarck, que es profesora asistente de psiquiatría en dicha universidad, asegura que aunque hay una gran cantidad de informes subjetivos de mujeres que perciben beneficios, «no ha habido ninguna investigación que analice los beneficios o el riesgo de la ingestión de la placenta«. «Los estudios en ratones no son traducibles en beneficios humanos», subraya.
Es más, la experta menciona un detalle de vital importancia: «no hay regulaciones sobre cómo se almacena la placenta y se prepara, y la dosificación es inconsistente«. En otras palabras, «las mujeres no saben qué están ingiriendo», lo que pone de relevancia la necesidad de investigar en este ámbito.
Hablar con el médico sobre tomar la placenta
Según explica Clarck, espera que esta clase de estudios animen a las mujeres a hablar con sus médicos sobre sus planes después del parto; de esta forma los expertos podrán explicarles qué opciones son las que están avaladas por la ciencia y, así, guiarles en la toma de decisiones.
De hecho, así fue como esta profesora se vio interesada en el estudio de la placentofagia: después de que varias pacientes embarazadas le preguntaran si era verdad que tomar la placenta después del parto funcionaba como medicamento antidepresivo. Ella, que no sabía mucho sobre el tema, empezó a investigar y descubrió que esta creencia estaba mucho más extendida de lo que podría haber imaginado.
Aunque casi todos los mamíferos placentarios no humanos ingieren su placenta después del parto, desde esta universidad estadounidense explican que los primeros relatos documentados de mujeres después del parto practicando la placentofagia se ubican en América del Norte en la década de 1970.
En los últimos años, los defensores de esta práctica han popularizado sus beneficios para la salud, lo que ha hecho que muchas mujeres la consideren como una opción para la recuperación postparto. «La popularidad se ha disparado en los últimos años», comenta la investigadora principal.
Aun así, se mantiene alerta: «Nuestra sensación es que las personas no están tomando esta decisión sobre la base de la ciencia o de hablar con los médicos. Algunas mujeres están haciendo esto basándose en noticias, blogs y sitios web», finaliza.
Ángela R. Bonachera
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