El orden, la constancia y la motivación constituyen los tres pilares fundamentales para conseguir desarrollar la voluntad. Los dos primeros tienen como fruto inmediato el conseguir objetivos concretos, bien delimitados. Y además, el orden se debe mantener no solo en el dormitorio, sino también en el horario, en lo que tienen, en sus cosas… Por otra parte, la constancia es tenacidad sin desaliento, firmeza y perseverancia en los objetivos que uno se ha marcado. Es no darse por vencido, crecerse ante las dificultades que surjan. Así se edifica un ser humano fuerte.
En cuanto a la motivación, se puede decir que es ilusión. Una persona sin motivación no puede levantarse todos los días y hacerse fuerza a sí mismo para conseguir aquello que realmente no quiere. Con estas tres calves, el hombre se convierte en un ser regio, fuerte, tenaz para el que la voluntad no solo es una característica de su forma de ser, sino también es su naturaleza. No es más libre el que hace lo que quiere, sino el que puede conseguir aquello que desea. Querer ser mejor y conseguirlo porque la voluntad es la fuerza del querer.
Los padres, una gran ayuda para desarrollar la voluntad
Los padres tienen un papel primordial pues tienen que educar a sus hijos desde que son pequeños para conseguir pequeñas metas. Ellos mismos tienen que dar ejemplo y al mismo tiempo tienen que saber seducir en valores. Tiene que entusiasmar en el esfuerzo y con él. Para ello, os recomendamos las siguientes pautas:
– Ponerse objetivos concretos. Uno de los errores en los que se suele caer con frecuencia es en la magnitud de las metas deseadas. No debemos ponernos metas abstractas, sino muy precisas, que estén bien delimitadas. Por ejemplo, no decir «voy a sacar buenas notas», sino «todos los días a las 18:30 de la tarde, pase lo que pase me pongo a estudiar». Estos objetivos tienen que ser realizables y realizados. Es decir, hay que ‘poner cierta cabeza’ a la hora de proponerse las metas: que no sean demasiado complicadas, pero tampoco excesivamente fáciles.
– Distribuir los propósitos a lo largo del día. No podemos poner todos nuestros esfuerzos por la mañana o por la tarde exclusivamente, sino que tenemos que repartirlos durante el día. Algunos objetivos concretos serían: levantarse todos los días a la misma hora, levantarse solos (que las madres no tengan que tirar de ellos), asistir todos los días a clase, pase lo que pase. Sentarse en primera o segunda fila para escuchar bien. Coger apuntes en todas las asignaturas. Aunque nuestro hijo considere que no los coge bien, o que hay un compañero que hace mejor esquemas. Voluntad y rutina son un binomio inseparable.
– Apostar por la disciplina. Para tener voluntad hay que negarse y/o vencerse en todas aquellas apetencias que suelen tirar de nosotros. Esto es especialmente costoso, sobre todo al principio, pues no se está acostumbrado a decir que no. A los adolescentes les cuesta ver a corto plazo que el esfuerzo valga la pena y además, actúan en muchas ocasiones por impulsos. La disciplina es la que llevará a buen puerto todos estos impulsos.
– Contar con el fracaso. Como se trata de algo costoso, también hay que ser conscientes que la caída aparecerá tarde o temprano (suele ser más temprano que tarde) pero que no por ello uno se puede desanimar, sino que se volverá a levantar y volverá a intentarlo para que así las caídas se vayan distanciando en el tiempo.
– Satisfacción por el éxito logrado. A medida que se alejen las caídas, el adolescente irá contagiándose de alegría, pues se dará cuenta de que es posible. Corroborar que puede dominarse y que es capaz de dominar sus deseos, no haciendo lo que le apetece sino lo que sabe que es mejor para sí mismo. Será en ese preciso momento en el que se dará cuenta de la importancia que tiene la voluntad.
Isabel Rojas-Estapé. Psicóloga
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